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– Esta vez es diferente -insistió ella. Por no gritar, estranguló la base de la copa. Swan nunca le haría caso si se ponía histérica-. Esta fuga no le gusta ni a su equipo.

– A ver, ¿qué tiene planeado?

Incapaz de articular palabra alguna, Ryan dio otro trago de coñac.

– Tres cajas fuertes. Una dentro de otra. La última… -Ryan hizo una pausa para que la voz no le temblara-. La última no tiene ventilación. Sólo tendrá oxígeno para tres minutos una vez esté dentro. Y acaba de decirme que está tardando algo más de tres minutos en conseguir liberarse.

– Tres cajas -murmuró Swan, apretando los labios-. Muy llamativo.

Ryan dejó la copa sobre la mesa de un golpe.

– Sobre todo si se asfixia. ¡Seguro que la audiencia se dispararía! Igual hasta le dan un Emmy a título póstumo.

Swan frunció el ceño ominosamente.

– Cálmate, Ryan.

– No pienso calmarme -contestó al tiempo que se ponía de pie-. No podemos dejarle que haga esa fuga. Tenemos que rescindir el contrato.

– No podemos hacerlo -Swan se encogió de hombros, como descartando plantearse siquiera tal posibilidad.

– No quieres hacerlo lo corrigió ella irritada.

– No quiero -reconoció Swan, igualmente enojado-. Nos jugamos mucho.

– ¡Nos jugamos todo! -gritó Ryan-. Estoy enamorada de él.

Swan había empezado a ponerse de pie para devolverle el grito, pero aquella noticia lo desconcertó por completo. La miró fijamente y vio las lágrimas de desesperación que asomaban a sus ojos. De nuevo, se sintió perdido.

– Ryan -Swan suspiró y sacó un puro-. Siéntate.

– ¡No! -Ryan le arrebató el puro de entre los dedos y lo tiró al suelo-. No voy a sentarme. No voy a sentarme y no voy a calmarme. Te estoy pidiendo que me ayudes. ¿Por qué no me miras? ¡Mírame! -le exigió descontrolada.

– ¡Te estoy mirando! -rugió Swan para defenderse-. Y no me gusta nada lo que veo. Ahora, haz el favor de sentarte y escucharme.

– No, estoy harta de escucharte y tratar de complacerte. He hecho todo lo que has querido que haga, pero nunca ha sido suficiente para ti. No puedo ser tu hijo: lo siento, no puedo cambiar eso -Ryan se cubrió la cara con las manos y se vino abajo por completo-. Sólo soy tu hija y necesito que me ayudes.

Sus palabras lo dejaron mudo. Las lágrimas lo desarmaron. No recordaba haberla visto llorar antes y, en todo caso, seguro que nunca lo había hecho tan apasionadamente. Se puso de pie y se sacó el pañuelo del bolsillo.

– Tranquila… -Swan le puso el pañuelo en las manos y se preguntó qué debía hacer a continuación. Carraspeó y miró impotente a su alrededor-. Yo siempre… yo siempre he estado orgulloso de ti.

Al ver que Ryan respondía recrudeciendo el llanto, metió las manos en los bolsillos y guardó silencio.

– Da igual -dijo ella contra el pañuelo. Se sentía avergonzada por lo que había dicho y por estar llorando-. Ya no importa.

– Te ayudaría si pudiese -murmuró Swan entonces-. Pero no puedo impedírselo. Aunque cancelase el programa y asumiese las demandas que la televisión y Atkins presentarían contra Producciones Swan, acabaría haciendo esa fuga en otro espectáculo.

Ryan se negaba a aceptar la cruda realidad.

– Tiene que haber alguna forma…

Swan dio un pasito hacia adelante. No se sentía cómodo hablando de esas cosas:

– ¿Él está enamorado de ti?

Ryan respiró hondo y se secó las lágrimas.

– Da igual lo que sienta por mí. No puedo pararlo.

– Hablaré con él.

– No, no serviría de nada. Perdona -Ryan negó con la cabeza-. No debería haber venido así. Estaba aturdida. Siento haber montado este numerito -añadió bajando la cabeza, al tiempo que arrugaba el pañuelo.

– Ryan, soy tu padre.

Ella lo miró a los ojos, pero mantuvo una expresión impenetrable.

– Sí.

Swan se aclaró la garganta y descubrió que no sabía qué hacer con las manos.

