EL MIRMECOLEON
UN ANIMAL inconcebible es el mirmecoleón, definido así por Flaubert: "León por delante, hormiga por detrás, y con las pudendas al revés." La historia de este monstruo es curiosa. En las escrituras se lee:
"El viejo león perece por falta de presa" (Job, 4:11). El texto hebreo trae layish por león; esta palabra anómala parecía exigir una traducción que también fuese anómala; los Setenta recordaron un león arábigo que Eliano y Estrabón llaman myrmex y forjaron la palabra mirmecoleón.
Al cabo de unos siglos, esta derivación se perdió. Myrmex, en griego, vale por hormiga; de las palabras enigmáticas "El león-hormiga perece por falta de presa" salió una fantasía que los bestiarios medie-vales multiplicaron:
El fisiólogo trata del león-hormiga; el padre tiene forma de león, la madre de hormiga; el padre se alimenta de carne, y la madre de hierbas. Y éstos engendran el león-hormiga, que es mezcla de los dos y que se parece a los dos, porque la parte delantera es de león, la trasera de hormiga. Así conformado, no puede comer carne, como el padre, ni hierbas, como la madre; por consiguiente, muere.
LOS MONÓCULOS
ANTES de ser nombre de un instrumento, la palabra monóculo se aplicó a quienes tenían un solo ojo. Así, en un soneto redactado a principios del siglo xvii, Góngora pudo hablar del
Monóculo galán de Galatea.
Se refería, claro está, a Polifemo, de quien antes dijo en la Fábula:
Estos versos exageran y debilitan a otros del tercer
libro de la Eneida (alabados por Quintiliano) que a
su vez exageran y debilitan a otros del noveno libro
de la Odisea. Esta declinación literaria corresponde a una declinación de la fe poética; Virgilio quiere impresionar con su Polifemo, pero apenas cree en él, y Góngora sólo cree en lo verbal o en los artificios verbales.
La nación de los cíclopes no era la única que
tenía un solo ojo; Plinio (VII, 2) también hace
mención de los arimaspos, hombres notables por tener sólo un ojo, y éste en la mitad de la frente. Viven en perpetua guerra con los grifos, especie de monstruos alados, para arrebatarles el oro que éstos extraen de las entrañas de la tierra y que defienden con no menos codicia que la que ponen los arimaspos en despojarlos.
Quinientos años antes, el primer enciclopedista,
Heródoto de Halicarnaso, había escrito:
Por el lado del norte, parece que hay en Europa copiosísima abundancia de oro, pero no sabré decir dónde se halla ni de dónde se extrae. Cuéntase que lo roban a los grifos los monóculos arimaspos; pero es harto grosera la fábula para que pueda creerse que existan en el mundo hombres que tienen un solo ojo en la cara y son en lo restante como los demás (III, 116).
EL MONO DE LA TINTA
ESTE animal abunda en las regiones del norte y tiene cuatro o cinco pulgadas de largo; está dotado de un instinto curioso; los ojos son como cornalinas, y el pelo es negro azabache, sedoso y flexible, suave como una almohada. Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando que hayan concluido y se bebe el sobrante de la tinta. Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo.
WANG TA-HAI (1791)
EL MONSTRUO AQUERONTE
UN SOLO hombre, una sola vez, vio al monstruo Aqueronte; el hecho se produjo en el siglo XII, en la ciudad de Cork. El texto original de la historia, escrito en irlandés, se ha perdido, pero un monje benedictino de Regensburg (Ratisbona) lo tradujo al latín y de esa traducción el relato pasó a muchos idiomas y, entre otros, al sueco y al español. De la versión latina quedan cincuenta y tantos manuscritos, que concuerdan en lo esencial. Visía Tundali (Visión de Tundal) es su nombre, y se la considera una de las fuentes del poema de Dante.
Empecemos por la voz Aqueronte. En el décimo libro de la Odisea, es un río infernal y fluye en los confines occidentales de la tierra habitable. Su nombre retumba en la Eneida, en la Farsalia de Lucano y en las Metamorfosis de Ovidio. Dante lo graba en un verso:
Su la trista riviera d'Acberonte.
Una tradición hace de él un titán castigado; otra, de fecha posterior, lo sitúa no lejos del poio austral, bajo las constelaciones de las antípodas. Los etruscos tenían libros fatales que enseñaban la adivinación, y libros aqueró nacos que enseñaban los caminos del alma después de la muerte del cuerpo. Con el tiempo, el Aqueronte llega a significar el infierno.
Tundal era un joven caballero irlandés, educado y valiente, pero de costumbres no irreprochables. Se enfermó en casa de una amiga y durante tres días y tres noches lo tuvieron por muerto, salvo que guardaba en el corazón un poco de calor. Cuando volvio en sí, refirió que el ángel de la guarda le había mostrado las regiones ultraterrenas. De las muchas maravillas que vio, la que ahora nos interesa es el monstruo Aqueronte.
este es mayor que una montaña. Sus ojos llamean y su boca es tan grande que nueve mil hombres cabrían en ella. Dos réprobos, como dos pilares o atlantes, la mantienen abierta; uno está de pie, otro de cabeza. Tres gargantas conducen al interior; las tres vomitan fuego que no se apaga. Del vientre de la bestia sale la continua lamentación de infinitos réprobos devorados. Los demonios dicen a Tundal que el monstruo se llama Aqueronte. El ángel de la guarda desaparece y Tundal es arrastrado con los demás. Adentro de Aqueronte hay lágrimas, tinieblas, crujir de dientes, fuego, ardor intolerable, frío glacial, perros, osos, leones y culebras. En esta leyenda, el Infierno es un animal con otros animales adentro.
En 1758, Emanuel Swedenborg escribió: "No me ha sido otorgado ver la forma general del Infierno, pero me han dicho que de igual manera que el Cielo tiene forma humana, el Infierno tiene la forma de un demonio."
LOS NAGAS
Los NAGAS pertenecen a las mitologías del Indostán. Se trata de serpientes, pero suelen asumir forma humana.
Arjuna, en uno de los libros del Mahabharata, es requerido por Ulupi, hija de un rey naga, y quiere hacer valer su voto de castidad; la doncella le recuerda que su deber es socorrer a los infelices; y el héroe le concede una noche. El Buddha, meditando bajo la higuera, es castigado por el viento y la lluvia; un naga compasivo se le enrosca siete veces alrededor y despliega sobre él sus siete cabezas, a manera de un techo. El Buddha lo convierte a su fe.