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– Me llamo Scudder. Chance me llamó y estoy devolviendo su llamada.

Ella me dijo que esperaba hablar con él pronto y me pidió mi número de teléfono. Se lo di y le dije que estaría disponible la próxima hora. Colgué, subí a mi habitación y me eche en la cama.

Poco menos de un ahora después, el teléfono sonó.

– Soy Chance. Quiero agradecerle que devolviera mi llamada.

– Acabo de recibir los dos avisos hace menos de una hora.

– Me gustaría hablar con usted -dijo-. Cara a cara.

– De acuerdo.

– Estoy abajo. En el hall de su hotel. Creo que podríamos ir a tomar una copa o un café en el bar de la esquina, ¿le parece?

– De acuerdo.

DIEZ

Me dijo:

– Usted aún tiene la presunción de que fui yo quien la mato, ¿no es verdad?

– ¿Qué importancia pueden tener mis presunciones?

– La tienen para mí.

Plagié a Durkin.

– Nadie me paga para hacer presunciones.

Nos encontrábamos en un reservado en el fondo de un café situado a unos pasos de la Octava Avenida. Mi café era negro, el suyo un poco más claro que el tono de su piel. También pedí un «bollo a la plancha pensando que debía comer algo, pero fui incapaz de tocarlo.

– No fui yo quien la mató -terció.

– ¿Ah, sí?

– Tengo lo que podríamos llamar una coartada en profundidad. Yo me hallaba esa noche en una sala llena de gente que podrían testimoniar. En ningún momento me encontré cerca del hotel.

– Es práctico.

– ¿Qué quiere decir?

– Pues eso que digo.

– Está diciendo que pude pagar a alguien para que lo hiciera.

Me encogí de hombros. Me sentía incómodo sentado delante de él, pero sobre todo me sentía cansado. No tenía miedo de él.

– Sí, hubiera podido, pero no lo he hecho.

– Si lo dice usted.

– ¡Maldita sea! -exclamó, y bebió un poco de café-. ¿Representaba ella algo más para usted de lo que pretendió la otra noche?

– No.

– Simplemente la amiga de una amiga, ¿verdad?

– Eso es.

Me miró. Su mirada me cegaba.

– Usted se ha acostado con ella.

Antes que pudiera responder, dijo:

– Claro, eso es lo que hicieron. ¿Cómo si no iba ella a darle las gracias? Esa mujer sólo hablaba una lengua. Espero que no sea la única compensación que obtuvo, Scudder. Espero que ella no haya pagado sus honorarios en moneda de puta.

– Mis honorarios son cosa mía. Lo que pudo pasar entre ella y yo es cosa mía.

El asintió con la cabeza.

– Sólo estoy tratando de entender de dónde sale usted.

– Yo no salgo de ninguna parte. Hice un trabajo por el que he sido pagado en su totalidad. El cliente está muerto y yo no tengo nada que ver con ello, ni ello tiene nada que ver conmigo. Usted afirma que no tiene nada que ver con la muerte. Puede ser verdad y puede que no. No lo sé y no tengo por qué saberlo y, sinceramente, me importa tres cominos. Eso es un asunto entre usted y la policía. Yo no soy policía.

– Pero lo ha sido.

– Y ya no lo soy más. No soy poli, ni el hermano de la víctima, ni un ángel justiciero con su flameante espada. ¿Cree que me importa quién mató a Kim Dakkinen? ¿Lo cree verdaderamente?

– Sí.

Lo miré. Me dijo:

– Sí, no creo que este asunto le resbale. Está interesado en saber quién la ha matado. Por eso estoy aquí -esbozó una sonrisa reconciliadora-. Por eso quiero contratar sus servicios, Sr. Matthew Scudder. Quiero que averigüe quién la mató.

Me llevó un tiempo tomar en serio lo que decía. Luego hice todo lo que pude para disuadirle. Si había alguna pista para llegar hasta el asesino la policía tenía mejor oportunidad de encontrarla y seguirla. Tenían la autoridad, los efectivos, la capacidad, los contactos y los medios. Yo no tenía nada de eso.

– Se olvida de algo -terció Chance.

– ¿Sí?

