– Vas a salir de una caja fuerte -repitió ella-. Hay algo más, Pierce. No soy tonta -añadió mientras se ponía el zapato.
– Tendré las manos y los pies atados.
Ryan se agachó a recoger el otro zapato. La reticencia de Pierce a hablar del número la estaba poniendo nerviosa. Pero no quería que se le notara el miedo, así que esperó unos instantes antes de hablar de nuevo.
– ¿Qué más, Pierce?
Éste no dijo nada hasta que se hubo abotonado la camisa.
– Es como un juego de muñecas rusas. Estaré en una caja dentro de una caja dentro de una caja. Nada nuevo.
– ¿Tres cajas? -preguntó Ryan con aprensión-. ¿Una dentro de otra?
– Exacto. Cada una más grande que la otra.
– ¿Tienen las cajas algún agujero para respirar? -preguntó asustada.
– No.
Ryan se quedó helada.
– No me gusta.
– No tiene por qué gustarte, Ryan -dijo él tratando de calmarla con la mirada-; pero tampoco tienes por qué preocuparte.
Ryan tragó saliva. Sabía que no podía perder la cabeza.
– Todavía hay más, ¿verdad? No me lo has contado todo.
– La última caja es pequeña -contestó él sin más.
– ¿Pequeña? -Ryan sintió un escalofrío-. ¿Cómo de pequeña?
– No habrá problemas. Ya lo he hecho otras veces.
– Pero es peligroso. No puedes hacerlo.
– Puedo -afirmó Pierce con rotundidad-. Llevo meses ensayando y calculando el tiempo.
– ¿Tiempo?
– Tengo oxígeno para tres minutos.
¡Tres minutos! Ryan respiró profundo. No podía perder el control.
– ¿Y cuánto necesitas para fugarte?
– Ahora mismo, un poco más de tres minutos. Bastaría con agotar el oxígeno y aguantar sin respiración unos segundos.
– Es una locura -dijo ella-. ¿Y si sale algo mal?
– No saldrá nada mal. Lo he repasado muchas veces.
Ryan se dio la vuelta, pero se giró hacia Pierce de nuevo.
– No voy a permitirlo. Se acabó. Utiliza el número de la pantera para cerrar; pero esto no. Me niego.
– Voy a usar la fuga -replicó él con tanta calma como rotundidad.
– ¡No! -Ryan lo agarró por los brazos, presa del pánico-. No voy a dejarte. Este número se queda fuera, Pierce. Utiliza otro o invéntate uno nuevo, pero olvídate de éste.
– No puedes quitarlo -repuso Pierce sin alterarse-. Yo tengo la última palabra. Lee el contrato.
Ryan se puso blanca y dio un paso atrás.
– ¡Maldito seas! Me importa un rábano el contrato. Sé perfectamente lo que dice. ¡Lo he redactado yo!
– Entonces recordarás que no puedes quitar la fuga -insistió Pierce inexorable.
– No voy a dejarte -repitió Ryan. Los ojos se le poblaron de lágrimas, pero pestañeó para que no llegaran a saltársele-. No puedes hacerlo.
– Lo siento, Ryan.
– Encontraré una manera de suspender el espectáculo -lo amenazó con una mezcla de rabia, temor e impotencia-. Seguro que encuentro algún modo de romper el contrato.
– Es posible -Pierce le puso las manos sobre los hombros-. Pero aun así, haré la fuga. Si no para el especial, el mes que viene, en Nueva York.
– ¡Por favor, Pierce! -Ryan lo abrazó desesperada-. Podrías morirte. No merece la pena. ¿Por qué tienes que intentar algo así?
– Porque puedo hacerlo. Ryan, tienes que entenderlo: éste es mi trabajo.
– Yo lo que entiendo es que te quiero. ¿Es que eso no importa?
– Sabes que sí -contestó Pierce con vehemencia-. Sabes lo mucho que me importa.
– No, no sé cuánto te importa -Ryan le dio un empujón enojada-. Lo único que sé es que vas a hacer esta locura por mucho que te suplique que no la hagas. Pretendes que me quede ahí de pie, mirando cómo arriesgas la vida a cambio de unos aplausos o una reseña en un periódico.
– Esto no tiene nada que ver con aplausos ni reseñas -replicó él. Empezaba a enfurecerse por momentos-. Deberías saberlo a estas alturas.
