UN ANIMAL SOÑADO POR KAFKA
Es un animal con una gran cola, de muchos metros de largo, parecida a la del zorro. A veces me gustaría tener su ¿ola en la mano, pero es imposible; el animal está siempre en movimiento, la cola siempre de un lado para otro. El animal tiene algo de canguro, pero la cabeza chica y oval no es característica y tiene algo de humana; sólo los dientes tienen fuerza expresiva, ya los oculte o los muestre. Suelo tener la impresión de que el animal quiere amaestrarme; si no, qué propósito puede tener retirarme la cola cuando quiero agarrarla, y luego esperar tranqui-lamente que ésta vuelva a atraerme, y luego volver a saltar.
FRANZ KAFKA: Hochzeitsvoreitungen auf dem Lande, 1953.
UN ANIMAL SOÑADO POR C. S. LEWIS
EL CANTO era fuerte ya, y la espesura muy densa, de manera que no podía ver casi a un metro delante de él, cuando la música cesó súbitamente. Oyó un ruido de ma-leza que se rompe. Se dirigió rápidamente en aquella dirección, pero no vio nada. Había casi decidido abando-nar su búsqueda cuando el canto recomenzó un poco más lejano. De nuevo se dirigió hacia él; de nuevo el que cantaba guardó silencio y lo evadió. Llevaría más de una hora jugando a esta especie d~ escondite cuando su esfuerzo fue recompensado.
Avanzando cautelosamente en dirección a uno de estos cantos fuertes, vio finalmente a través de las ramas floridas una forma negra. Deteniéndose cuando dejaba de cantar, y avanzando de nuevo con cautela cuando reanu-daba el canto, la siguió durante diez minutos. Finalmente tuvo al cantor delante de los ojos, ignorando que era es-piado. Estaba sentado, erecto como un perro, y era negro, liso y brillante; sus hombros llegaban a la altura de la cabeza de Ransom; las patas delanteras sobre las que esta-ba apoyado eran como árboles jóvenes, y las pezuñas que descansaban en el suelo eran anchas como las de un came-llo. El enorme vientre redondo era blanco, y por encima de sus hombros se elevaba, muy alto, un cuello como de caballo. Desde donde estaba, Ransom veía su cabeza de perfil; la boca abierta lanzaba aquella especie de canto de alegría, y el canto hacía vibrar casi visiblemente su lustrosa garganta. Miró maravillado aquellos ojos húme-dos, aquellas sensuales ventanas de su nariz. Entonces el animal se detuvo, lo vio y se alejó, deteniéndose a los pocos pasos, sobre sus cuatro patas, no de menor talla que un elefante joven, meneando una larga cola peluda. Era el primer ser de Perelandra que parecía mostrar cierto temor al hombre. Pero no era miedo. Cuando lo llamó se acercó a él. Puso su belfo de terciopelo sobre su mano y soportó su contacto; pero casi inmediatamente volvió a alejarse. Inclinando el largo cuello, se detuvo y apoyó la cabeza entre las patas. Ransom vio que no sacaría nada de él, y cuando al fin se alejó, perdiéndose de vista, no lo siguió. Hacerlo le hubiera parecido una injuria a su timidez, a la sumisa suavidad de su expresión, a su evidente deseo de ser para siempre un sonido y sólo un sonido, en la espesura central de aquellos bosques inexplorados.
Ransom prosiguió su camino; unos segundos más tarde, el sonido empezó de nuevo detrás de él, más fuerte y más bello que nunca, como un canto de alegría por su reco-lue brada libertad…
Las bestias de esta especie no tienen leche, y, cuando ido paren, sus crías son amamantadas por una hembra de otra especie. Es una bestia grande y bella, y muda, y hasta que la bestia que canta es destetada vive entre sus cachorros y está sujeta a ella. Pero cuando ha crecido se convierte en el animal más delicado y glorioso de todos los animales y se aleja de ella. Y ella se admira de su canto.
C. S. LEWIS: Perelandra, 1949.
EL ANIMAL SOÑADO POR EDGAR ALLAN POE
EN su Relato de Arthur Gordon Pym, de Nantucket, publicado en 1838, Edgar Allan Poe atribuyó a las islas antárticas una fauna asombrosa pero creíble. Así, en el capítulo XVIII se lee:
Recogimos una rama con frutos rojos, como los del espino, y el cuerpo de un animal terrestre, de conforma-ción singular. Tres pies de largo y seis pulgadas de alto tendría; las cuatro patas eran cortas y estaban guarnecidas de agudas garras de color escarlata, de una materia seme-jante al coral. El pelo era parejo y sedoso, perfectamente blanco. La cola era puntiaguda, como de rata, y tendría un pie y medio de longitud. La cabeza parecía de gato, con excepción de las orejas, que eran caídas, como las de un sabueso. Los dientes eran del mismo escarlata de las garras.
No menos singular era el agua de esas tierras australes:
Primero nos negamos a probarla, suponiéndola corrom-pida. No sé cómo dar una idea justa de su naturaleza, y no lo conseguiré sin muchas palabras. A pesar de correr con rapidez por cualquier desnivel, nunca parecía límpida, excepto al despeñarse en un salto. En casos de poco de-clive, era tan consistente como una infusión espesa de goma arábiga, hecha en agua común. Éste, sin embargo, era el menos singular de sus caracteres. No era incolora ni era de un color invariable, ya que su fluencia -proponía a los ojos todos los matices del púrpura, como los tonos de una seda tornasolada. Dejamos que se asentara en una vasija y comprobamos que la masa del líquido estaba separada en vetas distintas, cada una de tono individual, y que esas vetas no se mezclaban. Si se pasaba la hoja de un cuchillo a lo ancho de las vetas, el agua se cerraba inmediatamente, y al retirar la hoja, desaparecía el rastro. En cambio, cuando la hoja era insertada con precisión entre dos de las vetas, ocurría una separación perfecta, que no se rectificaba en seguida.
EL APLANADOR
ENTRE los años de 1840 y de 1864, el Padre de la Luz (que también se llama la Palabra Interior) de-paró al músico y pedagogo Jakob Lorber una serie de prolijas revelaciones sobre la humanidad, la fau-na y la flora de los cuerpos celestes que constitu-yen el sistema solar. Uno de los animales domésticos cuyo conocimiento debemos a esa revelación es el aplanador o apisonador (Bod.endrucker) que presta incalculables servicios en el planeta Miron, que el editor actual de la obra de Lorber identifica con Neptuno.
El aplanador tiene diez veces el tamaño del ele-fante, al que se parece muchísimo. Está provisto de una trompa algo corta y de colmillos largos y rectos; la piel es de un color verde pálido. Las patas son cónicas y muy anchas; las puntas de los conos pa-recen encajarse en el cuerpo. Este plantígrado va aplanando la tierra y precede a los albañiles y cons-tructores. Lo llevan a un terreno quebrado y lo nivela con las patas, con la trompa y con los col-millos.
Se alimenta de hierbas y de raíces y no tiene ene-migos, fuera de algunas variedades de insectos.
ARPÍAS
PARA la Teogonía de Hesíodo, las arpías son divi-nidades aladas, y de larga y suelta cabellera, más veloces que los pájaros y los vientos; para el tercer libro de la Eneida, aves con cara de doncella, garras encorvadas y vientre inmundo, pálidas de hambre que no pueden saciar. Bajan de las montañas y mancillan las mesas de los festines. Son invulnera-bles y fétidas; todo lo devoran, chillando, y todo lo transforman en excrementos. Servio, comentador de Virgilio, escribe que así como Hécate es Proserpina