– No quiero que te disculpes por venir a verme -dijo. Ryan siguió mirándolo con frialdad. Swan se decidió a tocarle un brazo-. Haré lo que pueda para convencer a Atkins para que no haga esa fuga, si es lo que quieres.

Ryan exhaló un largo suspiro antes de sentarse.

– Gracias, pero tenías razón. Lo hará en otro espectáculo, de todos modos. Él mismo me lo dijo. Es que no soy capaz de aceptarlo.

– ¿Quieres que te sustituya Ross?

– No -Ryan sacudió la cabeza-. No, acabaré lo que he empezado. Esconderme no cambiará nada tampoco.

– Buena chica -dijo él complacido. Luego se quedó callado, vacilante, tratando de escoger las palabras adecuadas. Tosió y se ajustó la corbata-. En cuanto… el mago y tú… ¿Estáis pensando…? O sea, ¿debería preguntarle qué intenciones tiene?

Ryan no había imaginado que su padre fuese a ser capaz de hacerla sonreír en esos momentos.

– No, no hace falta -contestó. Vio la expresión de alivio de Swan y se levantó-. Me gustaría tomarme unas pequeñas vacaciones cuando todo esto termine.

– Por supuesto, te las has ganado.

– No te entretengo más -Ryan se giró, pero su padre le puso una mano en el hombro. Ella lo miró sorprendida.

– Ryan… -Swan no tenía muy claro qué quería decirle. De modo que se limitó a darle un pellizquito cariñoso-. Te invito a cenar.

Ryan se quedó boquiabierta. ¿Hacía cuánto que no cenaba con su padre? No conseguía recordarlo y, fuera como fuera, seguro que habría sido en una fiesta de empresa o en la gala de alguna entrega de premios.

– ¿A cenar? -repitió con cautela.

– Sí -contestó incómodo Swan, tan sorprendido con la invitación como Ryan. Por fin, le pasó una mano alrededor de la cintura y la acompañó hasta la puerta. ¡Qué pequeña era!, pensó de pronto-. Anda, lávate la cara. Te espero.

A las diez de la mañana siguiente, Swan terminó de releer el contrato con Atkins. Un asunto complicado, pensó. No sería fácil romperlo. Aunque tampoco tenía intención de llegar a ese extremo. No solo sería un mal negocio, sino un gesto inútil. Tendría que convencer a Atkins de alguna otra forma. Cuando sonó el interfono, puso el contrato boca abajo.

– El señor Atkins lo espera, señor Swan.

– Hágalo pasar.

Swan se puso de pie cuando Pierce entró y, tal como había hecho la primera vez, cruzó el despacho con la mano extendida.

– Pierce -lo saludó jovialmente-, gracias por venir.

– Señor Swan.

– Bennett, por favor -contestó éste al tiempo que lo invitaba a tomar asiento.

– Bennett -accedió Pierce mientras se sentaba. Swan ocupó un asiento frente a él y se recostó.

– Bueno, ¿satisfecho con cómo va todo? Pierce enarcó una ceja.

– Sí.

Swan sacó un puro. El señor Atkins parecía hermético, pensó malhumorado. No iba a ser una conversación sencilla. Lo mejor, decidió Swan, sería abordar el tema mediante una aproximación indirecta.

– Coogar me ha dicho que los ensayos van viento en popa. Está preocupado -dijo sonriente-. Es muy supersticioso. Le gusta que haya muchos problemas antes de rodar. Dice que casi te las arreglas tú solo para dirigir el espectáculo.

– Es un buen director -comentó Pierce con tranquilidad mientras lo observaba encenderse el puro.

– El mejor -enfatizó Swan-. Estamos un poco preocupados con el número que está preparando para cerrar la actuación.

– ¿Por?

– Esto es televisión, ya sabes -le recordó Swan con una amplia sonrisa-. Esa fuga es demasiado larga.

– No puedo hacerla en menos tiempo -contestó Pierce-. Estoy seguro de que Ryan te lo habrá dicho.

Swan lo miró a los ojos.

– Sí, me lo ha dicho. Vino a verme anoche. Estaba desquiciada.

Pierce se puso un poco tenso, pero mantuvo la mirada de Bennett.

– Lo sé. Lo siento.

– Mira, Pierce, somos personas razonables -Swan se echó hacia adelante y soltó una bocanada de humo-. Esa fuga tiene una pinta fantástica. El reto de las tres cajas fuertes es apasionante; pero con una pequeña modificación…

– Yo no modifico mis números.