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Quizá. Le pregunté:

– ¿Se llevó el gato?

– ¿El gato?

– Ella tenía un gatito negro.

– Ah, sí, es verdad. Nunca pensé en el gato. No yo no me lo llevé. Pero si hubiera pensado en él, le hubiera puesto comida. ¿Por qué? ¿No está en la casa?

Le respondí que no, al igual que no estaba la litera. Le pregunté si estaba el gato cuando estuvo en el apartamento, pero él no lo sabía. No lo había visto, aunque tampoco se molestó en buscarlo.

– Además me apresuré, sabe. Salí en menos de cinco minutos. El gatito puede haberse frotado en mis tobillos sin que yo me enterara. ¿Qué importancia tiene? No fue el gato el que la mató.

– No.

– Usted no cree que se llevó el gato consigo al hotel, ¿verdad?

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– No lo sé. Ni siquiera sé por qué estamos hablando de ese gato.

– Alguien debió llevárselo. Alguien más entró en el apartamento después de que muriera y sacó al minino de ahí.

– ¿Está seguro de que no estaba allí hoy? Los animales se asustan, cuando ven a una persona que no conocen se esconden.

– El gato no estaba.

– Puede haberse escapado cuando los policías entraron. La puerta está abierta y psiiich el gato no está.

– Nunca oí que un gato escapara con su litera.

– Quizá algún vecino se lo llevara. Lo oyó maullar y pensó que tendría hambre.

– ¿Un vecino con llave?

– Hay gente que le deja una llave al vecino, por si acaso pierden la llave. O el vecino pudo haber pedido la llave al portero.

– Sí, eso debió ser lo que pasó.

– Tiene que ser.

– Mañana le preguntaré a los vecinos.

Emitió un ligero silbido y dijo:

– No se le escapa detalle, ¿verdad? Incluso algo tan pequeño como un minino. Usted es como un perro abalanzándose a un hueso.

– Así es como se debe hacer. Pecaca.

– ¿Cómo es eso?

– Pecaca -lo deletreé-. Quiere decir: Pesado que va de Casa en Casa.

– Me gusta. Repítamelo.

Lo dije de nuevo.

DIECIOCHO

El sábado era un buen día para ser un pesado e ir de casa en casa porque la gente está más tiempo en casa que durante la semana. Este sábado, el tiempo no era muy propicio para salir. Una lluvia fina caía de un cielo sombrío regando los rostros de los transeúntes debido al fuerte viento que soplaba.

El viento en Nueva York tiene a veces un comportamiento curioso. Los edificios altos lo rompen, dividiéndolo en vientecillos más pequeños que luego giran como una bola de billar inglés, con lo que rebota de forma imprevista y sopla de forma diferente de una manzana a otra. En la mañana y tarde de hoy siempre me lo encontraba de cara. Doblaba una esquina y él doblaba conmigo, siempre soplando frente a mí para airearme la lluvia mejor. Había momentos en que me parecía refrescante, en otros, con la cabeza entre los hombros y echado hacia adelante maldecía a los elementos y a mí mismo por ser tan estúpido de salir de casa en un día como hoy.

Mi primera parada fue en el apartamento de Kim donde saludé y pasé delante del portero llave en mano. El me era tan desconocido como yo lo debía ser para él; aún así, no puso en duda mi derecho a encontrarme ahí. Subí pues, y entré en el apartamento de Kim.

Quizá me quería asegurar de que el gato seguía sin aparecer. Nada me pareció haber cambiado y yo no vi ni gato ni litera. Mientras pensaba en ello registré la cocina. No encontré nada de alimentos para gatos, ni tierra para la litera, ni platillo para que el animal no desparrame la comida. No pude detectar olor alguno de gato y comenzaba a dudar de la existencia del animal.

Entonces en el frigorífico encontré un bote medio lleno de comida para mininos.

Victoria, pensé. El gran detective ha descubierto una pista.

No mucho después el gran detective encontró un gato. Recorrí todo el pasillo llamando a las puertas. No todos los vecinos estaban en sus casas a pesar de que era un sábado lluvioso, y las tres primeras personas que me abrieron ignoraban que Kim tuviera un gato y mucho menos cuál era su actual paradero.

