– No. Pensé que Chance la había matado y por supuesto nunca creí que se pusiera a acabar también con sus amigas y conocidas. No, me di cuenta de que era hora de un descanso. Una semana en un hotel enfrente de una playa. Un poco de sol al mediodía, un poco de ruleta por la noche, y bastante música marchosa y bailarines de ensueño para disfrutar de un buen rato.
– Una decisión muy inteligente.
– A la segunda noche, me encontré con un tipo en una fiesta en la piscina. Estaba en el hotel de al lado. Un tío muy simpático, abogado, se había divorciado hacía año y medio, luego se había liado con alguien demasiado joven para él. Lo superó. Y he aquí que se tropieza conmigo.
– ¿Y?
– Y tuvimos un pequeño idilio maravilloso durante el resto de la semana. Paseos a lo largo de la playa, chapuzones, tenis, cenas de color de rosa, copas en mi terraza. Tenía una terraza que daba al mar.
– Aquí tienes una que da al East Rivers.
– No es lo mismo. Lo pasamos muy bien. Nuestros contactos fueron sensacionales. Pensaba que tenía que cortar con mi trabajo, sabes, actuar tímidamente. Pero tenía que actuar. Era tímida, y tuve que superar mi timidez.
– No le dijiste…
– ¿Bromeas? Por supuesto que no. Le dije que trabajaba en galerías de arte, que restauraba cuadros. Que trabajaba como freelance. Él lo encontró apasionante y me hizo muchas preguntas. Hubiera sido más fácil si le hubiera dicho algo más simple pero, ya ves, no quería que me encontrara simple.
– Entiendo.
Ella miraba sus manos posadas en sus rodillas. Su rostro no tenía ni una arruga pero los años empezaban a reflejarse en sus manos. Me pregunté cuántos años tendría, ¿treinta y seis, treinta y ocho?
– Él quería que nos volviéramos a ver aquí, Matt. No nos dijimos que era amor, nada parecido, pero teníamos el presentimiento de que nuestra relación podía desembocar en algo sólido.
El no quería dejar pasar la posibilidad de construir algo duradero. Vive en Merrick. ¿Sabes dónde queda?
– Sí, en Long Island. No está muy lejos de donde yo vivía antes.
– ¿Qué tal está?
– Algunas partes son muy bonitas.
– Le di un número de teléfono falso. El sabe mi nombre pero no figuro en la guía. No he sabido nada de él, ni creo que lo sepa. Me apetecía una semana de sol y un pequeño romance y eso es lo que tuve, pero me gustaría llamarle e inventarme alguna historia sobre lo del número de teléfono falso. Creo que encontraría algo convincente.
– Probablemente.
– ¿Pero para qué? Incluso podría convencerle para llegar a ser su mujer o su novia o algo parecido. Y podría abandonar este apartamento y arrojar mi libro de clientes a la chimenea. ¿Pero para qué? Vivo bien. Miro por mi dinero, siempre lo he hecho.
– Y lo inviertes -la recordé-. En inmobiliarias, ¿no? Edificios de apartamentos en Queens.
– No sólo en Queens. Me podría retirar ahora si tuviera que hacerlo y seguir viviendo cómodamente. Pero no tengo motivos para retirarme o para echarme un novio.
– ¿Por qué se quería retirar Kim Dakkinen?
– ¿Es eso lo que quería?
– No lo sé. ¿Qué motivo tenía para dejar a Chance?
Ella lo pensó un momento, movió la cabeza y respondió:
– Nunca se lo pregunté.
– Yo tampoco.
– Para empezar nunca entendí por qué una chica necesita un chulo, de manera que no necesito explicación cuando hay una gente que me dice se quiere desembarazar de él.
– ¿Estaba enamorada de alguien?
– ¿Kim? Pudiera ser. Ella nunca mencionó estarlo.
– ¿Pensaba irse de la ciudad?
– No me dio esa impresión. Pero aunque ese fuera el caso, no me lo hubiera dicho jamás.
– En nombre de Dios -dije, posando mi taza vacía sobre la mesita-. Ella estaba liada en algo con alguien. Desearía saber con quién.
– ¿Por qué?
– Porque es la única forma de encontrar a su asesino.
