Claro que, como es natural, había, para casi todo el mundo en ocasiones y para algunas personas casi de forma constante, un caché casi incalculable en el hecho de haber visto, oído, olido, saboreado, sentido o en general experimentado algo que fuera de la forma más absoluta y definitiva real, sin que se interpusiera en el camino ninguna de esas despreciables tonterías virtuales.
El avatar lanzó un bufido.
—Lo están haciendo de verdad.
Se rió con un entusiasmo sorprendente, pensó Kabe. No era el tipo de cosa que te esperabas que hiciera una máquina, ni siquiera una representación con forma humana de una máquina.
—¿Haciendo qué? —preguntó.
—Reinventado el dinero —dijo el avatar con una amplia sonrisa y sacudiendo la cabeza.
Kabe frunció el ceño.
—¿Eso es posible?
—No, pero es posible en parte. —El avatar miró a Kabe—. Es un viejo refrán.
—Sí, lo sé. «Serían capaces de reinventar el dinero por esto» —citó Kabe—. O algo parecido.
—Eso. —El avatar asintió—. Bueno, pues para conseguir entradas para el concierto de Ziller prácticamente lo están haciendo. Hay personas que no soportan a otras y que las están invitando a cenar o reservan juntas cruceros por el espacio profundo; por todos los cielos, incluso acceden a ir de acampada juntas. ¡De acampada! —El avatar lanzó una risita—. La gente está intercambiando favores sexuales, han accedido a embarazos, han alterado su apariencia física para adaptarse a los deseos de sus parejas, han comenzado a cambiar de sexo para complacer a amantes, y todo para conseguir entradas. —Extendió los brazos—. ¡Qué maravilloso, extraño, romántico y bárbaro por su parte! ¿No le parece?
—Desde luego —dijo Kabe—. ¿Estás seguro del término «romántico»?
—Y, de hecho —continuó el avatar—, han llegado a acuerdos que van mucho más allá del trueque, una forma de liquidez sobre consideraciones futuras que tiene un parecido notable con el dinero, al menos tal y como yo lo entiendo.
—Extraordinario.
—Lo es, ¿verdad? —dijo la criatura plateada—. Uno de esas extrañas modas que surge por un instante, como un destello, del caos muy de vez en cuando. De repente todo el mundo admira la música sinfónica en directo. —Pareció perplejo durante unos segundos—. He dejado claro que en realidad no hay sitio para bailar. —Se encogió de hombros y luego dio un barrido con el brazo para señalar la vista—. Bueno, ¿qué le parece?
—Impresionante.
El estadio Stullien estaba casi vacío. Los preparativos para el concierto de esa noche iban según lo previsto y a buen ritmo. El avatar y el homomdano se encontraban al borde del anfiteatro, cerca de una batería de luces, láseres y morteros de efectos, cada uno de los cuales eclipsaba a Kabe y que al embajador se le parecieron mucho a armas.
Aquel día azul, fresco y despejado, solo tenía un par de horas de vida y el sol empezaba a salir detrás de los dos espectadores. Kabe apenas podía distinguir las sombras diminutas que el avatar y él arrojaban sobre un conjunto de asientos que tenían a cuatrocientos metros de distancia.
El estadio tenía más de un kilómetro de anchura: un coliseo con una escarpada inclinación de fibras de carbono entrelazadas y laminado de diamante transparente cuyos asientos y plataformas se centraban alrededor de un generoso campo circular que podía adaptarse para albergar varios deportes, una gran variedad de conciertos y otro tipo de espectáculos. Tenía un techo de emergencia, pero nunca se había usado.
Lo que daba sentido al estadio era que se encontraba al aire libre y si el tiempo tenía que ser de cierto tipo, bueno, entonces el Centro hacía algo que casi nunca hacía e interfería con la climatología utilizando su prodigiosa proyección de energía y su capacidad para manejar campos, manipulaba los elementos hasta que conseguía el efecto deseado. Semejante intromisión carecía de elegancia y pulcritud, y era torpe y coercitiva, pero se aceptaba que era lo que había que hacer para tener a la gente contenta, que era, en último caso, toda la razón de ser del Centro.
Técnicamente hablando, el estadio era una barcaza gigante especializada. Flotaba en el interior de una red de amplios canales, ríos que fluían con lentitud, lagos anchos y mares pequeños que se extendían por una de las plataformas continente más variadas de Masaq y a través y a lo largo de la cual podía desplazarse (aunque con bastante lentitud) para proporcionar una amplia selección de fondos que se podían ver entre la estructura en la que se apoyaba y sobre el borde del estadio, selección que incluía montañas irregulares salpicadas de nieve, acantilados gigantes, inmensos desiertos, selvas pobladas, imponentes ciudades de cristal, grandes cataratas y bosques de árboles dirigibles que se agitaban bajo las suaves brisas.
Para un evento especialmente salvaje había una pista de rápidos. Un río gigante y torrencial sobre el que el estadio podía descender como un flotador monstruoso para bajar por la garganta más grande del mundo, girando sobre sí mismo de una forma monumental, virando y meciéndose hasta que se encontraba con el inmenso remolino rodeado de acantilados del fondo, donde se limitaba a girar sobre una agitada espiral de agua, una columna que era absorbida y se hundía en un juego de bombas colosales capaces de vaciar un mar, hasta que uno de los superelevadores del Centro llegaba para devolverlo a pulso a su altura habitual, entre las vías fluviales de la parte superior.
Para la representación de esa noche, el estadio se iba a quedar donde estaba, en la punta de una pequeña península de las costas del lago Bandel, en la plataforma Guerno, a una docena de continentes en el sentido del giro galáctico de Xaravve. La punta de la península contaba con una serie de puntos de acceso subterráneos, varios edificios de apoyo y almacenes elegantemente disfrazados, una amplia explanada repleta de bares, cafés, restaurantes y otros locales de ocio, además de un muelle gigante con forma de repisa donde el estadio se sometía a cualquier tipo de mantenimiento o reparación necesaria.
Los sistemas estratégicos táctiles, de iluminación y sonido que incorporaba el estadio, incluso sin ningún tipo de optimización participativa personal, eran inmejorables, el Centro asumía la responsabilidad del resto de las condiciones externas.
El estadio era uno de los seis existentes, todos construidos de forma específica para proporcionar lugares a los eventos que debían celebrarse al aire libre. Estaban distribuidos por todo el mundo para que siempre hubiera uno en el lugar adecuado en el momento más conveniente, fueran cuales fueran las condiciones requeridas.
—Aunque, por supuesto —se sintió obligado a señalar Kabe—, podrías tener solo uno y luego ralentizar o acelerar el orbital entero para sincronizarlo.
—Ya se ha hecho —dijo el avatar con cierto desdén.
—Eso me había parecido.
El avatar levantó la cabeza.
—Ajá.