– La policía no va a indagar. Ellos saben quien la mató. Como no tienen ninguna prueba eso no les sirve de nada, pero eso les sirve de escusa para no cansarse buscando. Pensarán: "sabemos que Chance ha sido quien la ha matado, pero como no lo podemos probar ocupémonos de otra cosa". Y Dios sabe que tienen mucho más trabajo que hacer. Y si se pusieran a indagar lo único que buscarían sería la forma de hacerme cargar con el muerto. Ni siquiera buscarían si existe otra persona en la tierra que pudiera tener alguna razón para desear su muerte.

– ¿Cómo quién?

– Eso es lo que usted tratará de averiguar.

– ¿Por qué?

– Por dinero -dijo y sonrió de nuevo-. No le estaba pidiendo que trabajara gratis. Tengo bastante dinero en efectivo. Puedo pagarle bastante bien.

– No es eso lo que quiero decir. ¿Por qué quiere que yo me encargue de este caso? ¿Por qué quiere encontrar al asesino, asumiendo que yo tuviera alguna oportunidad de encontrarlo? No es para sacarle del lío porque no está metido en ningún lío. La policía no tiene motivo para inculparlo y no parece que vayan a dar con ninguno. ¿Por qué tanto interés en que este caso no pase a la historia como no resuelto?

Su mirada era tranquila y firme cuando respondió:

– A lo mejor es que me preocupa mi reputación.

– ¿Cómo? Yo pensaba que su reputación sólo podría ganar. Para los de la calle ha sido usted quien la ha matado y la bofia no lo ha pescado. La próxima niña que quiera dejar su protección tendrá que pensárselo un poco más. Incluso si usted no tiene nada que ver con la muerte de Kim Dakkinen. No creo que desprecie semejantes atribuciones.

Golpeó dos veces la taza con el índice.

– Alguien ha matado a una de mis mujeres. No quiero que el asesino se salga con la suya.

– Ella no era suya cuando la mataron.

– ¿Y quién lo sabe? Usted lo sabía, yo lo sabía. ¿Lo sabía alguna de las otras? ¿Lo sabía la gente de los bares y de la calle? ¿Lo saben ahora? Para todo el mundo una de mis mujeres ha sido asesinada y el asesino se va a salir con la suya.

– ¿Y eso no es positivo para su reputación?

– En absoluto. Hay más cosas. Mis chicas tienen miedo. Kim ha sido asesinada y el tío que lo hizo aún anda por ahí, suelto. ¿Y si lo vuelve a hacer?

– ¿Asesinar a otra prostituta?

– A otra de mis chicas -dijo con el mismo tono-. Scudder, ese tío es un revólver cargado, y no sé a qué está apuntando. Quizá matando a Kim sea una forma de llegar hasta mí. ¿Cómo saber si otra de mis chicas no figura en la lista de las próximas víctimas? Sé una cosa, que mis negocios se están resistiendo. Para empezar les he dicho que no acepten citas en hoteles, eso es para novatas, y que rechacen a los clientes nuevos sino tienen un aspecto del todo normal. También podría haberles dicho que dejaran el teléfono descolgado.

El camarero se acercó con una jarra de café y rellenó nuestras tazas. Yo aún no había tocado el bollo a la plancha y la mantequilla fundida comenzaba a endurecerse. Le pedí que se lo llevara. Chance añadió un poco de leche a su café, lo que me hizo pensar en el día en que estaba sentado con Kim y ella bebía café con leche muy azucarado.

Dije:

– ¿Por qué yo, Chance?

– Ya se lo he dicho. La policía no se va a cansar. Yo sólo tengo un medio para que alguien se parta los cuernos resolviendo este asunto: pagando.

– Hay más gente que ejercen como detectives. Usted podría contratar toda una agencia y hacerles trabajar las veinticuatro horas del día.

– Nunca me gustaron los deportes de equipo. Prefiero ver a dos tipos cara a cara. Además usted está más o menos implicado en el asunto. Conocía a la mujer.

– No creo que sea una ventaja.

– Y yo lo conozco.

– ¿Porque me ha visto una vez?

– Y me gusta su estilo. Eso tiene su importancia.