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Me quité la bata, me metí en la cama y fui incapaz de detenerme. Me vestí de nuevo en ropa de calle, usé el extremo de una lima de uñas como destornillador y desmonté el revólver para limpiarlo. Puse las piezas en un bolsillo y los cartuchos sin usar en otro junto a los dos cuchillos confiscados a mi agresor.

Ya era de día y el cielo aparecía despejado. Caminé hasta la Novena Avenida y luego hacia arriba hasta llegar a la calle 58, donde arrojé los dos cuchillos a una alcantarilla. Atravesé la calle y caminé hasta otra alcantarilla y me quedé parado un momento con las manos en los bolsos, una cerrada sobre los cartuchos, la otra tocando las piezas del revólver.

¿Por qué cargar con un arma de fuego que no vas a usar? ¿Por qué llevar un revólver inútil?

En el camino de vuelta a mi hotel me detuve en una tienda de ultramarinos. El cliente delante de mí compró dos paquetes de seis botellines cada uno de licor a base de malta. Yo compré cuatro barras de chocolate, comí una mientras caminaba y las otras tres en mi habitación. Luego saqué las piezas del revólver de mi bolso y lo monté de nuevo. Cargué cuatro de las seis recámaras y puse el arma en el cajón de la cómoda.

Me metí en la cama, me decidí a quedarme ahí, ya durmiera o no. La idea me hizo sonreír cuando sentí como me abandonaba el sueño.

VEINTINUEVE

El teléfono me despertó. Luché por salir del sueño, como un buceador subiendo a la superficie a respirar. Me senté tratando de abrir los ojos y recuperar el aliento. El teléfono seguía sonando y no podía figurarme de dónde venía ese maldito sonido. Luego lo entendí y respondí al aparato.

Era Chance.

– Acabo de leer el periódico -dijo-. ¿Qué es lo que piensa? ¿Es el mismo tipo que mato a Kim?

– Deme un minuto.

– ¿Estaba durmiendo?

– Estaba.

– Entonces no sabe de qué estoy hablado. Hubo otro asesinato, esta vez en Queens, un travestí callejero cortado en rodajas.

– Lo sé.

– Estuve allí, anoche.

– ¿En Queens?

Pareció impresionado

– Sí, en Queens Boulevard -le dije-. Con un par de polis. Es el mismo asesino.

– ¿Está seguro de eso?

– No tenían todas las pruebas médicas cuando estábamos allí. Pero, sí, estoy seguro de que es el mismo.

El reflexionó un momento, luego dijo:

– Entonces, lo de Kim fue tan sólo un infortunio. Ella se encontraba en el sitio equivocado en el momento equivocado.

– Quizá.

– ¿Sólo quizá?

Cogí mi reloj de la mesita de noche. Eran casi las doce.

– Hay ciertas cosas que no encajan -dije-. Al menos esa es la impresión que yo tengo. Anoche, uno de los polis me dijo que mi problema es que soy un testarudo. Sólo llevo un caso a la vez y no lo quiero dejar escapar.

– ¿Y entonces?

– Puede que tenga razón, pero aún quedan piezas sueltas. ¿Qué pasó con el anillo de Kim?

– ¿Qué anillo?

– Ella tenía un anillo con una piedra verde

– Un anillo… -dijo con un tono pensativo-. ¿Era Kim quien tenía ese anillo? Supongo que sí.

– ¿Qué pasó con él?

– ¿No estaba en su joyero?

– Sólo había un anillo de colegio. Un anillo del instituto de su pueblo.

– Sí, es verdad. Me acuerdo del anillo que habla. Una enorme piedra. Una piedra de cumpleaños o algo así.

– ¿De dónde lo sacó?

– De un sobre sorpresa, sin duda. Creo que ella me contó que se lo había comprado a sí misma. Una baratija, tío. Nada más que un vidrio verde.

Despedazad botellas de vino a sus pies

– ¿No era una esmeralda?

– ¿Está de guasa? ¿Sabe, tío, lo que cuesta una esmeralda?