La cuarta puerta que me abrió pertenecía a una tal Alice Simkins, una pequeña viejecita que se mostró muy reservada hasta que le hablé del gato de Kim.

– Oh, Panther -dijo-. Ha venido por Panther. No pensaba que nadie viniera a buscarlo. Pero, por favor, no se quede ahí fuera. Entre.

Ella me invitó a hundirme en una silla de respaldo alto, me trajo una taza de café y se disculpó por el exceso de mobiliario que llenaba la habitación. Era una viuda, según me dijo y se había trasladado de una casa de las afueras, y mientras se había librado de montones de cosas había cometido la equivocación de guardar demasiados muebles.

– Parece que esto es una carrera de obstáculos. Y no es que me haya mudado precisamente ayer; hace prácticamente dos años que vivo aquí. Pero como no es ninguna urgencia siempre lo voy demorando.

Se enteró de la muerte de Kim por un vecino. A la mañana siguiente, en la mesa de la oficina, pensó en el gato de la vecina. ¿Quién iba a alimentarle? ¿Quién iba a ocuparse de él?

– Tuve que esperar hasta la hora del almuerzo -dije-. No estaba tan loca como para dejar el trabajo con el pretexto de que un gatito iba a pasar hambre por una hora más. Cuando llegué aquí limpié la litera y le cambié el agua del tazón y luego, por la tarde, al volver de la oficina, me pasé otra vez por el apartamento y noté que nadie había venido a ocuparse de él. Durante la noche pensé en ese pobre animal y, a la mañana siguiente, cuando le llevé la comida, creía que sería mejor que me lo quedara en mi casa por el momento -en su cara se dibujó una sonrisa-. Parece haberse adaptado bastante bien. ¿Usted cree que la echa de menos?

– No lo sé.

– Yo no creo que me vaya a echar de menos, sin embargo yo sí lo voy a extrañar. Nunca he tenido un gato. Hace tiempo tuvimos perros. No creo que me gustara la idea de tener un perro en la ciudad, pero un gato no supone ninguna molestia. A Panther le operaron las uñas así que no puede estropear los muebles, aunque hay veces que desearía que pudiera arañar y estropear algunos muebles, sería una solución para decidirme a librarme de ellos -dejó escapar una risita-. Espero que me disculpe por haber cogido toda la comida del animal del apartamento, pero se lo entregaré todo junto. Panther debe estar escondido en alguna parte, pero estoy segura de poder encontrarlo.

Yo le aseguré que no había venido a por el gato, que ella podía quedarse con el animal si quería. Eso pareció sorprenderla y aliviarla. Pero si no había venido a por el animal, ¿cuál era el motivo de su visita? Le resumí mi papel en pocas palabras. Mientras asimilaba esa información le pregunté cómo había conseguido el acceso al apartamento de Kim.

– Oh, yo tenía una llave. Yo le había dado una llave de mi apartamento hace unos meses. Me ausenté durante un largo período y le pedí que regara mis plantas, poco tiempo después de mi regreso ella me dio la suya, pero no recuerdo por qué. ¿Acaso quería que alimentara a Panther? Realmente no me puedo acordar. ¿Cree usted que puedo cambiar su nombre?

– ¿Qué dice?

– Es que no me gusta mucho su nombre, pero no sé si se puede cambiar el nombre a un gato. No creo que se dé cuenta. De lo único que se da cuenta es del ruido del abrelatas eléctrico anunciando que la comida está servida -sonrió-. T.S. Elliot escribió que cada gato tiene un nombre secreto que sólo él conoce. Así que no creo que importe mucho como le llame.

Llevé la conversación al tema de Kim. Le pregunté si la conocía bien.

– No sé si puedo decir que éramos amigas. Si, éramos vecinas, buenas vecinas. Yo guardaba una llave de su apartamento, pero no creo que fuéramos verdaderas amigas.

– ¿Sabía que ella era una prostituta?

– No lo quería creer. Al principio pensaba que era modelo. Tenía el físico y los atributos para ello.