– ¿Piensas que es así?
– Por lo general sí.
– Suponte que mañana aparezco muerta. ¿Qué harías?
– Te enviaría flores.
– En serio.
– ¿En serio? Buscaría entre los abogados de Merrick.
– Debe de haber unos cuantos, ¿no crees?
– Sin duda. Pero supongo que no hay muchos que hayan pasado una semana en la Barbados este mes. ¿Dijiste que se hospedó en el hotel vecino al tuyo al borde del mar? No creo que sea muy difícil de encontrar o de probar que mantenía relaciones contigo.
– ¿Verdaderamente harías todo eso?
– ¿Por qué no?
– Porque nadie te iba a pagar.
Reí.
– Tú y yo somos viejos compañeros, Elaine.
Y así era. Cuando yo estaba en la policía, había entre nosotros una especie de acuerdo. Yo le echaba un cable cuando ella lo necesitaba, ya fuera problemas con la ley o con un cliente difícil. En contrapartida, cuanto tenía deseos de ella, estaba a mi disposición. Me pregunté de pronto si no habría jugado un papel de chulo o de amiguito. Ni lo uno ni lo otro. ¿Qué, entonces?
– ¿Matt? ¿Por qué te contrató Chance?
– Para averiguar quién la mató.
– ¿Por qué?
Pensé las razones que me había dado y respondí:
– Lo ignoro.
– ¿Por qué aceptaste el trabajo?
– Me hace falta el dinero, Elaine.
– Nunca te ha importado tanto el dinero.
– Por supuesto que sí. Tengo que ahorrar para mi vejez. Tengo un ojo puesto en esos apartamentos de Queens.
– Muy gracioso.
– Deberías hacer el trabajo de propietaria. Seguro que estarían encantados cuando pasaras a recoger los alquileres.
– Hay una financiera que se encarga de todo eso. Yo nunca veo a mis inquilinos.
– No deberías habérmelo dicho. Has arruinado mi película.
– Seguro.
Dije:
– Kim me llevó a la cama después de que terminara mi trabajo. Yo estaba en su casa y tras eso nos acostamos juntos.
– ¿Y?
– Era como una propina. Una forma cariñosa de dar las gracias.
– Es mejor que diez dólares por Navidades.
– Pero, ¿hubiera hecho verdaderamente eso, si estuviese enamorada de alguien? ¿Se acostó conmigo por capricho?
– Matt, te olvidas de algo.
Durante un momento ella tuvo el aspecto de una vieja sabia. Le pregunté qué era lo que olvidaba.
– Matt, era una fulana.
– ¿Eras una fulana cuando estabas en las Barbados?
– No lo sé -terció-. Quizás sí, quizás no. Pero lo que te puedo decir es que era enormemente dichosa cuando el último baile terminaba y nos íbamos a la cama juntos, porque por una vez sabía lo que hacía. Y mi trabajo consiste en acostarme con hombres.
Pensé un momento, luego dije:
– Cuando te llamé antes, me dijiste que te diera una hora, que no viniera de inmediato.
– ¿Y qué?
– ¿Lo dijiste porque esperabas un cliente?
– No era el contador de la luz, en todo caso.
– ¿Necesitabas ese dinero?
– ¿Necesitaba ese dinero? ¿Qué clase de pregunta es esa? Yo tomé ese dinero.
– Sin embargo no te hubiera hecho falta para pagar el alquiler.
– Y no hubiera tenido que desechar ninguna comida, ni llevar pantys con carreras. ¿A dónde quieres ir a parar?
– Así que has visto a ese tío porque eso es lo que haces.
– Supongo que sí.
– Ya, fuiste tú quien preguntó por qué acepte el trabajo.
– Es lo que haces.
– Algo así.
Pensó algo y rió. Dijo:
– Cuando Heinrich Heine, el poeta alemán, estaba convaleciendo…
– ¿Qué?
– Cuando estaba convaleciendo, dijo: "Dios me perdonará, es su trabajo”
– Muy inteligente.
– Supongo que en alemán suena mejor. Yo folio, tú investigas y Dios perdona -bajó los ojos-. Espero que él perdone. Cuando sea mi turno de dejarme caer en el barril, espero que no esté pasando el fin de semana en las Barbados.