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Su piel tenía tacto y temperatura reales. Pierce sintió el azote de una oleada increíble de ternura. Le agarró la otra mano y la levantó, sujetándola como si fuese de porcelana.

– Si tuvieras un deseo, sólo uno, ¿cuál sería, Ryan?

– Que esta noche, por esta noche, no pensaras en nada ni en nadie más que en mí.

Los ojos le brillaban en la tenue luz cambiante del salón. Pierce la levantó y le puso las manos a sendos lados de la cara:

– Desperdicias tus deseos, Ryan, pidiendo algo que ya es realidad.

Pierce la besó en las sienes, le besó las mejillas; dejó los labios de Ryan temblando, anhelando el calor de su boca.

– Quiero meterme en tu cabeza -dijo ella con voz trémula- para que no haya espacio para nada más. Esta noche quiero ser la única que habite tus pensamientos. Y mañana…

– Chiss -Pierce la besó para silenciarla, pero fue un beso tan suave que pareció, más bien, la promesa de lo que estaba por llegar. Ryan tenía los ojos cerrados y él posó los labios con delicadeza sobre sus párpados-. Sólo pienso en ti. Vamos a la cama. Deja que te lo demuestre murmuró.

Le agarró una mano y la condujo por el salón a medida que iba apagando las velas. Sólo dejó encendida una, la levantó con cuidado y dejó que su luz se abriese paso mientras avanzaban enamorados hacia el dormitorio.

Capítulo XIV

Tenían que volver a separarse. Ryan sabía que era necesario mientras duraran los preparativos del especial. Cuando se sentía sola porque lo echaba de menos, le bastaba con recordar la mágica última noche que habían compartido. Tendría que aguantar con eso hasta que pudiera verlo de nuevo.

Aunque lo vio de tanto en tanto a lo largo de las siguientes semanas, sólo era para tratar asuntos de trabajo. Pierce regresaba para asistir a una reunión o revisar algunos detalles del espectáculo. Lo llevaba con mucho secreto. Ryan no sabía nada sobre la construcción de los aparatos y accesorios que utilizaría. Estaba dispuesto a darle una lista detallada con los números que llevaría a cabo, su duración y el orden en que los realizaría; pero se negaba a darle explicación alguna sobre su mecanismo.

A Ryan le resultaba frustrante, pero apenas tenía otros motivos para quejarse. El escenario se estaba configurando de acuerdo con las pautas que Bloomfield, Pierce y ella misma habían establecido. Elaine Fisher había firmado para aparecer como artista invitada. Ryan había conseguido defender sus ideas durante las diferentes reuniones, siempre duras, y también Pierce había logrado imponer su criterio, recordó Ryan sonriente.

Decía más con sus largos silencios y con un par de palabras calmadas que una decena de jefes de departamento histéricos que no hacían más que discutir. Pierce escuchaba con tranquilidad sus preguntas y quejas y terminaba saliéndose siempre con la suya.

Se negaba a utilizar a un guionista profesional para que le preparase lo que tenía que decir cuando se dirigía al público. Y no había más que hablar. Y se mantenía en sus trece porque sabía que él se las arreglaría solo. Tampoco permitía intromisiones en la música. Él tenía su músico y punto. Como también tenía su director y un equipo que lo acompañaba. Por más que le insistieran en lo contrario, Pierce insistía en trabajar con su gente. Del mismo modo, rechazó seis bocetos de traje con un giro indiferente de la cabeza.

Pierce hacía las cosas a su manera y sólo se plegaba a otras sugerencias si estimaba que le convenía plegarse. Con todo, Ryan notaba que los creativos de la plantilla, por mucho que se enfadaran a veces, apenas tenían queja alguna sobre Pierce. Sabía cómo, ganárselos, pensó Ryan. Tenía don de gentes y podía engatusarte o poner barreras con una simple mirada.

Bess tenía que ser la que tuviera la última palabra sobre la ropa con la que saldría al escenario. Pierce lo argumentaba diciendo que ella sabía mejor que nadie lo que le sentaba bien. Se negaba a ensayar salvo que el escenario estuviese cerrado. Y luego se camelaba a los tramoyistas con un juego de manos o un truco de cartas. Sabía cómo mantener el control sin enemistarse con nadie.

