– Ciento veinte -Pierce la separó lo justo para poder tirarla y sonreírle-. Será mejor que entremos. Tus vecinos tienen que estar divirtiéndose mucho con esta escena.
Ryan tiró de Pierce y cerró la puerta empujándola entra ella.
– Bésame -le exigió-. Fuerte. Un beso que me dure ciento veinte horas.
Pierce bajó la cabeza hasta capturar la boca de Ryan. Esta notó sus dientes mordisqueándole los labios mientras él emitía gruñidos, la apretaba y luchaba por recordar su propia fuerza y la fragilidad de Ryan. Ella lo provocó con la lengua, exploró su cuerpo con las manos. Reía con esa risa rugosa y sexy que lo volvía loco.
– Has venido -dijo suspirando antes de apoyar la cabeza sobre un hombro de Pierce-. Eres real.
¿Lo sería ella también?, se preguntó Pierce, algo aturdido por el beso.
Después de un último abrazo, Ryan dio un pasito atrás.
– ¿Qué haces por aquí? No te esperaba hasta el lunes o el martes.
– Quería verte -dijo él sin más mientras levantaba la vano para acariciarle una mejilla-. Tocarte.
Ryan le agarró la mano y se la llevó a los labios. Pierce sintió que una chispa prendía fuego en la boca de su estómago.
– Te he echado de menos -murmuró mirándolo a los ojos-. No imaginas cuánto. Si hubiese sabido que desear verte iba a traerte antes, te habría deseado con más intensidad todavía.
– No estaba seguro de si seguirías libre.
– Pierce -Ryan reposó las manos sobre el pecho de él-, ¿de verdad crees que puedo querer estar con otro hombre?
La miró sin decir palabra, pero ella notó que el corazón le latía a más velocidad.
– Interfieres en mi trabajo -dijo finalmente.
– ¿Sí? -preguntó confundida Ryan-. ¿Cómo? -No te me vas de la cabeza.
– Lo siento -dijo ella, pero sonrió, mostrando claramente que no lo lamentaba en absoluto-. Así que te he impedido concentrarte.
– Sí.
¡Qué pena! -respondió Ryan con voz burlona y seductora al tiempo que subía las manos hacia la nuca de Pierce-. ¿Y cómo vas a solucionarlo?
Pierce la tumbó en el suelo por toda respuesta. Fue un movimiento tan veloz e inesperado que Ryan se sobresaltó; pero no llegó a salir ruido alguno de su boca, capturada por la de Pierce. Todavía no había recuperado el aliento cuando descubrió que ya le había abierto el albornoz. La llevó a la cumbre tan deprisa que Ryan no tuvo más opción que sucumbir a aquella recíproca y desesperada necesidad que los unía.
La ropa de Pierce desapareció a velocidad de vértigo, pero éste no le dio tiempo para explorar su cuerpo. De un solo movimiento, la volteó hasta ponerla encima de él y luego, levantándola por las caderas como si no pesara nada, la bajó para introducirse dentro de Ryan hasta el fondo.
Ella gritó, sorprendida, encantada. La velocidad era mareante. Rompió a sudar por todo el cuerpo. Los ojos se le agrandaban a medida que el placer iba incrementándose más allá de lo imaginable. Podía ver la cara de Pierce, bruñida de pasión, con los ojos cerrados. Podía oír cada respiración desgarrada mientras hundía los dedos en sus caderas para acompasar su movimiento con el de él. De pronto, notó como si una película velase sus ojos, un velo brumoso que le nublaba la visión. Apretó las manos contra su torso para no caerse; pero estaba cayendo, más y más bajo, cada vez más desfondada.
Cuando la bruma se despejó, Ryan se encontró entre los brazos de Pierce. Sus cuerpos pegajosos estaban fundidos todavía en uno.
– Ahora sé que tú también eres real -murmuró él hundiendo la cabeza en el cabello de Ryan-. ¿Cómo te sientes? -le preguntó tras darle un besito en los labios.
– Abrumada -respondió ella sin aliento-. Genial.
Pierce rió. Se puso de pie y la levantó en brazos.
– Voy a llevarte a la cama y voy a volver a hacerte el amor antes de que te dé tiempo a recuperarte.
– Buena idea -Ryan le acarició el cuello con la nariz-. Debería vaciar la bañera primero.
