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– ¿Nunca telefoneó a Kim?

– Oh, no. Ni siquiera tenía su número -pensó un instante, luego dijo-: Ella tenía unos ojos preciosos. Puedo cerrar mis ojos y ver los suyos en mi memoria.

Sus ojos eran enormes, entre marrones y verdes. Era pequeña, no lo haría mal de bailarina en una revista de Las Vegas. Vestía pantalones vaqueros teñidos con las perneras recogidas y una blusa rosa chillón que marcaba claramente sus pechos.

Ella no sabía que Kim quería dejar a Chance y esa noticia pareció interesarle mucho.

– Bueno, lo puedo entender -terció tras pensar un momento-. El no se preocupaba mucho por ella, y tú no quieres quedarte eternamente con un hombre que no se preocupa por ti.

– ¿Qué le lleva a pensar que él no se preocupaba por ella?

– Son pequeños detalles. Imagino que estaría a gusto cuando estaba con ella, la chica no le causaba problemas y le aumentaba la cuenta, pero él no tenía un trato especial hacia ella.

– ¿Y las otras chicas? ¿Tiene un trato especial con alguna chica?

– Se preocupa por mí.

– ¿Sólo por usted?

– Le gusta Sunny. A todo el mundo le gusta Sunny, te lo pasas muy bien con ella. Pero no sé si se preocupa por ella. Es como Donna, estoy seguro de que no se preocupa por Donna, aunque también es verdad que ella no se preocupa por él. Creo que es una cuestión de negocios por ambas partes. No creo que Donna se preocupe por nadie. No creo que ella se dé cuenta de que el mundo está habitado por seres humanos.

– ¿Y Ruby?

– ¿La ha visto?

Respondí que no. Ella prosiguió:

– Bueno, ella… cómo decirlo, es exótica. Por tanto ha de gustarle. Y Mary Lou's es muy inteligente y van a los conciertos y mierdas como el Lincoln Center, sabe, música clásica, pero eso no quiere decir que tenga un trato especial.

Se echó a reír. Cuando le pregunté qué le hacía gracia, me respondió:

– Oh, acabo de pensar que soy ese tipo de prostituta estúpida que se cree que es la única a la que su chulo ama. ¿Pero sabe por qué es? Porque soy la única con la que puede descansar. El sube aquí, se quita los zapatos y dice todo lo que se le pasa por la cabeza. ¿Sabe lo que es el Karma?

– No.

– Es algo que tiene que ver con la reencarnación. No sé si creerá en eso.

– Nunca pensé demasiado en ello.

– Bueno, yo sí creo en ello. Algunas veces pienso que Chance y yo nos hemos conocido en otra vida. No como amante necesariamente ni como marido y mujer, nada de eso. Tal vez como hermano y hermana, o quizá como si él fuera mi padre o yo fuera su madre. O pudimos haber sido del mismo sexo, porque eso es algo que cambia de una vida a otra. Pudimos haber sido dos hermanos, en fin, cualquier cosa.

El teléfono interrumpió sus especulaciones. Atravesó la habitación para responder a la llamada. Estaba de espaldas a mí con una mano en la cadera. No pude entender nada de lo que decía. Al cabo de un instante, ella tapó el auricular con la mano y se volvió hacia mí.

– ¿Matt? No quiero molestarlo, ¿pero cuánto tiempo calcula que se va a quedar?

– No mucho.

– Puedo decirle a alguien que venga dentro de una hora.

– Por supuesto.

De nuevo me dio la espalda. Terminó su conversación en voz baja y colgó.

– Es uno de mis habituales, un tipo muy simpático. Le dije que en una hora.

Volvió a sentarse. Le pregunté si ya tenía el apartamento cuando conoció a Chance. Me dijo que llevaba dos años y medio con Chance y que antes ella vivía en un apartamento más grande, en Chelsea, con otras tres chicas. Chance dispuso este apartamento para ella. Todo lo que tuvo que hacer fue trasladarse.

– Tan solo me traje los muebles -prosiguió-. Salvo la cama de agua que ya estaba aquí. Tenía una cama sencilla de la que me deshice. Y compré el poster de Magritte, pero las máscaras ya estaban aquí.