A Ryan, en cambio, le costaba manejarse con tantas restricciones como le ponía a ella y a su gente. Trataba de hacerlo ceder razonando, discutiendo, rogando. Pero no la llevaba a ninguna parte.

– Pierce -Ryan lo acorraló en el escenario durante una pausa de un ensayo-. Tengo que hablar contigo.

– Espera… -contestó distraído mientras miraba a su equipo colocar unas antorchas para el siguiente número-. Tienen que estar a veinte centímetros exactos de distancia -les indicó.

– Es importante, Pierce.

– Sí, te escucho.

– No puedes echar a Ned del escenario durante los ensayos -dijo Ryan al tiempo que le daba un tirón del brazo para conseguir que le prestara total atención.

– Sí que puedo. Ya lo he hecho. ¿No te lo ha contado?

– Sí, me lo ha contado -Ryan exhaló un suspiro de exasperación-. Pierce, como coordinador de producción, tiene razones de sobra para estar aquí.

– Me estorba. Aseguraros de que hay un pie entre hilera e hilera, por favor.

– ¡Pierce!

– ¿Qué? -contestó con un tono encantador mientras se giraba de nuevo hacia ella-. ¿Le he dicho que está usted muy guapa, señorita Swan? Le sienta muy bien el traje -añadió después de acariciarle la solapa.

– En serio, Pierce, tienes que darle a mi gente más margen de maniobra -Ryan trató de no fijarse en la sonrisa que iluminaba los ojos de Pierce y siguió adelante-. Tu equipo es muy eficiente, pero en una producción de estas dimensiones necesitamos más manos. Tu gente sabe hacer su trabajo, pero no conocen cómo funciona la televisión.

– No puedo permitir que tus chicos vean cómo preparo los números. Ni que estén dando vueltas mientras actúo.

– ¡Santo cielo!, ¿qué quieres?, ¿qué hagan un juramento de sangre de no revelar tus secretos? -contestó Ryan-: Podemos arreglarlo para la próxima luna llena.

– Buena idea, pero no sé cuántos de tus chicos estarían dispuestos. Seguro que el coordinador de producción no, en cualquier caso -añadió sonriente.

– ¿No estarás celoso? preguntó entonces Ryan, enarcando una ceja.

Soltó una risotada tan grande que a Ryan le entraron ganas de pegarle un guantazo.

– No seas absurda. No es una amenaza.

– Ésa no es la cuestión -murmuró ella-. Ned es muy bueno en su trabajo y difícilmente puede hacerlo si no eres un poco más razonable.

– Ryan, yo siempre soy razonable -contestó Pierce, con una expresión de asombro convincente-. ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que dejes que Ned haga lo que tiene que hacer. Y quiero que dejes que mi gente entre en el estudio.

– Perfecto -convino él-. Pero no mientras estoy ensayando.

– Pierce -dijo Ryan en tono amenazante-, me estás atando las manos. Tienes que hacer ciertas concesiones para la televisión.

– Soy consciente, Ryan, y las haré. Cuando esté preparado -Pierce le dio un beso en la frente y continuó antes de que ella pudiera responder-. No, primero tienes que dejarme trabajar con mi equipo hasta que esté seguro de que todo sale bien.

– ¿Y cuánto va a llevar eso? -preguntó Ryan. Sabía que Pierce le estaba ganando el pulso, como se lo había ganado a todos los que habían intentado doblegarlo.

– Unos días más -Pierce le agarró una mano.

– Está bien -se resignó ella-. Pero a finales de semana el equipo de iluminación tendrá que estar en los ensayos. Es imprescindible.

– De acuerdo -Pierce le estrechó la mano con solemnidad-. ¿Algo más?

– Sí -Ryan se puso firme y lo miró a los ojos-. El primar número dura diez segundos más de lo establecido. Vas a tener que modificarlo para que se ajuste a los bloques de anuncios programados.

– No, tendrás que modificar los bloques de anuncios para que se adapten a mi número -respondió Pierce. Luego le dio un beso ligero y se marchó.

Antes de que pudiera gritarle, Ryan descubrió que tenía una rosa en el ojal de la solapa. Una mezcla de placer y desesperación le impidió reaccionar hasta que ya era demasiado tarde.