Y lo mismo sucede con la mitad de tu pareja. Tu pareja tiene determinada cantidad de basura. Sabes que la tiene y le permites que sea ella quien se ocupe de limpiarla. Pero la querrás y aceptarás con toda su basura. Respetarás su basura. No mantienes una relación para limpiar la basura de tu pareja; que lo haga ella misma.
Aun en el caso de que tu pareja te pida ayuda, tienes la posibilidad de decirle que no. Decir no, no significa que no la ames o que no la aceptes; significa que no eres capaz o que no quieres jugar a ese juego. Por ejemplo, si tu pareja se enfada puedes decirle: «Tienes derecho a enfadarte, pero yo no tengo por qué estar enfadado porque tú lo estés. No he hecho nada para provocar tu enfado». No hay ningún motivo para aceptar el enfado de tu pareja, pero puedes permitirle que esté enfadada. No hay ninguna necesidad de discutir; sencillamente permite que sea quien es y que se cure sin intervenir. Y también es posible convenir que ella no interfiera en tu propio proceso de curación.
Digamos que eres un hombre, que eres feliz y que, por la razón que sea, tu pareja no es capaz de ser feliz. Tiene problemas personales; está ocupándose de su basura y se siente desgraciada. Como la amas, la apoyas, pero apoyarla no significa que tú tengas que ser infeliz sólo porque ella lo es. Ese no es apoyo de ninguna clase. Si ella es desgraciada y tú también empiezas a sentirte desgraciado, al final os hundiréis los dos. Ahora bien, si tú te mantienes feliz, esta felicidad será capaz de devolverle a ella la suya.
De la misma manera, si tú te sientes deprimido y ella es feliz, esa felicidad que ella siente será tu apoyo. Por tu propio interés, permite que sea feliz; ni tan siquiera intentes rebajar esa felicidad. Ocurra lo que ocurra en tu trabajo, no llegues a casa y le eches encima tu veneno. Quédate callado y hazle saber que no se trata de nada personal; sencillamente estás ocupándote de ti mismo. Dile: «Sigue siendo feliz, continua jugando y yo me uniré a ti cuando sea capaz de disfrutar de tu felicidad. Ahora mismo necesito estar a solas».
Si comprendes el concepto de la mente herida, comprenderás la razón por la que las relaciones románticas resultan tan complicadas. El cuerpo emocional está enfermo. Tiene heridas; tiene veneno. Cuando no somos conscientes de que estamos enfermos o de que nuestra pareja está enferma, nos volvemos egoístas. Las heridas duelen y tenemos que protegerlas incluso de la persona a la que amamos. Pero si somos conscientes de eso, podemos establecer unos acuerdos distintos. Cuando somos conscientes de que nuestra pareja tiene heridas emocionales y la amamos, indudablemente hacemos todo lo posible para no tocárselas. No la empujamos para que sane sus heridas y tampoco queremos que nos empuje a nosotros para que sanemos las nuestras.
Arriésgate y hazte responsable de establecer un nuevo acuerdo con tu pareja: no un acuerdo que hayas leído en un libro, sino un acuerdo que os funcione a vosotros. Si no va bien, sustitúyelo por otro nuevo. Utiliza tu imaginación para explorar nuevas posibilidades, para crear nuevos acuerdos que se basen en el respeto y el amor. La comunicación basada en el respeto y el amor es la clave para mantener vivo el amor y no aburrirse nunca en la relación. Se trata de encontrar tu voz y de nombrar tus necesidades. Se trata de confiar en ti mismo y en tu pareja.
Lo que vas a compartir con tu pareja no es la basura, sino el amor, la relación romántica, la comprensión. El objetivo que persigues para los dos es ser cada vez más felices, y para alcanzarlo es preciso tener cada vez más y más amor. Eres el hombre perfecto o la mujer perfecta, y tu pareja ese ser humano perfecto, del mismo modo que el perro es el perro perfecto. Si tratas a tu pareja con amor y con respeto, ¿quién saldrá beneficiado? Nadie más que tú.
Sana tu mitad y serás feliz. Si eres capaz de sanar esa parte de ti, entonces estarás listo para establecer una relación sin miedo, sin necesidad. Pero recuerda, sólo puedes curar tu mitad. Si mantienes una relación y trabajas en tu mitad y tu pareja trabaja en la suya, verás con qué rapidez se progresa. El amor es lo que te hace feliz, y si te conviertes en el sirviente del amor y tu pareja en la sirviente del amor, imagínate todas las posibilidades que se te abrirán. Llegará el día en que serás capaz de estar con ella sin sentir culpabilidad ni recriminaciones ni enfados ni tristeza. Ese día será maravilloso, te abrirás por completo sólo para compartir, para servir, sólo para dar tu amor.
