Выбрать главу

Conté los billetes. Eran billetes de cien usados y había diez. Dejé cinco delante de mí sobre la mesa y le devolví los otros cinco. Sus ojos se abrieron un poco y llegué a la conclusión de que llevaba lentes de contacto, no había nadie que pudiera tener unos ojos de semejante color,

– Cinco por adelantado. Los otros cinco después, cuando el trabajo esté terminado.

– Trato hecho -replicó sonriendo ampliamente-. Aunque puede llevarse los mil de mano.

– No. Necesito motivarme para trabajar mejor. ¿Quiere otro café?

– Si usted también lo toma. Y creo que tomaré algo dulce. ¿Tienen postre aquí?

– El pastel de nueces es riquísimo. Y también lo son las tartas de queso.

– Me encantan los pasteles de nueces. Tengo pasión por los dulces pero no engordo ni un gramo. Tengo suerte, ¿no?

DOS

Había un problema. Para poder hablar con Chance primero me hacía falta encontrarlo y ella no sabía cómo llegar hasta él.

– No sé dónde vive -me dijo-. Nadie lo sabe.

– ¿Nadie?

– Ninguna de las niñas. Cuando dos de nosotras estamos juntas y él no está, ese suele ser nuestro principal tema de conversación. Intentamos adivinar donde vive. Me acuerdo que una noche, Sunny, una de sus niñas, y yo, nos juntamos sólo para cotillear. Nos imaginamos todo tipo de hipótesis, como que él vivía con su madre enferma en un asilo de Harlem, o que tenía una mansión en Sugar Hill, o que tenía una granja en las afueras a donde iba y venía todos los días. O que tenía un par de maletas en el coche con todas sus pertenecías y que dormía un par de horas en el apartamento de cualquiera de nosotras -pensó un momento-. Excepto que nunca duerme cuando está conmigo. Después de hacerlo se echa un momento, luego se levanta, se viste y se va. Un día me dijo que nunca puede dormir cuando hay otra persona en la habitación.

– Imagino que tendrán que verse de alguna manera.

– Tenemos un número de teléfono, pero se trata de un servicio de abonados ausentes. Se puede llamar las veinticuatro horas del día y siempre hay una operadora de servicio. El suele llamar regularmente. Cuando salimos, por ejemplo, llama cada media hora.

Ella me dio el número que anoté en mi agenda. Le pregunté donde guardaba el auto. No lo sabía. ¿Se acordaría de la matrícula?

Negó con la cabeza.

– Nunca presto atención a ese tipo de cosas. Tiene un Cadillac.

– Sorprendente. ¿Qué sitios frecuenta, habitualmente?

– No lo sé. Si quiero verlo le dejo un aviso. No voy por ahí buscándole. ¿Me pregunta si hay algún bar que frecuente? Va a muchísimos sitios, pero nunca asiduamente.

– ¿Qué tipo de actividades suele hacer?

– ¿Qué quiere decir?

– Si asiste a los partidos de béisbol, si apuesta. ¿Qué es lo que hace consigo mismo?

Hizo una pausa para estudiar la pregunta.

– Hace muchas cosas diferentes.

– ¿Como qué?

– Eso depende de la persona con la que está. A mí me gusta ir a los clubes de jazz, de manera que si está conmigo ahí es a donde vamos. Y es a mí a quien llama si quiere disfrutar de un espectáculo de ese tipo. Hay otra chica a la que ni siquiera conozco, pero sé que asisten a conciertos. Música clásica, Carnegie Hall y demás. A otra, a Sunny, le encantan los deportes y él la lleva a los partidos de béisbol.

– ¿Cuántas niñas tiene?

– Ni idea. Tiene a Sunny y a Nan, y ésa a la que le gusta la música clásica. Debe de haber otro par de ellas. Quizás más. Chance es muy reservado, sabe, no habla de sus asuntos.

– ¿Chance es el único nombre que conoce?

– Sí.

– Lleva con él, ¿cuánto? ¿tres años? Y lo único que sabe es la mitad de un nombre, sin dirección y el número de un servicio de abonados ausentes.