Pierce enarcó una ceja. Luego sonrió. Con Ryan adormilada entre los brazos, vagabundeó por el apartamento hasta encontrar el cuarto de baño.
– ¿Estabas en la bañera?
– Casi -Ryan suspiró y se acurrucó contra él sin abrir los ojos-. Iba a librarme de quienquiera que fuese a irrumpirme. Estaba muy irritada.
Pierce giró la muñeca y abrió a tope el grifo de agua caliente.
– No me he dado cuenta.
– ¿No te has fijado en cómo he intentado librarme de ti? -bromeó ella.
– A veces no me entero de nada -confesó Pierce-. Supongo que el agua se habrá enfriado un poco.
– Probablemente.
– Está claro que te gustan las burbujas-comentó al ver las esponjosas montañas de gel de baño que se habían formado en el agua.
– Sí… ¡ah! -Ryan abrió los ojos de golpe y se encontró metida en la bañera.
– ¿Está fría? -le preguntó él, sonriente.
– No -Ryan estiró un brazo y apagó el grifo para que no siguiese saliendo agua ardiendo. Durante unos segundos, dejó que sus ojos se dieran un festín contemplando el cuerpo atlético de Pierce, sus músculos fibrosos, las caderas estrechas. Ladeó la cabeza y metió un dedo entre las burbujas-. Si es tan amable de acompañarme -dijo, invitándolo a compartir la bañera con ella.
– Será un placer.
– Por favor, póngase cómodo -dijo Ryan-. He sido muy descortés. Ni siquiera le he ofrecido una copa -añadió esbozando una sonrisa pícara.
El agua subió cuando Pierce se metió en la bañera. Se sentó a los pies, frente a Ryan.
– No acostumbro a beber -le recordó.
– Cierto -Ryan asintió con la cabeza-. No fuma, no suele beber, casi nunca dice palabrotas. Es usted un ejemplo de virtud, señor Atkins.
Pierce se llenó una mano de burbujas de gel y se las lanzó.
– En cualquier caso -continuó ella después de quitarse las burbujas de la mejilla-, quería hablarle de unos bocetos para la estenografía. ¿Le acerco el jabón?
– Gracias, señorita Swan -Pierce aceptó la pastilla que Ryan le había ofrecido-. De modo que quiere hablarme de la estenógrafa…
– En efecto. Creo que aprobará los bocetos que he preparado, aunque es posible que quiera introducir algunos pequeños cambios -Ryan cambió de postura y suspiró cuando sus piernas rozaron las de él-. Le he dicho a Bloomfield que quería algo mágico, medieval, pero no muy recargado.
– ¿Nada de armaduras?
– Nada, sólo elementos ambientales. Algo… -Ryan dejó la frase a medias cuando Pierce le agarró el pie con la mano y empezó a enjabonárselo.
– ¿Sí? -la invitó a continuar él.
– Algo en tonos apagados -dijo mientras sentía un escalofrío de placer por toda la pierna-. Parecido a tu sala le trabajo.
– ¿Sólo un decorado? -quiso saber él.
Ryan tembló dentro del agua humeante cuando notó los dedos de Pierce masajeándole las pantorrillas.
– Sí, he pensado… que el tono principal… -Ryan se quedó sin respiración cuando Pierce empezó a enjabonarle uno de los pechos.
– Sigue -dijo él, mirando la cara que Ryan ponía mientras le acariciaba el vértice de los muslos con la mano libre.
– Algo sexy -Ryan contuvo la respiración-. Eres muy sexy sobre el escenario.
– ¿Ah, sí? -preguntó divertido Pierce.
– Mucho. Sexy, atractivo y teatral. Cuando te veo actuar… -Ryan hizo una pausa para intentar meter algo de aire en los pulmones. La fragancia embriagadora de las sales de baño la mareaban. Notaba un leve oleaje del agua contra sus pechos, justo bajo la astuta mano de Pierce-. Tus manos…, -acertó a susurrar, retorciéndose de placer.
– ¿Qué les pasa? -preguntó él, haciéndose el inocente, justo antes de meter un dedo dentro de ella.
– Son mágicas -balbuceó Ryan-. Pierce, no puedo hablar cuando me haces estas cosas.
– ¿Quieres que pare? -le ofreció él. Hacía tiempo que Ryan no lo miraba. Había cerrado los ojos. Pero él observaba cómo cambiaba la expresión de su cara cada vez que utilizaba los dedos para estimularla.