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Pierce levantó la vista, despertando de su ensimismamiento. Sabía lo susceptible que Link era cuando criticaban su música.

– Es verdad. Le gustó. Le gustó mucho. Dijo que la melodía de la partitura que había en el piano era preciosa.

Link asintió con la cabeza. Sabía que Pierce no le diría nada que no fuese más que la pura verdad.

– Te gusta, ¿verdad?

– Sí -respondió Pierce con tono distraído mientras acariciaba a la gata-. Creo que me gusta, sí.

– Y supongo que querrás hacer esa cosa para la tele.

– Es un desafío -contestó Pierce.

Link se giró.

– ¿Pierce?

– ¿Sí?

El mayordomo vaciló, temeroso de saber ya la respuesta.

– ¿Vas a incluir alguna fuga en el espectáculo de Las Vegas?

– No -Pierce frunció el ceño y Link se sintió inmensamente aliviado. Pierce recordó que había estado trabajando en ese número justo la noche que Ryan había pasado en su casa-. No, todavía no he ensayado suficiente. Haré la próxima fuga en alguno de los especiales -añadió.

– No me parece buena idea -comentó Link, cuyo alivio apenas había durado unos segundos-. Pueden salir mal muchas cosas.

– Todo saldrá bien -aseguró Pierce-. Sólo necesito ensayar un poco más para poder incluir el número en el espectáculo.

– Pero no tienes tiempo -insistió Link, a pesar de que no solía discutir por nada-. Podrías introducir algún cambio en el espectáculo o posponerlo. No me gusta, Pierce -repitió, aunque sabía que sería inútil.

– Te preocupas demasiado -dijo Pierce-. No habrá ningún problema. Sólo tengo que ocuparme de un par de detalles.

Pero no estaba pensando en el número de la fuga. Estaba pensando en Ryan.

Capítulo V

Ryan se descubrió mirando el reloj. La una y cuarto. Los días previos al once habían pasado muy rápido. Había estado hasta arriba de trabajo, con un montón de papeleo, con jornadas de diez horas diarias a menudo para intentar despejar la mesa de su despacho antes de partir hacia Las Vegas. Quería dejar resuelto el máximo posible de asuntos y no tener ningún problema pendiente de resolver una vez empezase a trabajar en la producción de los espectáculos de Pierce. Compensaría su falta de experiencia dedicándole al proyecto todo su tiempo y toda su atención.

Todavía tenía algo que demostrar… a su padre, a sí misma y, en esos momentos, también a Pierce. Para Ryan era algo más que un simple contrato con unas cláusulas que cumplir.

Sí, los días habían pasado a toda velocidad, se dijo, pero la última hora… ¡sólo era la una y diecisiete! Ryan emitió un suspiro de fastidio, sacó una carpeta y la abrió. Estaba mirando la hora como si estuviese esperando a un hombre en una cita a ciegas más que a un cliente del trabajo. Era absurdo. Con todo, cuando por fin llamaron a la puerta, levantó la cabeza como un rayo y se olvidó de la carpeta que acababa de abrir. Respiró profundamente tres veces para no parecer ansiosa y contestó con calma:

– Sí, adelante.

– Hola, Ryan.

Ésta ocultó la decepción que le produjo ver aparecer a Ned Ross, el cual la saludó con una sonrisa radiante.

– Hola, Ned.

Ned Ross: treinta y dos años, rubio y bien parecido, con cierto encanto californiano y estilo desenfadado. El cabello se le enredaba libremente por detrás de la nuca y lucía unos pantalones de diseño caros con una camisa de seda. No llevaba corbata, observó Ryan. Lo cual iba en contra de su imagen. Esta, por otra parte, se veía favorecida por la colonia fresca que utilizaba. Estaba claro que Ned era consciente de los efectos de su encanto y que lo usaba adrede.

Ryan se recriminó en silencio ser tan criticona y le devolvió la sonrisa, si bien la suya fue mucho más fría que la de él.

