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– ¿De quién se trata? ¿De un novio?

– Algo así.

– Ella rompe con su chulo, entonces le dice al novio que se quiere ir con él y éste enloquece.

– Más o menos eso es lo que pienso.

– ¿Y la masacra con un machete? ¿Cree que eso cuadra con su teoría de un individuo que sabiamente decide permanecer con su mujer?

– No lo sé.

– Tiene la seguridad de que tenía un novio.

– No -admití.

– Esas fichas de registros, Charle O. Jones y demás alias, ¿cree que nos llevarán a algún sitio?

– Nunca se sabe.

– Eso no es lo que pregunto.

– Entonces mi respuesta es no, no creo que nos lleven a ningún sitio.

– Pero aún así, cree que vale la pena intentarlo, ¿verdad?

– Yo mismo hubiera mirado las fichas en el Galaxy. Hubiera estado todo el tiempo necesario si aquel tío me hubiese autorizado.

– Creo que nos podemos encargar de esas fichas.

– Gracias Joe.

– También creo que podemos ocuparnos de los otros hoteles; comprobar los clientes con el nombre de Jones de los últimos seis meses, ¿eso es lo que quiere?

– Sí, eso es.

– La autopsia muestra rastros de semen en la garganta y en el esófago. ¿Lo sabía?

– Sí, lo vi anoche en el informe.

– Para empezar él la obliga a hacerle un trabajito con la boca y luego la corta en pedacitos con un machete de excursión. ¿Y usted aún cree que fue un novio?

– El semen podría venir de un contacto anterior. No olvide que era una prostituta.

– Es posible. Sabe, podemos clasificar el semen en diferentes grupos, igual que se hace con la sangre. Supone una prueba indirecta. Pero tiene razón, dado su trabajo no podemos descartar un sospechoso porque su esperma no coincide a la perfección con el encontrado en la garganta de la víctima.

– Y en el caso contrario no significa una prueba contra él.

– No, pero yo le haría pasar un mal rato. Si ella se lo hizo con la boca pudo haber perdido algún pelo entre sus dientes. El problema es que ella era demasiado refinada.

– Quizá.

– Y mi problema es que comienzo a creer que estamos ante un caso serio, con un asesino corriendo en un callejón sin salida. Mi mesa está repleta de porquería que aún no he tenido tiempo de mirar y usted me está obligando a ocuparme de este caso.

– Piense en lo reconfortante que será aclararlo.

– Porque los méritos serán para mí, ¿verdad?

– Habrá que atribuírselos a alguien.

Aún me quedaban tres visitas: Sunny, Ruby y Marry Lou. Sus números estaban en mi agenda, pero por hoy ya estaba bien de rajar con prostitutas. Llamé al servicio de Chance, le dejé un aviso de que me llamara. Era un viernes por la noche, quizá estuviera en el Garden viendo cómo un par de críos se partían los morros.

A menos de que solamente fuera cuando Kid Bascomb estaba en el ring.

Saqué el poema de Donna y lo leí. En mi mente todos los colores del poema estaban recubiertos de sangre, de sangre viva e intensa. Recordé que Kim estaba viva en el momento en que el poema fue escrito. Entonces, ¿cómo explicar ese sentimiento de fatalidad que sentía a la lectura de los versos? ¿Había Donna presentido algo? ¿O veía algo en donde no había nada?

Donna se había olvidado de oro de los cabellos de Kim. A menos de que el sol ya cubriera esa faceta. Vi sus trenzas doradas alrededor de la cabeza que me recordaba a la medusa de Jan Keane. Sin pensarlo dos veces descolgué el teléfono y pedí que me pusiera con un número. Era un número que no marcaba en mucho tiempo, pero mi memoria me lo impuso al igual que un prestidigitador te obliga a sacar la carta que él quiere.

Tras sonar cuatro veces iba a colgar pero una voz grave y jadeante me hizo retroceder en mi idea.

– Jan -dije-, soy Matt Scudder.

– ¡Matt! Estaba pensando en ti hace menos de una hora. Espera un momento que acabo de entrar en casa. Déjame quitarme el abrigo… ya está. ¿Qué tal te va? Qué alegría más grande oírte.

