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Pero no me voy, me quedo.

¿Para qué me quedo?

Para cambiarte.

Para conseguir que seas diferente

Para lograr que quieras exactamente eso que yo quiero.

Y sobre todo porque no soporto la idea de perderte.

Eso. Para no perderte, te voy a cambiar.

Lo cual significa en la práctica primero martirizarte y después de todas maneras perderte. Dos dramas al precio de uno.

Y yo sostengo que este es un camino que nosotros tomamos para intentar evitar la pérdida, para esquivar la elaboración de un duelo.

¿Quién quiere estar al lado de alguien que ya no te ama?

Yo no, vos tampoco y seguramente ninguno de los que leen esto en este momento.

Entonces dejo de pretender agarrarte, dejo de querer engancharte.

Y abro las manos y permito que te vayas.

Y soporto el dolor sabiendo que una vez que elabore el duelo, una vez que trabaje con ese dolor, voy a quedar libre para poder amar a otra persona…"Sí, pero quién me va a querer a mí ahora…"

Ah, entonces no te retengo por lo mucho que te amo, te retengo por mi propia inseguridad. Me quiero quedar en el confort de la tranquilidad de lo que tengo.

No quiero conocer lo que sigue.

No está mal, pero no tiene nada que ver con el amor.

Cuando veo infinitas parejas que sufren por estas cosas, me dicen que hacen todo esto porque no soportarían el dolor de la pérdida, que viven cagándose la vida porque no soportarían vivir durante seis meses el dolor que les ocasionaría no estar más con esa persona.

Casi todos preferimos tratar de ver cómo hacemos para manipular la conducta del otro para que haga lo que nosotros queremos, antes que pasar por el camino de las lágrimas y dar lugar, después de llorar, a que aparezca una persona que sea más afín con mis gustos y principios.

Parece que obtuviéramos más placer en establecer nuestro poder, que en buscar otro que quiera lo que yo quiero.

En un divorcio el duelo significa aprender que la pérdida de este vínculo puede conducir a un encuentro mayor después.

Con mi mejor amigo, mi hermano, mi hijo, mi pareja, lo mejor que me podría pasar es que cada uno de nosotros haga lo que en realidad tiene ganas de hacer y encontrarnos después, posiblemente para compartir aquello que más te gustó y aquello que más me gustó a mí.

Pero para esto hay que soltar.

Hay que dejar de temerle a la pérdida.

En la mesa del café, en la peluquería, en los vestuarios de los clubes, uno escucha una y otra vez comentarios como estos:

"Ah, no! ¿Y si ella sale a tomar algo con un amigo y resulta que el amigo le gusta más que yo? Mejor que no salga con ningún amigo, mejor que no vea a ningún hombre, mejor que use anteojeras por la calle, mejor que nunca salga a la calle."

"¡Ah, no! ¡Y si él sale con sus amigos y se encuentra con otra chica, y si después los dos…? Vaya a saber…mejor lo controlo, mejor lo celo, mejor me le cuelgo encima para que no haya ninguna posibilidad de que me abandone"…Este es un martirio persecutorio y siniestro producto de mi propia dificultad para enfrentarme con la pérdida.

Y digo que lo hago porque te quiero mucho (!!!???)

¡¡¡¡Mentiras!!!!

Esto lo hago porque no he aprendido de verdad a soltar, porque no me di cuenta de que el único camino al crecimiento es elaborar los duelos de las cosas que no tengo; de que el único camino en realidad necesario para mi propio crecimiento es que yo viva mi historia como el pasaporte para lo que sigue.

Si de noche lloras porque el sol no está, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.

R. Tagore.

Seguir llorando aquello que no tengo me impide disfrutar esto que tengo ahora.

Aprender a enfrentarse con el tema de la pérdida es aceptar vivir el duelo, saber que aquello que era es aquello que era y que ya no es más o por lo menos que ya no es lo mismo que era.

De hecho nunca es lo mismo.

Decía Heráclito: imposible bañarse dos veces en el mismo río.