Bajó los ojos a las manos.

– ¿Cómo recoge el dinero?

– ¿En mi caso? De vez en cuando lo pasa a buscar.

– ¿Le avisa previamente?

– No necesariamente, algunas veces. O si no me llama y me pide que se lo lleve a un café o a un bar, o bien en una esquina donde me recoge con su auto.

– ¿Le entrega todo lo que gana?

Asintió con la cabeza.

– Él me puso el piso, paga la renta, el teléfono, la comunidad. Me lleva a las boutiques de moda y paga mis vestidos. Le gusta escoger mi ropa. Le doy todo lo que gano y él me devuelve un poco, ya sabe, dinero de bolsillo.

– ¿No sé queda con nada?

– Por supuesto que sí. ¿De dónde sino hubiera sacado los mil dólares? Sin embargo por gracioso que parezca no me quedo con mucho.

Cuando ella se marchaba el lugar se estaba llenando de empleados de oficinas. Ella consideró que había bebido bastante café y se había pasado al vino blanco. Tomó un vaso del que bebió la mitad de un viaje. Yo me conformé con mi café solo. Anoté su teléfono y dirección en mi agenda junto al número del servicio de abonados ausentes de Chace. Eso era todo lo que tenía. Más tarde o más temprano acabaría por echarle el guante y entonces tendríamos una pequeña charla, y si hiciera falta le daría un susto mayor del que pudiera dar a Kim, y si no, pues bueno en cualquier caso tendría quinientos dólares más de los que tenía esta mañana.

Cuando ella se marchó, terminé mi café y escurrí uno de los billetes de cien para pagar la cuenta. Armstrong se encuentra en la Novena Avenida entre la calle 57 y la 58, y mi hotel queda detrás de la esquina de la 57. Me encaminé hacía allí. En recepción pregunté si tenía algún mensaje o correo y llamé a Chance desde el teléfono de pago del hall. Una mujer respondió al tercer timbre, repitiendo las últimas cuatro cifras del número y preguntando si podía servirme en algo.

– Desearía hablar con el Sr. Chance.

– Espero hablar con él de un momento a otro -tenía una voz ronca y vieja de fumadora empedernida-. ¿Quiere dejar algún mensaje?

Le dejé ni nombre y el número de teléfono del hotel. Me preguntó la razón de la llamada. Le dije que se trataba de un asunto personal.

Cuando colgué sentí temblores que achaqué a la cantidad de cafés que había tomado durante la mañana. Me apetecía un trago. Podía hacer una parada en Polly's Cage, al otro lado de la calle, o pasarme por la tienda de licores unos pasos más abajo de Polly's y coger una botella de bourbon. Pensé: bueno, viejo, ahí fuera está lloviendo y tú no te quieres empapar. Dejé la cabina y me subí a mi habitación. Eché la llave, coloqué la silla junto a la ventana y me senté a contemplar la lluvia. La necesidad de beber desapareció al cabo de unos minutos. Luego volvió y de nuevo se fue otra vez. Durante una hora estuve yendo y viniendo, parpadeando como si se tratara de una luz de neón. Me quedé donde estaba, observando cómo caía la lluvia.

Serían las siete cuando tomé el teléfono de mi habitación y llamé a Elaine Mardell. Me encontré con su contestador automático y tras el pitido inicial dije:

– Hola, soy Matt. He visto a tu amigo y quiero agradecerte que me hayas recomendado. Espero que algún día te pueda devolver el favor.

Colgué y esperé otra media hora. Chance no se acordó de mí.

No tenía un hambre terrible pero me obligué a bajar en busca de algo para comer. Me acerqué hasta la hamburguesería de al lado y pedí una hamburguesa con patatas. Un tipo un par de mesas más allá, comía un sándwich acompañado de una cerveza y pensé pedir uno cuando la camarera me trajera la hamburguesa, pero para cuando llegó ya había cambiado de idea. Comí casi toda la hamburguesa, la mitad de las patatas y bebí un par de tazas de café. Luego pedí una tarta de ciruelas que devoré al instante.