– No, no sé nada. No te conozco -dijo desquiciada-. ¿Cómo quieres que entienda que te empeñes en hacer algo así? No es necesario para el espectáculo ni para tu carrera.
Pierce se obligó a mantener la serenidad.
– Es necesario para mí -contestó.
– ¿Por qué? -preguntó furiosa Ryan-. ¿Por qué necesitas arriesgar la vida?
– Ése es tu punto de vista, Ryan; no el mío. Para mí, esto es parte de mi trabajo, parte de lo que soy -Pierce hizo una pausa, pero no se acercó a ella-. Tendrás que aceptarlo si me aceptas a mí.
– No es justo.
– Puede que no -convino él-. Lo siento.
Ryan tragó saliva. No quería romper a llorar.
– ¿En qué situación nos deja esto?
Pierce la miró a los ojos.
– Eso depende de ti.
– No pienso mirar. ¡Me niego! No pienso pasarme la vida esperando el momento en que vayas demasiado lejos y te equivoques. No puedo -Ryan se dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Las lágrimas resbalaban por su mejilla cuando descorrió el cerrojo-. ¡Maldita sea tu magia! -se despidió sollozando.
Capítulo XV
Nada más dejar a Pierce, fue al despacho de su padre. Por primera vez en su vida, Ryan entró sin llamar antes a la puerta. Swan, molesto por la irrupción, interrumpió lo que estaba diciendo y la miró con el ceño fruncido. Nunca había visto a Ryan tan descompuesta: pálida, temblando, con los ojos brillantes a punto de romper a llorar.
– Luego te llamo -murmuró y colgó el teléfono. Ryan seguía de pie en la puerta y Swan se encontró en la extraña situación de no saber qué decir-. ¿Qué pasa? -preguntó -con tono imperativo y se aclaró la garganta a continuación.
Ryan se apoyó contra la puerta hasta que estuvo segura de que las piernas tenían suficiente firmeza para andar. Con un esfuerzo sobrehumano por mantener la compostura, se acercó hasta la mesa de su padre.
– Necesito… quiero que canceles el especial de Atkins.
– ¿Qué? -Swan se levantó como un resorte y le lanzó una mirada furibunda-. ¿A qué viene esto? Si has decidido rendirte porque no puedes con la presión, buscaré a alguien que te sustituya. Ross puede producir el proyecto. ¡Maldita sea! Debería habérmelo imaginado antes de ponerte al mando -añadió furioso al tiempo que daba un manotazo contra la mesa.
Acto seguido, alcanzó el auricular de nuevo.
– Por favor -lo detuvo Ryan-. Te estoy pidiendo que liquides el contrato y canceles el espectáculo.
Swan soltó un exabrupto, volvió a mirar a su hija con atención y se acercó al mueble bar. Sin decir nada, echó un buen chorro de coñac francés en una copa. ¡Maldita cría!, ¿por qué lo hacía sentirse tan torpe?
– Toma -gruñó al tiempo que le acercaba la copa a las manos-. Siéntate y bébete esto -añadió.
Como no sabía cómo actuar con una hija que parecía destrozada e impotente, se limitó a darle una palmadita en un hombro antes de volver a sentarse tras su mesa. Una vez en su asiento, sintió que recuperaba un poco el control de la situación.
– Y ahora dime qué pasa. ¿Problemas en los ensayos? -continuó, esbozando lo que esperaba que Ryan recibiese como una sonrisa comprensiva-. Seguro que no es para tanto. Llevas mucho tiempo en este mundo y sabes que estas cosas forman parte del juego.
Ryan respiró profundamente y se tomó un trago de coñac. Dejó que pasara por la garganta y el pecho, quemando todos sus miedos y preocupaciones. La siguiente vez que respiró ya estaba más calmada.
– Pierce está planeando una fuga para el cierre del espectáculo -dijo por fin mirando a su padre a los ojos.
– ¿Y qué? Ya lo sé -contestó Swan con impaciencia-: Lo he visto en el guión.
– Es demasiado peligroso.
– ¿Peligroso? -Swan entrelazó las manos apoyando los cantos sobre la mesa. Si eso era todo, podría salvar la situación, decidió-. Ryan, ese hombre es un profesional. Sabe lo que hace -añadió al tiempo que giraba la muñeca con disimulo para mirar la hora. Todavía podía entretenerse con Ryan otros cinco minutos.