Ni el río trae la misma agua ni yo soy el mismo.

Hay una pérdida necesaria.

Cuando me doy cuenta de que algo ha muerto, de que algo está terminado, ese es un buen momento para soltar.

Cuando ya no sirve, cuando ya no cumple, cuando ya no es, es el tiempo de soltar.

Lo que seguro no voy a hacer, si te amo de verdad, es querer retenerte.

Lo que seguro no voy a hacer es tratar de engancharte, si es verdad que te amo.

¿Te amo a vos, o amo la comodidad de que estés al lado mío?

¿Estoy relacionado con vos, individuo, persona?, o estoy relacionado con mi idea de que ya te encontré y no quiero salir a buscar más a nadie.

La verdad es que la pregunta que hago a todos es la que me hago a mí.

Si mañana yo llego a mi casa y mi esposa, después de 26 años de casados, me dice que no me quiere más…¿qué pasa?.Primero dolor, angustia, tristeza y luego más dolor.

Y después las dudas.

Me pregunto:

¿quiero yo seguir viviendo con alguien que no me quiere?

Yo. No ella. Yo ¿quiero seguir?

La quiero enormemente

¿Alcanza? ¿Puedo yo quererla por los dos?

La verdad…que no.

Y la verdad es que esta es la historia: como sé que no puedo determinar que me quieras ni quererte por ambos, entonces…te dejo ir.

No te atrapo, no te agarro, no te aferro, no te aprisiono.

Y no te dejo ir porque no me importe, te dejo ir porque me importa

Pero, Jorge, hay situaciones, momentos, donde una pareja pelea y lucha por el vínculo y después de un tiempo de roces se vuelven a encontrar".

Sí, hay miles de parejas que antes de encontrarse debieron separarse y otras que se separaron y nunca se volvieron a encontrar y hay miles más que no se separaron nunca y vivieron cagándose la vida para siempre, y hay toda la serie de variaciones que se te ocurran.

Pero seguramente el final de la historia de una pareja no pasa por cuánto consiga alguno de los dos mantener prisionero al otro.

Cuando una pareja en problemas viene a consultar a un terapeuta, basta que uno de los dos sienta que se terminó, que no quiere más, que no tiene emoción, que se acabó el deseo, basta que uno sostenga que agotó todos los recursos pero no le pasa nada, basta eso para saber que no hay mucho para rescatar.

Si hay deseo, si se quieren, si se aman, si les importa cada uno del otro, si creen que hay algo que se pueda hacer, aunque no sepan qué, los problemas se pueden resolver (mejor dicho, se pueden intentar)

Pero si para alguno de los dos verdadera y definitivamente se terminó, se terminó para ambos, y no hay nada más que hacer…Por lo menos en esta vuelta de la calesita. Quizás en la próxima te saques la sortija montada en el mismo pony, pero en esta vuelta no hay más premios para repartir.

Y entonces habrá que decirle al que ama:

tengo malas noticias para vos. Lo siento, se terminó.

¿Y ahora?

No lo sé. Seguramente te duela.

Pero te puedo garantizar que no te vas a morir.

Si no te aferras no te vas a morir.

Si no pretendes retener no te vas a morir.

Salvo, como dije, que vos creas que te vas a morir.

Cuentan que había una caravana en el desierto.

Al caer la noche la caravana se detiene.

El muchachito encargado de los camellos se acerca al guía de la caravana y le dice:

– Tenemos un problema, tenemos 20 camellos y 19 cuerdas, así que ¿cómo hacemos?

Él les dice:

– Bueno, los camellos son bastantes bobos, en realidad no son muy lúcidos, así que anda al lado del camello que falta y hace como que lo atas. Él se va a creer que lo estás atando y se va a quedar quieto.

Un poco desconfiado el chico va y hace como que lo ata y el camello en efecto se queda ahí, paradito, como si estuviera atado.

A la mañana siguiente, cuando se levantan, el cuidador cuenta los camellos, y están los veinte.

Los mercaderes cargan todo y la caravana retoma el camino.