No había reparado en las máscaras. Tuve que volverme para poder verlas. Colgadas de la pared había tres máscaras talladas en ébano que representaban rostros llenos de solemnidad.

– Él lo sabe todo de ellas -me dijo-. De que tribu vienen y todo eso. Sabe mucho de esas cosas.

Le comenté que el apartamento no me parecía el más idóneo para el uso que hacía de él. En su rostro se dibujó una sonrisa interrogativa. Yo me expliqué:

– La mayoría de las chicas viven en edificios con portero, ascensor y demás.

– Ah, ya. No sabía que quería decir. Si, es verdad -sonrió ampliamente-. Aquí es otra cosa. Los clientes que vienen aquí no se consideran clientes.

– ¿Cómo es eso?

– Ellos piensan que son amigos míos. Piensan que soy una de esas tías saladas del Village; y es verdad. Y que ellos son mis colegas; y también es verdad. Sí, claro, ellos vienen aquí a acostarse conmigo, pero podrían hacerlo más rápido y más fácilmente en un salón de masajes, sin problemas y sin fatigas, ¿me entiende?

Pero aquí suben, se quitan los zapatos, se fuman un porro y es como si entraran en la bohemia, porque tienen que subir tres pisos a pie para luego revolcarse en una cama de agua. Lo que le quiero decir es que no soy una puta. Soy una amiguita. No cobro. Me dan dinero porque tengo una renta que pagar, sabe, no soy una tonta del Village que quiere hacer carrera en el teatro y que nunca lo conseguirá. Es verdad que nunca lo conseguiré, y me da igual, pero sigo asistiendo a clases de danza dos mañanas por semana y tengo una clase de expresión todos los martes por la noche, y tuve un papel en una comedia para principiantes, tres semanas seguidas en Tribeca. Representamos a Ibsen en Cuando los muertos se despiertan. ¿Y sabe qué? Tres de mis clientes vinieron a verme.

Me habló de la obra, luego del hecho de que sus clientes no sólo le daban dinero sino que le hacían regalos.

– Nunca tengo que comprar nada de alcohol. De hecho tengo que librarme de ello porque yo no bebo. Y no he comprado hierba en años. ¿Sabe quién me consigue la mejor hierba? Los tipos del Wall Street. Se compran unos cuantos gramos, nos fumamos un poco y me dejan el resto. Me gusta bastante fumar.

– Ya lo he notado.

– ¿Cómo?

– Por el olor.

– Ah, sí. Yo no lo noto porque estoy aquí, pero cuando salgo y luego entro, ¡puagg! Es como una amiga que tengo que tiene gatos y que jura que no huelen, pero ese olor es capaz de dejarte K.O. Lo que ocurre es que ella está acostumbrada. ¿Ha fumado alguna vez, Matt?

– No.

– No bebe, no fuma. Eso es formidable. ¿Quiere que le traiga otro refresco?

– No, gracias.

– ¿Está seguro? Esto… ¿le molesta si me fumo un canutito?

– Como no.

– Es que como va a venir este tipo, la maría me ayuda a entonarme.

Le dije que no me molestaba. Ella sacó una bolita de plástico de un estante que había encima de la cocina y lio uno con muestras de habilidad.

– Sin duda el querrá fumar -dijo.

Lio otros dos cigarrillos. Encendió uno, volvió a colocar todo en su sitio y volvió a sentarse en el sillón plegable. Fumó el cigarrillo hasta el final. Hablaba de su vida entre bocanadas. Luego apagó la colilla y la apartó para servirse de ella más tarde. Su comportamiento no pareció cambiar. Ella debía de haber fumado desde el comienzo del día y ya debía de estar colocada cuando yo llegué. Quizá la droga no tuviera ningún efecto visible sobre ella, como esos bebedores que no dan nunca impresión de estar bebidos.

Le pregunté si Chance fumaba cuando venía a verla, lo que le hizo reír.

– No bebe ni fuma jamás. Oiga, ¿es de eso de lo que se conocen? Frecuentan el mismo bar de no alcohólicos.