"¿Qué le ha pasado, señorita Swan?", se preguntó. Tenía que volver a poner los pies en la tierra, como correspondía. ¿Sería el amor lo que la tenía levitando? Ryan apoyó la barbilla sobre el cuenco de las manos. Cuando se estaba enamorada, nada era imposible.
¿Quién podía asegurar qué fuerzas misteriosas habían hecho que su padre enfermara y la hubiese mandado a ella al encuentro de Pierce?, ¿qué impulso oculto le había hecho elegir aquella carta fatídica de la baraja del Tarot? ¿Por qué había intentado resguardarse la gata de la tormenta justo por su ventana? Desde luego, existían explicaciones lógicas para cada uno de los pasos que habían ido llevándola hasta el momento en que se encontraba. Pero a las mujeres enamoradas no les gustaba la lógica.
Porque había sido mágico, pensó Ryan sonriente. Desde la primera vez que se habían cruzado sus miradas, lo había sentido. Simplemente, había necesitado algo de tiempo para aceptarlo. Toda vez que ya lo había hecho, ya sólo podía esperar y ver si duraba. No, se corrigió: no era momento para la pasividad; ella misma se encargaría de que aquella relación se consolidase. Si le requería paciencia, sería paciente. Si le exigía acción, tomaría la iniciativa. Pero haría funcionar la relación, aunque tuviera que inventarse su propio hechizo particular.
Ryan sacudió la cabeza y se recostó sobre el respaldo. En el fondo, no podía hacer nada hasta que Pierce volviese a irrumpir en su vida. Y para eso faltaba una semana. Mientras tanto, tenía trabajo pendiente. No podía echarse a dormir y aguantar en la cama a que pasaran los días. Tenía que llenarlo. Ryan abrió las notas que había ido tomando sobre Pierce Atkins y empezó a transcribirlas. Al cabo de menos de media hora, el interfono la interrumpió:
– Dime, Bárbara.
– El jefe quiere verte.
– ¿Ahora? -preguntó Ryan, mirando con el ceño fruncido el revoltijo de papeles que cubría su mesa.
– Ahora.
– De acuerdo, gracias.
Ryan maldijo en voz baja, apartó los papeles que necesitaba llevar consigo e hizo una pila con los demás. Ya podía haberle dejado un par de horas para organizarse, pensó. Pero la realidad era que iba a tener a su padre vigilándola de cerca durante todo el proyecto. Todavía le quedaba mucho para que Bennett Swan confiara en ella. Suspiró resignada, metió los papeles en una carpeta y salió en busca de su padre.
– Buenos días, señorita Swan la saludó la secretaria de Bennett Swan cuando Ryan entró-. ¿Cómo ha ido el viaje?
– Muy bien, gracias.
Ryan se fijó en cómo miraba la mujer los pendientes caros y discretos que colgaban de sus orejas. Ryan se había puesto el regalo que su padre le había hecho por el cumpleaños, sabedora de que éste querría asegurarse de que había acertado y de que ella se lo agradecía.
– El señor Swan ha tenido que salir un momento, pero estará en seguida con usted. Ha dicho que lo espere en su despacho, si hace el favor. El señor Ross ya está dentro.
– Bienvenida, Ryan -Ned se puso de pie cuando Ryan entró en el despacho. Llevaba una taza de café humeante en la mano.
– Hola, Ned. ¿Participas en esta reunión?
– El señor Swan quiere que colabore contigo en este proyecto -contestó él con una sonrisa seductora y medio de disculpa-. Espero que no te importe.
– En absoluto -dijo ella con frialdad. Dejó la carpeta con el expediente de Pierce Atkins y aceptó el café que Ned le ofrecía-. ¿En calidad de qué?
– Seré coordinador de producción -respondió-. Sigue siendo tu bebé, Ryan -añadió para tranquilizarla.
– Ya -murmuró ella. Sólo que, de repente, iba a ser como “un grano en el culo”, pensó con amargura.
– ¿Qué tal por Las Vegas?
– Fantástico -contestó Ryan mientras se acercaba a la ventana.
– Espero que sacaras algo de tiempo para probar suerte en algún casino. Trabajas mucho, Ryan.
– Jugué al blackjack -Ryan acarició el colgante egipcio y sonrió-. Y gané.
– ¿De verdad? ¡Enhorabuena!
