Cuando me desperté el sol brillaba en la ciudad. Después de ducharme y rasurarme bajé a la calle. Para entonces el sol ya se había escondido detrás de un grupo de nubes. Aparecía y desaparecía, y así seguiría durante todo el día, parecía que el responsable no se quería comprometer.
Tomé un desayuno ligero, hice unas llamadas telefónicas, luego caminé hasta el pie del Galaxy. El empleado que había registrado a Jones no estaba de servicio. Yo había leído el proceso verbal de su interrogatorio y no esperaba sacar mucho más de él.
Un director adjunto me dejó echar un vistazo a la ficha de Jones. Este había escrito "Charles Owen Jones" al lado de "Nombre" y en "Firma" había escrito "C.O. Jones" en letras mayúsculas. Señalé esto al director adjunto que me dijo que la divergencia era común.
– Escriben su nombre entero en una línea y el abreviado en otra. Eso no es ilegal -me aseguró.
– ¿Pero esta no es su firma?
– ¿Por qué no?
Se encogió de hombros y me dijo:
– Hay personas que escriben todo con mayúsculas. El sujeto en cuestión hizo una reserva por teléfono, a continuación pagó por adelantado. En ese caso, yo no espero que mis empleados pongan en duda una firma.
No era eso lo que yo quería decir. Lo que me había chocado era que Jones se las había arreglado para evitar dejar una muestra de su propia caligrafía, eso me parecía interesante. Miré a la línea donde había escrito el nombre entero. Las tres primeras letras de Charles eran las mismas de Chance. Simple constatación que no quería decir nada. ¿Además, por qué tratar de sacar indicios comprometedores para mi propia clientela?
Le pregunté si el Sr. Jones había estado alguna otra vez en el Galaxy en los meses anteriores.
– No en el curso del último año -me aseguró-. Llevamos todos los registros por orden alfabético en nuestro ordenador. Uno de los inspectores ya lo ha comprobado. Si no tiene nada más que…
– ¿Cuántos más clientes hay que firmen su nombre con mayúsculas?
– No tengo ni idea.
– ¿Le importaría dejarme ver las fichas de los últimos dos o tres meses?
– ¿Qué espera descubrir?
– Otros tipos que escriban como éste, en letra de imprenta.
– Oh, no creo que pueda -dijo-. ¿Sabe cuántas fichas puede haber? Este es un hotel con seiscientas treinta y cinco habitaciones, señor…
– Scudder.
– Señor Scudder. Eso suma más dieciocho mil fichas por mes.
– Solo si los clientes se quedan solamente una noche.
– Normalmente están tres noches. Aún así son más de seis mil fichas por mes, doce mil en dos meses. ¿Se da cuenta de lo que llevaría mirar doce mil fichas?
– Una persona sola puede mirar dos mil fichas en una hora, teniendo en cuenta que sólo tienen que ojear la firma para ver si está escrita en letras mayúsculas. Estamos hablando de un par de horas, no más. Yo puedo hacerlo, o puede encargar a alguien que haga ese trabajo.
Negó con la cabeza.
– No puedo dar mi autorización -dijo-. No puedo. Usted es un particular, no es policía, y aunque quisiera cooperar, mi autoridad tiene un límite aquí. Si la policía presentara una demanda oficial…
– Me doy cuenta de que le estoy pidiendo un favor.
– Si yo estuviera en condiciones de hacerle ese tipo de favor…
– Ya sé que sería algo excepcional -insistí-. Y estoy dispuesto a pagar por el tiempo perdido y las molestias.
Esto habría servido en un hotel más modesto, pero aquí, perdía mi tiempo. No creo que se diera cuenta de que le estaba ofreciendo una propina. Repitió que estaría encantado de colaborar si la policía accediera a presentar esa demanda por mí. Esta vez no insistí. Le pregunté simplemente si me podía llevar la ficha de Jones el tiempo suficiente para ir a hacer una fotocopia.
– Nosotros tenemos una fotocopiadora -dijo encantado de ayudar en algo-. Espere un momento.
Volvió con una fotocopia. Le di las gracias y me preguntó si había algo más. Su tono sugería que estaba seguro de que no había nada más. Le dije que me gustaría echar un vistazo a la habitación en que murió.
