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Había visto a Kim una vez. No sabía verdaderamente mucho acerca de ella ni de las otras. Llevaba un cierto tiempo con Chance y su relación con él la beneficiaba.

Si Kim tenía un novio o no ella no lo sabía. No veía por qué una mujer iba a desear a dos hombres en su vida. Entonces tendría que dar el dinero a ambos.

Le sugerí que quizá Kim tuviera una relación especial con esa persona. El quizás le hiciera regalos. Esta idea la desconcertó.

– ¿Usted quiere decir un cliente? -me preguntó.

Respondí que era posible. Me dijo que un cliente nunca podría llegar a ser un novio o un amiguito. Un cliente era simplemente otro hombre en una larga lista de hombres. ¿Cómo poder sentir algo por un cliente?

Al otro lado de la calle. Mary Lou Bercker me sirvió una Coca-Cola y un plato con canapés de queso.

– ¿Así que conoce a la mujer Dragón? -me dijo-. Penetrante, ¿verdad?

– Eso es hablar suave.

– Tres razas mezcladas en una mujer absolutamente sensacional. Luego viene el choque. Abres la puerta y la casa está vacía. Venga un momento.

La seguí hasta la ventana, miré hacia donde señalaba.

– Esa es su ventana -dijo-. Puedo ver su apartamento desde el mío. Quizá piense que somos grandes amigas. Que estamos todo el día haciéndonos visitas para pedir una taza de azúcar o para comentar nuestros problemas con la menstruación. Algo normal, ¿no?

– Y no es así.

– Ella es muy amable. Pero no está en su sitio. No se relaciona.

Conozco un montón de clientes que han pasado por ahí. Yo le facilito el negocio. Por ejemplo, un tipo me cuenta que tiene una especial atracción por las orientales. O le cuento al tipo que hay una chica que le va a gustar. Pues bien, ¿a que no se lo imagina. No pierdo nunca un cliente. Quedan satisfechos, porque es verdad que es bella y exótica, y seguramente ella sabe como desenvolverse con ellos, pero no vuelven nunca. Van una vez y están contentos de haber ido. Dejan el número a sus amigos en vez de llamar ellos mismos. Estoy seguro de que tiene trabajo pero apostaría a que no sabe lo que es un cliente regular. Estoy convencido de que nunca ha tenido uno.

Era esbelta, morena, un poco alta. Sus rasgos eran precisos, sus dientes pequeños. Sus cabellos estaban peinados hacia atrás y recogidos en un moño. Llevaba gafas de piloto con los vidrios tintados de un ligero ámbar. El cabello y las gafas le daban un aspecto bastante severo del cual, ella, era perfectamente consciente. En un momento concreto me dijo:

– Normalmente, cuando me quito las gafas y me suelto el pelo, no tengo este aire de mujer fatal. Pero a mis clientes les gusta que las mujeres sean amenazadoras y agresivas.

A propósito de Kim me dijo:

– Apenas la conocía. No conozco a ninguna de ellas muy bien. Menudo equipo formamos. Sunny es la típica tía marchosa a quien le gusta pasárselo bien. Cree que ha dado un gran paso en la escala social convirtiéndose en prostituta. Ruby es una especie de adulta autista, virgen de todo contacto con la mente humana. Estoy seguro de que se queda con bastante dinero y de que uno de estos días va a volver a Macao o a Port Said a abrir un fumadero de opio. Chance sabe sin duda que ella chupa bastante, pero tiene suficiente frente como para dejarla.

Ella me tendió un canapé de queso, se sirvió uno a si misma, sorbió un poco de su vaso de vino tinto.

– Fran es una pequeña ingenua. Yo la llamo La Tonta de Village. En su casa la ilusión es una forma de arte. Tiene que fumar un tren entero de hierba para que esa ilusión que se ha creado no se destruya. ¿Un poco más de Coca-Cola?

– No gracias.

– ¿Está seguro de que no quiere tomar un poco de vino, o algo más fuerte?

Negué con la cabeza, una radio sonaba discretamente al fondo de la habitación, el dial estaba centrado en una cadena de música clásica. Mary Lou se quitó las gafas, las empaño con su aliento y las limpió con una servilleta de papel.