– Todo va bien. ¿Y tú, cómo estás?

– Oh, todo me va sobre ruedas. Día a día.

Los eslóganes de las reuniones de A. A.

– ¿Sigues frecuentándolas?

– Sí, acabo de salir de una. ¿Y tú, cómo te las arreglas?

– No del todo mal.

– Eso está bien.

– ¿Qué día es hoy? ¿Viernes? Miércoles, jueves, viernes.

– Llevo tres días -dije.

– Matt, eso es estupendo.

No veía nada de estupendo en ello.

– Sin duda -afirmé.

– ¿Asistes a las reuniones?

– Más o menos. No sé si estoy preparado para ello.

Hablamos un rato. Ella dijo que quizá nos encontráramos en una reunión algún día. Le respondí que era posible. Ella llevaba sin beber más de seis meses y había hecho testimonio un par de veces. Le dije que me gustaría oír su historia algún día.

– ¿Oír mi historia? -dijo sobresaltada-. Pero hombre, si tú formas parte de ella.

Había vuelto a la escultura. La había dejado de lado cuando empezó a beber. Le resultaba difícil transmitir sus ideas en forma de barro. Pero lo intentaba, trabajando sin perder de vista que su objetivo principal era una vida de abstinencia.

¿Y yo qué? Pues bien, estaba con un caso, una investigación que llevaba a cabo para un conocido. No entré en detalles y ella no insistió… La conversación perdió intensidad y fue cortada por varios silencios. Finalmente le dije:

– Sólo quería llamarte para saludarte.

– Me alegra que me hayas llamado.

– Tal vez alguno de estos días nos veamos.

– Espero que sea verdad.

Colgué. Me vino el recuerdo de una noche, bebiendo en su buhardilla de Lispenard Street. La magia del alcohol nos excitaba el corazón. Cuántas noches dichosas como ésa pasamos juntos.

En las reuniones se oye a la gente decir: "el peor de mis días sobrios vale más que el mejor de mis días de ebrio". Y todo el mundo asiente con la cabeza como uno de esos perritos de plástico que venden en los puestos ambulantes de los portorriqueños. Pensé en aquella noche y miré la pequeña celda que me servía de habitación tratando de comprender por qué esta noche era mejor que aquélla con Jan.

Miré mi reloj. Las tiendas de licores estaban cerradas. Los bares seguirían abiertos durante una hora más.

Me quedé donde estaba. Fuera oí un coche patrulla ululando la sirena. El ruido se alejó. Los minutos pasaron hasta que el teléfono sonó.

Era Chance que con un tono de satisfacción me dijo:

– Ya he oído que se ha puesto en marcha. Me han informado de ello. ¿Han colaborado las niñas?

– Muy bien.

– ¿Empieza a aclarar algo?

– No es fácil de decir. Recoges una pieza por aquí, otra por allá y nunca sabes si van a encajar. ¿Qué es lo que se llevó del apartamento de Kim?

– Sólo dinero. ¿Por qué?

– ¿Cuánto?

– Doscientos dólares. Ella guardaba el dinero en el cajón de arriba de la cómoda. No era ningún escondite, simplemente el sitio donde lo guardaba. Revolví un poco para asegurarme de que no hubiera una suma importante por algún sitio, pero no encontré nada. No vi, ningún librillo de cheques o llaves de una caja de seguridad de un banco. ¿Y usted?

– No.

– ¿Tampoco vio dinero? Se lo pregunto por preguntárselo. Sé que el que lo encuentra se lo queda.

– No vi nada de dinero. ¿Eso es lo único que se llevó?

– También me llevé una fotografía que nos hicieron en un club nocturno. No vi razón alguna para dejarla a la policía. ¿Por qué?

– Me lo preguntaba porque como usted estuvo ahí una hora antes que la policía lo detuviera…

– La policía no me detuvo, yo me entregué voluntariamente. Y en efecto, estuve antes que la bofia llegase allí. Y menos mal que así fue, de otro modo los doscientos hubieran volado.