– No.

– Más que los diamantes. ¿Qué importancia tiene ese anillo?

– Puede que ninguna.

– ¿Qué es lo que va a hacer?

– No lo sé -dije-. Sí Kim fue víctima de un sicópata que la escogió por puro azar, no creo que pueda hacer nada que no puedan hacer mejor los polis. Pero si hay alguien que no quiere que me ocupe de este caso, y hay un recepcionista de un hotel que tuvo tanto miedo que se fue de la ciudad, y hay un anillo desaparecido.

– Quizá eso no quiera decir nada.

– Quizá.

– ¿No había en la nota se Sunny algo acerca de un anillo que había teñido el dedo de alguien de verde? Tal vez fuera una baratija que manchó el dedo de Kim de verde, y se desembarazó de él.

– No creo que fuera eso lo que ella quería decir.

– ¿Qué quería decir entonces?

– No lo sé tampoco -tomé un respiro-. Desearía relacionar a Cookie Blue con Kim Dakkinen. Si soy capaz de eso quizá pueda encontrar al hombre que acabó con ambas.

– Es posible. ¿Asistirá a los servicios religiosos por Sunny mañana?

– Sí, allí estaré.

– Entonces ya lo veré allí. Espero que podamos hablar un rato cuando acabe la ceremonia.

– De acuerdo.

– Sí. ¿Qué tendrían en común Kim y Cookie?

– Creo recordar que Kim estuvo haciendo la calle durante un tiempo en Long Island.

– De eso hace años.

– También creo recordar que me dijo que tenía un chulo, un tal Duffy, ¿no es cierto? ¿Tendría Cookie un chulo?

– Es posible. Algunos travestís lo tienen. La mayoría de ellos no, por lo que sé. Pero me puedo enterar.

– Entérese, por favor.

– No he visto a Duffy en siglos. Creo que oí que había muerto. Pero preguntaré por ahí. Es difícil de imaginar que hay podido una relación entre una chica como Kim y una pequeña loca judía de la Isla.

Pensé en lo que me había dicho Durkin.

– Quizá fueran hermanas.

– ¿Hermanas?

– En el alma.

Tenía ganas de desayunar, pero cuando salí a la calle y compré el diario, comprendí en seguida que los huevos y el bacón no me iban a sentar bien. El Estrangulador del Hotel Suma su Segunda Víctima anunciaban los enormes titulares. Luego, en mayúsculas venía: Prostituta transexual despedazada en Queens.

Lo doblé y lo guardé bajo el brazo. No sabía lo que iba a hacer primero, comer o leer, pero mis pies tomaron la decisión por mí y antes que me diera cuenta me estaba caminando hacia el Y.M.C.A. de la calle 63 Oeste donde llegaría a tiempo para la reunión de las doce y media.

Qué demonios, pensé. El café es tan bueno allí como en cualquier otro sitio.

Salí de allí una hora después y desayuné en un bar griego, en la esquina de Broadway. Leí el diario mientras comía. Aparentemente eso había dejado de preocuparme.

No había, en el artículo, mucho que ya no supiera. La dirección de la víctima estaba en alguna parte al este del Village, de manera que supuse que vivía al otro lado del río, en Queens. Garfein había mencionado Florida Park, al límite del Condado de Nassau, pero era ahí donde había crecido. Según el Post, sus padres habían muerto en un accidente aéreo hace algunos años. El único familiar con vida de Mark/Sara/Cookie era un hermano, Adrian Blaustein, un vendedor de joyas que residía en Forest Hills, y que tenía sus oficinas en la calle 47 Oeste. Estaba en el extranjero y aún no le habían notificado la muerte de su hermano.

¿La muerte de su hermano, o de su hermana? ¿Cómo se relacionaba un pariente con otro que había cambiado de sexo? ¿Cómo un respetable hombre de negocios veía a un hermano transformado en hermana que hacía trabajos rápidos en los coches de sus clientes? ¿Que significaría la muerte de Cookie Blue para Adrian Blaustein?