– Y luego está Donna -dijo-. La prostitución al servicio de la poesía. Pienso que los poemas son para ella lo mismo que la hierba para Fran. Sin embargo sus poemas no son nada malos.

Yo llevaba encima el poema de Donna. Se lo enseñé a Mary Lou. Lo leyó y su frente se arrugó. Le dije:

– No está acabado. Tiene que terminarlo.

– Yo me pregunto cómo saben los poetas que un poema está terminado. Ó los pintores, ¿cómo saben cuando parar? Me intriga simplemente, sabe. ¿El poema éste, es acerca de Kim?

– Sí.

– No sé lo que significa, pero siento que hay algo dentro.

Pensó un momento, inclinó la cabeza hacia un lado igual que un pajarito, luego prosiguió.

– Creo que en mi mente, Kim era el arquetipo de puta. La exótica rubia escandinava oriunda del norte del midwest, nacida para cruzar la vida en los brazos de un chulo negro. Pero déjeme decirle esto: no me sorprendí cuando me enteré que había sido asesinada.

– ¿Por qué no?

– No lo sé muy bien. Bueno, tengo que admitir que me chocó, pero no me sorprendió. Creo que esperaba un final de ese tipo para ella, un final brutal. No que fuera forzosamente víctima de un asesinato, pero víctima de la prostitución de una forma u otra. Suicidio, por ejemplo. O una de esas mortales combinaciones entre las píldoras y el alcohol. Eso no significa que tomara drogas o alcohol, al menos que yo supiera. Yo me esperaba un suicidio, pero un asesinato también entra dentro de los pronósticos para poner fin a su vida de puta. Porque, verdaderamente, yo no la veía seguir así por mucho tiempo. Una vez perdida esa inocencia aldeana no podía seguir así mucho tiempo más. Y no veía, tampoco, como pudiera haber salido de otra manera.

– Tenía la intención de dejarlo. Le había dicho a Chance que se quería descolgar.

– ¿Está seguro?

– Sí.

– ¿Y qué hizo él?

– Le dijo que era su decisión.

– ¿Así de simple?

– Eso es lo que parece.

– Y ella aparece muerta. ¿Cree que hay alguna relación?

– Creo que sí, que hay una relación. Creo que ella tenía un amiguito o un novio, y en ese amiguito está la relación. Creo que él fue la causa de que ella quisiera dejar a Chance y la causa de que fuera muerta.

– ¿Pero no sabe quién es?

– No.

– ¿Hay alguien que tenga una idea.

– No hasta el momento.

– Bien, no creo que le pueda ayudar a desvelar el misterio. No me acuerdo de cuándo fue la última vez que la vi, pero no recuerdo haber visto en sus ojos el brillo de un gran amor. De cualquier manera me parece lógico. Un hombre la metió en este tipo de vida. Ella tenía necesidad de otro hombre que la sacara.

A continuación me contó cómo se introdujo en el mundo de la prostitución. Así respondió a una pregunta que yo le pensaba formular.

Alguien le había señalado a Chance en una sala de exposiciones de Broadway. El estaba acompañado de Donna y la persona que se lo había señalado le había dicho a Mary Lou que era un chulo. Animada por un par de vasos de vino barato ofrecidos por los encargados de la sala se acercó a él, se presentó y le dijo que le gustaría hacerle una entrevista.

Ella no era en realidad una periodista. En aquella época vivía al lado de la calle 90 Oeste, con un hombre que trabajaba en algo incomprensible en Wall Street. El hombre en cuestión estaba divorciado, aunque aún perduraba una pequeña llama de amor hacia su ex mujer, además sus horrorosos niños venían a pasar los fines de semana con ellos. Las cosas no iban del todo bien. Mary Lou trabajaba como correctora en varias editoriales y había publicado un par de artículos en una revista feminista.

Chance acordó una cita, la llevó a cenar y ella acabó siendo la entrevistada. Estaban tomando unas copas cuando se dio cuenta de que le gustaría acostarse con él, más por curiosidad que por deseo. Antes de terminar de cenar, él le sugirió que renunciara a un artículo superficial y que escribiera algo real, una historia del mundo de la prostitución visto desde dentro. Él le había dicho que era fascinante. ¿Por qué no usar esa fascinación, sacar partido de ello, vivir plenamente esa vida para ver lo que le aportaba?