– Pero si la policía ya ha terminado ahí arriba. La habitación está en obras. La moqueta tiene que ser cambiada, entiende, y las paredes han sido pintadas.
– De todas formas me gustaría verla.
– No hay nada que ver. Creo que hay obreros trabajando. Los pintores han terminado ya pero los de la moqueta…
– Yo no los interrumpiré.
Me dio la llave y me dejó subir solo. Encontré la habitación y me felicité de mi talento como detective. La puerta estaba cerrada con llave. Los obreros debían haberse ido a comer. La moqueta vieja había sido retirada y una nueva moqueta cubría un tercio del suelo, en una esquina se veían unos rollos esperando ser instalados.
No me entretuve mucho. Como el sujeto de abajo me había dicho no había nada que ver. La habitación no tenía ninguna señal de Kim. No había muebles. Las paredes estaban recién pintadas y el cuarto de baño relucía. Di una vuelta al lugar como lo hubiera hecho un vidente lúcido, tratando de captar las vibraciones a través de las yemas de mis dedos. Si había vibraciones presentes, me eludieron.
La ventana daba al centro de la ciudad. La vista estaba cortada por la fachada de los edificios más altos. Entre dos de ellos, distinguí el World Trade Center.
¿Tuvo Kim tiempo de mirar por la ventana? ¿Y Jones, miró antes o después?
Cogí el metro para ir al centro. El tren era nuevo, el interior estaba pintado en una agradable mezcla entre amarillo, naranja y beige. Los de los grafittis ya habían hecho su oportuna visita, dejando sus mensajes indescifrables hasta en el más mínimo recodo.
No vi a nadie fumando.
Me bajé en la calle 40 Oeste y caminé hasta llegar a Morton Street donde Fran Schecter tenía un pequeño apartamento en el último piso de un edificio de ladrillo de cuatro plantas. Llamé, me anuncié por el interfono y la puerta de la entrada se abrió.
La escalera era una colección de olores: olores de cocina en el primer piso, olores de gatos un poco más arriba, y el característico olor de la marihuana en el último piso. Estaba convencido de que se podía hacer un boceto de un edificio y de sus inquilinos a través de los aromas de la escalera.
Fran me estaba esperando en la puerta. Pero corto, rizado, de color castaño, enmarcada por un rostro de adolescente. Ella tenía una nariz menuda, boca mohína y unas mejillas de las que hubiera estado orgullosa una ardilla.
Me dijo:
– Hola, soy Fran. Usted es Matt. ¿Le puedo llamar Matt?
Le aseguré que podía, ella posó la mano sobre mi brazo y me hizo entrar.
En el interior el olor a marihuana era mucho más fuerte. El apartamento era un estudio. Una habitación larga con una pequeña cocina incrustada en la pared. El mobiliario consistía en un sillón plegable, un sofá de cojines, cajas de plástico de transportar botellas, que juntas hacían la función de biblioteca o de ropero, y una enorme cama de agua cubierta por una colcha de pieles de mentirijilla. Encima de la cama un poster representaba el interior de una habitación con una chimenea de donde surgía una locomotora.
Rechacé una copa pero acepté una lata de un refresco ligth. Me senté en el sofá de cojines, que resultó mucho más cómodo de lo que me pareció en un principio tras que me ofreciera el refresco.
– Chance me dijo que está investigando lo que le pasó a Kim y que no dudará en responder a cualquier pregunta que me hiciera.
Su voz hacía pensar en la de una joven intimidada, pero hubiera sido incapaz de decir si eso era verdad o simplemente lo fingía. Le pregunté si conocía bien a Kim.
– No muy bien. Sólo la he visto tres o cuatro veces. Algunas veces Chance lleva a dos chicas juntas a cenar o a ver un espectáculo. Es por eso que he visto a todas alguna vez. A Donna sólo la he visto una vez. Ella vive en su propio mundo. ¿Conoce a Donna? -negué con la cabeza-. Me cae muy bien Sunny. No sé si nos podemos llamar verdaderamente amigas, pero es a ella a quien llamo cuando tengo ganas de hablar con alguien. La llamo una o dos veces por semana, o es ella quien me llama y charlamos un rato.