Ned era subsecretario de Bennett Swan. Y durante varios meses, hasta hacía unas pocas semanas, también había sido el compañero inseparable de Ryan. La había invitado a comer, a cenar y a salir de fiesta, le había dado un par de emocionantísimas clases de surf, le había mostrado la belleza de la playa durante una puesta de sol y le había hecho creer que era la mujer más atractiva y deseable que jamás había conocido. Descubrir que, en el fondo, su interés se había centrado en cortejar a la hija de Bennett Swan, antes que a Ryan por sí misma, había supuesto un doloroso desengaño.

– El jefe quería que viese cómo te van las cosas antes de que te marches a Las Vegas -Ned se sentó sobre la esquina de la mesa. Luego se inclinó para darle un beso fugaz. Todavía tenía planes para la hija del jefe-. Y yo quería despedirme.

– Ya he terminado todo lo que tenía que dejar preparado antes de irme -respondió Ryan con indiferencia al tiempo que interponía una carpeta entre los dos. Todavía le costaba creer que aquel rostro atractivo y bronceado de sonrisa amable ocultara a un mentiroso ambicioso-. Tenía intención de informar a mi padre en persona.

– Está ocupado -contestó Ned justo antes de quitarle la carpeta para echarle un vistazo-. Acaba de marcharse a Nueva York. A no sé qué sitio que quiere examinar él mismo para un rodaje. No volverá hasta finales de semana.

– Ah -Ryan bajó la mirada hacia las manos. Ya podía haberse tomado la molestia de llamarla un segundo, pensó. Después exhaló un suspiro. ¿Cuándo se había molestado en avisarla de nada? ¿Y cuándo dejaría ella de esperar que lo hiciera?-. Bueno, pues puedes decirle que todo está controlado. Le he redactado un informe -añadió mientras le arrebataba la carpeta de las manos.

– Siempre tan eficiente -Ned le sonrió de nuevo, pero no hizo ademán alguno de marcharse. Sabía perfectamente que había dado un paso en falso con Ryan y que tenía que recuperar terreno-. Bueno, ¿cómo llevas lo de estrenarte en producción?

– Es un desafío.

– Este Atkins -continuó él sin dar importancia a la frialdad con que Ryan lo estaba tratando-, es un tipo un poco raro, ¿no?

– No sabría decir; no lo conozco lo suficiente -contestó ella vagamente. De pronto, se dio cuenta de que no quería hablar de Pierce con Ned. El día que había pasado con el mago le pertenecía a ella, no quería compartirlo-. Tengo una cita en unos minutos, Ned; así que si no te importa… -añadió poniéndose de pie.

– Ryan -Ned tomó las manos de ella entre las suyas como tantas veces había hecho mientras habían estado saliendo; un gesto que siempre la había hecho sonreír-. Estas últimas semanas te he echado mucho de menos.

– Nos hemos visto unas cuántas veces -contestó Ryan, dejando que sus manos reposaran muertas sobre las de él.

– Ya sabes a lo que me refiero -Ned le masajeó las muñecas, pero no notó que le subiera el pulso lo más mínimo-. Sigues enfadada conmigo por esa estúpida sugerencia -añadió con un tono suave y persuasivo.

– ¿Quieres decir por lo de pedirme que utilizara mis influencias para que mi padre te asignara la dirección de la producción O'Mara? -Ryan enarcó una ceja-. No, Ned. No estoy enfadada contigo. Tengo entendido que al final le han dado el puesto a Bishop. Espero que no te resulte una desilusión muy grande -añadió incapaz de ocultar una pequeña sonrisa burlona.

– Eso no importa -contestó él, disimulando su desencanto con un gesto de indiferencia con los hombros-. Déjame que te invite a cenar esta noche. A ese pequeño restaurante francés que te gusta tanto. Podríamos dar un paseo por la costa y charlar -añadió al tiempo que se acercaba unos centímetros.

Ryan no se apartó. ¿Hasta dónde, se preguntó, estaría dispuesto a llegar Ned?

– ¿No has pensado que ya puedo tener una cita?

La pregunta frenó el avance de su boca para besarla.

No se le había ocurrido que pudiera estar saliendo con otro hombre. Estaba convencido de que seguía locamente enamorada de él. Había invertido mucho tiempo y esfuerzo en ello, de modo que la única conclusión razonable era que Ryan quería hacerse rogar.

– Anúlala -murmuró en tono seductor. Le dio un beso delicado, pero no advirtió que los ojos de Ryan seguían abiertos y gélidos.