Una vez que te decides a formar pareja estás ahí a fin de servir a la persona que amas, a la persona que eliges. Estás ahí para servir tu amor a tu amante, para serviros mutuamente. En cada beso, en cada caricia, sentís que ambos estáis ahí para satisfacer a la persona que amáis sin esperar nada a cambio. Más que de sexo, se trata de estar juntos. El sexo también se vuelve maravilloso, pero es completamente distinto. El sexo se convierte en una comunión; en una entrega absoluta, una danza, un arte, una suprema expresión de la belleza.
Puedes establecer un acuerdo que diga: «Me gustas; eres maravillosa y me haces sentir muy bien. Yo traeré las flores y tú la música suave. Bailaremos y ambos nos elevaremos hasta las nubes». Es precioso, es maravilloso, es romántico. Ha dejado de ser una guerra de control; ahora se trata de servirse. Ahora bien, sólo es posible hacer esto cuando el amor que te tienes a ti mismo es muy profundo.
VI. La cocina mágica
Imagina que tienes en tu casa una cocina mágica, que te proporciona la cantidad que desees de cualquier comida del mundo. Nunca te preocupas de lo que vas a comer, ya que puedes servir en la mesa cualquier cosa. Y como eres generoso, les ofreces a todos comida sin esperar nada a cambio. Alimentas a quienquiera que venga a verte por el mero placer de compartir lo que tienes, y tu casa siempre está llena de gente que se acerca para degustar la comida de tu cocina mágica.
Entonces, un día alguien llama a tu puerta, abres y te encuentras a una persona con una pizza en las manos, te mira y te dice: «Oye, ¿ves esta pizza? Te la doy si me permites controlar tu vida, sólo tienes que hacer lo que yo quiera. Y nunca te morirás de hambre porque yo te traeré una pizza cada día. Lo único que tienes que hacer es ser bueno conmigo».
¿Te imaginas tu reacción? Sólo con pedírselo a tu cocina obtendrás la misma pizza o incluso mejor, y esa persona te está ofreciendo comida a cambio de que hagas lo que ella quiera. Lógicamente te echarás a reír y le dirás: «¡No, gracias! No necesito tu comida; tengo toda la que quiero. Entra y te daré de comer sin pedirte nada a cambio, pero no voy a hacer lo que me pides. No me voy a dejar manipular a cambio de una pizza».
Ahora imagínate exactamente lo contrario. Llevas varias semanas sin probar bocado. Estás muerto de hambre y no tienes dinero para comprar comida. Entonces llega esa persona con la pizza y te dice: «Oye, aquí hay comida. Te la puedes comer si haces sencillamente lo que yo quiero». Hueles el aroma que desprende y estás hambriento. Decides aceptar y hacer cualquier cosa que esa persona te pida. Tras hincarle el diente, la persona te dice: «Si quieres más te daré más, pero tendrás que seguir haciendo lo que yo quiera».
Hoy has comido, pero mañana quizá no tengas qué llevarte a la boca, de modo que accedes a hacer todo lo que puedas para conseguir la comida. Y estás decidido a convertirte en un esclavo a cambio de la pizza, porque la necesitas y no la tienes. No obstante, pasado algún tiempo, empiezas a tener tus dudas. Dices: «¿Qué voy a hacer si no me trae la pizza? No seré capaz de vivir sin ella. ¿Y si mi pareja decide darle mí pizza a otra persona?».
Ahora imagínate que en lugar de comida hablamos de amor. El amor que hay en tu corazón es abundante. Tienes amor no sólo para ti, sino para el mundo entero. Amas tanto que no necesitas el amor de nadie. Compartes el amor sin condiciones; no te gusta el «si». Eres millonario en amor y si alguien llama a tu puerta para decirte: «Oye, aquí tengo amor para ti, te lo daré si haces lo que yo quiera», ¿cuál será tu reacción? Te reirás y dirás: «Gracias, pero no necesito tu amor. Tengo ese mismo amor aquí, en mi corazón, sólo que mejor y más grande, y comparto mi amor sin condiciones».