Después de dar un sorbo, dejó la taza de café.
– Creo que tengo una base sólida para conseguir un resultado beneficioso para Pierce, Producciones Swan y la televisión -arrancó Ryan-. No necesita mucha promoción para subir la audiencia. Creo que más de un artista invitado sería excesivo. En cuanto al escenario, tengo que hablar con los decoradores, pero ya tengo una idea bastante definida. Respecto a la financiación…
– Ya hablaremos de negocios luego -la interrumpió Ned. Se acercó a Ryan y le acarició las puntas del pelo. Ryan permaneció quieta, mirando por la ventana-. Te he echado de menos. Ha sido como si hubieses estado fuera varios meses.
– Qué curioso -comentó ella mientras observaba el vuelo de un avión que estaba surcando el cielo-. A mí nunca se me había pasado tan rápida una semana.
– Cariño, ¿cuánto tiempo vas a seguir castigándome? -Ned le dio un beso en la coronilla. Ryan no sentía resentimiento alguno. No sentía nada en absoluto. Lo raro era que Ned parecía sentirse más atraído desde que lo había rechazado. Como si notase algo diferente en ella que no lograse controlar y, de repente, le resultara un reto reconquistarla-. Si me dieras otra oportunidad…
– No te estoy castigando, Ned -atajó Ryan. Se dio la vuelta para mirarlo-. Lo siento si te da esa impresión.
– Sigues enfadada conmigo.
– No, ya te he dicho que no estoy enfadada contigo -aseguró Ryan. Luego suspiró. Sería mejor aclarar las cosas entre ambos, decidió-. Al principio estaba furiosa. Y dolida. De acuerdo. Pero no me duró mucho. Nunca he estado enamorada de ti, Ned.
– Sólo estábamos empezando a conocernos -insistió él. Cuando fue a agarrarle las manos, ella negó con la cabeza.
– No, creo que no me conoces lo más mínimo -respondió sin rencor Ryan-. Y si somos sinceros, tampoco era ése tu objetivo.
– Ryan, ¿cuántas veces tengo que presentarte disculpas por esa estúpida sugerencia? -replicó Ned con una mezcla de arrepentimiento y dolor.
– No te estoy pidiendo que te disculpes, Ned. Intento dejarte las cosas claras. Cometiste un error al suponer que podía influir en mi padre. Tú tienes más influencia en él que yo.
– Ryan…
– No, escúchame -insistió ella-. Pensaste que, como soy la hija de Bennett Swan, haría cualquier cosa que le pidiese. Pero la realidad no es así y nunca lo ha sido. Se apoya más en sus socios que en mí. Has perdido, el tiempo tratando de ganarte mi favor para llegar hasta él. Y, al margen de eso, no me interesa un hombre que se fija en mí para utilizarme como trampolín. Estoy segura de que formaremos un buen equipo, pero no tengo intención de verte fuera del despacho.
Ambos se sobresaltaron al oír que la puerta se cerraba.
– Ryan. Ross -Bennett Swan se acercó a su mesa y se sentó.
– Buenos días -lo saludó Ryan antes de tornar asiento. ¿Cuánto habría oído de la conversación?, se preguntó. Su cara no reflejaba nada, así que Ryan optó por centrarse en el trabajo-. Tengo un esquema con ideas y anotaciones para Atkins, aunque no he tenido tiempo para hacer un informe completo.
– Dame lo que tengas -Bennett Swan hizo un gesto con la mano para que Ned se sentara. Luego se encendió un puro.
– Tiene un repertorio muy variado -Ryan entrelazó los dedos para que las manos no le temblaran-. Ya has visto los vídeos, hay de todo: desde trucos de magia con cartas a efectos especiales espectaculares o fugas de entre dos y tres minutos. Las fugas lo tendrán fuera de cámara ese tiempo, pero el público cuenta con ello. Por supuesto, somos conscientes de que habrá que realizar alguna modificación para la televisión, pero no veo ningún problema. Es un hombre increíblemente creativo.
Swan emitió un gruñido que podía interpretarse como de aquiescencia y extendió la mano para que Ryan le entregara el esquema que llevaba preparado. Ésta se puso de pie, se lo entregó y volvió a tomar asiento. No estaba de un humor especialmente bueno, advirtió. Alguien lo había contrariado. Por suerte, ese alguien no había sido ella.