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Nuestro ángel no es inmortal, ¿no es cierto? preguntó Ziller.

No repuso Kabe. No tenía claro lo que era un ángel, pero pensó que sería una grosería solicitar aquella información a Ziller o al Centro. No. No tiene reserva.

Feli Vitrouv formaba parte de la mitad aproximada de los voladores cuyas mentes no tenían registro para ser revividas si caían al suelo y se mataban. Aquel dato produjo una desagradable sensación en Kabe, solo de pensarlo.

Se llaman a ellos mismos los Desechables añadió.

Ziller guardó silencio durante unos segundos.

Resulta algo extraño que esta gente adopte epítetos que matarían por erradicar si les hubieran sido impuestos. Un reflejo amarillo anaranjado iluminó una parte del pulido casco de la nave. Existe una casta chelgriana denominada los Invisibles.

Lo sé.

Cierto, ¿cómo progresan sus estudios? preguntó Ziller, levantando la vista.

Ah, bastante bien. Solo he tenido cuatro días y tenía que terminar varios trabajos míos. Pero ya he empezado con ellos.

Se ha embarcado en una tarea poco envidiable, Kabe. Yo le ofrecería una disculpa de parte de mi especie, pero siento que sería algo superfluo, dado que eso es más o menos en lo que consiste todo el cuerpo de mi trabajo.

Ah, bien repuso Kabe, avergonzado. Sentir tanta vergüenza por uno mismo resultaba… bueno, vergonzoso.

Y en cuanto a esta gente dijo Ziller, señalando hacia el lado de la nave desde donde se vislumbraban las siluetas de los voladores, es un poco rara. Se recostó en su asiento y extrajo la pipa de uno de sus bolsillos .¿Nos quedamos aquí un rato para admirar el amanecer?

De acuerdo repuso Kabe.

Desde allí arriba, la vista abarcaba cientos de kilómetros de la plataforma de Frettle. El sistema estelar, Lacelere, seguía iluminándose progresivamente en un color amarillo, brillando a través de los continentes de aire en dirección contraria al giro galáctico, con un resplandor que borraba cualquier detalle de las tierras en las que aún reinaba la penumbra. En dirección al giro galáctico, bajo la confusa línea amplia y afilada, que iba menguando lentamente, de las plataformas totalmente iluminadas por la luz del día, y colgadas del cielo como un brazalete de perlas, emergían las montañas Tulier, cubiertas de nieve en las cimas. A la derecha, el paisaje se fundía hacia las sabanas, desapareciendo en la niebla. A la izquierda, se vislumbraban unas colinas en la lejanía azul, y el filo de un amplio estuario donde el Gran Río de Masaq se entregaba al mar de Frettle y a las aguas de más allá.

¿Cree que soy demasiado provocador con los humanos? preguntó Kabe, chupando insistentemente la pipa.

Me parece que usted les gusta contestó Kabe.

¿En serio? Ziller pareció decepcionado.

Los ayudamos a definirse. Y eso les gusta.

¿Definirse? ¿Nada más?

No creo que esa sea la única razón por la que les gusta que estemos aquí. Al menos, no en su caso, Ziller. Les damos un parámetro alienígena contra el que pueden calibrarse.

Mejor eso que ser mascotas de alta cuna.

Usted es diferente, querido Ziller. Lo llaman compositor Ziller, un apelativo jerárquico que nunca antes había oído. Se sienten orgullosos de que escogiera venir aquí; la Cultura en general y el Centro y el pueblo de Masaq en particular, obviamente.

Obviamente murmuró Ziller, insistiendo con la pipa aún apagada y contemplando el paisaje.

Usted es una estrella entre ellos.

Un trofeo.

En cierto modo, sí, pero muy respetado.

Tienen sus propios compositores. Ziller golpeó la cazoleta de su pipa con el ceño fruncido y chasqueó la lengua. Las Mentes, esas máquinas que tienen, podrían descomponer lo que quisieran y luego reunido a su antojo.

Pero eso sería hacer trampas repuso Kabe.

El chelgriano se encogió de hombros y emitió una especie de bramido que podía haber sido interpretado como una risa.

No me dejarán hacer trampas para evitar a ese puto emisario, no… Ziller miró fijamente al homomdano. ¿Hay alguna noticia nueva sobre ese asunto?

Kabe ya sabía, gracias al Centro de Masaq, que Ziller había ignorado solícitamente cualquier dato relacionado con el enviado que llegaría desde su hogar.

Han enviado una nave para traerlo o traerla hasta aquí repuso. Bueno, para iniciar el proceso. Aparentemente, hubo un cambio de planes de última hora en el lado chelgriano.

¿Y eso?

Según me han dicho, no lo saben. Había una cita concertada, que luego fue cambiada por Chel. Kabe guardó silencio durante unos segundos. Algo sobre los restos de una nave.

¿Qué nave?

Ah… mmm. Tendríamos que preguntar al Centro. ¿Hola, Centro? dijo, golpeando innecesariamente su anillo nasal con cierta vergüenza.

Kabe, aquí el Centro. ¿En qué puedo ayudarlo?

Esa nave naufragada donde recogen al enviado chelgriano…

¿Sí?

¿Tienes más detalles?

Era una nave articulada privada de Itirewein, de la facción de los Leales, que se perdió en las últimas fases de la guerra de Castas. Fue descubierta cerca de la estrella Reshref hace unas semanas. Se llamaba Tormenta de nieve.

Kabe miró a Ziller, que permanecía al tanto de toda la conversación. El chelgriano se encogió de hombros.

Nunca había oído hablar de ella.

¿Tenemos más información sobre la identidad del emisario que va a venir? preguntó Kabe.

Algo. Todavía no sabemos su nombre, pero por lo visto es, o era, un oficial militar moderado que luego entró en una orden religiosa.

Ziller gruñó.

¿De qué casta? preguntó con rudeza.

Creemos que se trata de un Entregado de la casa Itirewein. Debo señalar que existe cierto grado de incertidumbre en todos estos datos. Chel no ha proporcionado demasiada información al respecto.

No me digas respondió Ziller, mirando hacia atrás para contemplar el amarillo sol consumando su ascenso.

¿Y para cuándo esperamos la llegada del emisario? preguntó Kabe.

Para dentro de unos treinta y siete días.

De acuerdo. Muchas gracias.

No hay de qué. Tendrá noticias mías o del dron Tersono, Kabe. Los dejo en paz.