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Reynolds sostuvo en alto la cinta.

– Espero que esta cinta nos desvele qué ha ocurrido aquí y qué ha sido de Faith Lockhart.

– Cree que quizá ella matara a Ken? Si así fuera, habría que cursar orden de busca y captura en un abrir y cerrar de ojos -dijo Massey.

Reynolds sacudió la cabeza.

– Mi instinto me dice que ella no tuvo nada que ver. Pero lo cierto es que no lo sabemos. Comprobaremos el grupo sanguíneo y otros restos. Si corresponden a los de Ken, entonces sabremos que ella no ha resultado herida. Sabemos que Ken no llegó a utilizar su arma y que llevaba puesto el chaleco antibalas. Sin embargo, algo arrancó un trozo de su Glock.

Connie asintió.

– La bala que lo mató. Entró por la nuca y le salió por la cara. Ken había desenfundado el arma, probablemente a la altura de los ojos, la bala impactó en la misma y se desvió. -Connie tragó saliva-. Los restos que hay en la pistola de Ken confirman esta hipótesis.

Reynolds miró con tristeza al hombre y continuó con el análisis.

– Entonces, es posible que Ken se hallara entre Lockhart y el tirador, ¿no?

Connie asintió despacio con la cabeza.

– Un escudo humano. Creía que sólo el Servicio Secreto hacía esas estupideces.

– He hablado con el médico forense. No sabremos nada hasta que se practique la autopsia y veamos la trayectoria de la bala, pero es probable que se trate de un disparo de rifle. No es el tipo de arma que una mujer suele llevar en el bolso -apuntó Reynolds.

– Entonces, ¿los esperaba otra persona? -conjeturó Massey. -¿Y por qué entraría en la casa esa persona después de matar a Ken? -inquirió Connie.

– Tal vez Newman y Lockhart entraran en la casa -aventuró Massey.

Reynolds sabía que Massey no había trabajado en una investigación de campo desde hacía muchos años, pero era su SEI y no podía hacer caso omiso de sus suposiciones. Sin embargo, no tenía por qué estar de acuerdo con él.

Reynolds negó con la cabeza.

– Si hubiesen entrado en la casa, Ken no habría muerto en la entrada. Todavía estarían dentro de la casa. Interrogamos a Lockhart durante al menos dos horas. Como máximo, llegamos aquí media hora después que ellos. Y esas botas no eran de Ken, pero son botas de hombre, diría que un cuarenta y cinco. Debe de ser un tipo corpulento.

– Si Newman y Lockhart no entraron en la casa y las puertas no están forzadas, entonces la tercera persona disponía del código de acceso de la alarma. -El tono de Massey era claramente acusatorio.

Reynolds parecía abatida, pero no podía darse por vencida.

– Dado el lugar en el que Ken se desplomó, parece que acababa de salir del coche. Por tanto algo debió de asustarlo, antes de que desenfundara la Glock y se volviese.

Reynolds los condujo hasta la entrada.

– Aquí se ven las marcas de los neumáticos del coche. El suelo está bastante seco, pero las ruedas se hundieron en la tierra. Creo que alguien intentaba salir de aquí a todo trapo. Qué diablos, tan deprisa que se olvidó las botas.

– ¿Y Lockhart?

– Quizá el tirador se la llevó consigo -dijo Connie. Reynolds reflexionó por un momento.

– Es posible, pero no veo por qué querría llevársela. Le convenía matarla también.

– En primer lugar, ¿cómo es posible que el tirador conociese este lugar? -preguntó Massey y, acto seguido, respondió-: ¿Una filtración?

Reynolds había contemplado esa posibilidad desde el momento en que había visto el cadáver de Newman.

– Con el debido respeto, señor, no creo que ése sea el caso.

Massey, fríamente, enumeró las circunstancias con los dedos.

– Tenemos un cadáver, una mujer desaparecida y un par de botas. Si lo juntamos todo, parece que hay una tercera persona implicada. Explíqueme cómo llegó aquí esa tercera persona sin que alguien le proporcionase la información necesaria.

Reynolds respondió en voz may baja.

– Tal vez fuese una casualidad. Es un sitio solitario, idóneo para perpetrar un robo a mano armada. A veces sucede. -Respiró profundamente-. Pero si está en lo cierto y hay una filtración, no es completa. -Todos la miraron con curiosidad-. Salta a la vista que el tirador no estaba al tanto de nuestro cambio de planes a última hora, de que Connie y yo vendríamos aquí esta noche. En circunstancias normales, yo habría estado con Faith -aclaró Reynolds-, pero tenía otro caso entre manos. No salió como esperaba y, justo en el último momento, decidí unirme a Connie y venir aquí.

Connie miró hacia la furgoneta.

– Es cierto, nadie podía saberlo. Ni siquiera Ken lo sabía.

– Intenté contactar con Ken unos veinte minutos antes de llegar aquí. No quería aparecer de repente. Si él hubiera oído llegar un coche a la casita sin previo aviso, se habría asustado, y es posible que disparara primero y preguntara después. Con seguridad ya estaba muerto cuando lo llamé.

Massey se aproximó a Reynolds.

– Agente Reynolds, sé que se ha ocupado de esta investigación desde el principio. Sé que se le ha permitido usar este piso franco y el circuito cerrado de televisión para vigilar a la señora Lockhart. Comprendo lo difícil que le ha resultado llevar adelante este caso y ganarse la confianza de la testigo. -Massey se calló por unos instantes, como si estuviera eligiendo con sumo cuidado cada una de sus palabras. La muerte de Newman había sorprendido a todos, aunque los agentes solían correr muchos peligros. Aun así, todos sabían que se culparía a alguien-. Sin embargo, sus métodos no han sido del todo ortodoxos -prosiguió Massey-. Y ahora, un agente ha muerto.

La réplica de Reynolds no se hizo esperar.

– Tuvimos que hacerlo todo con mucha discreción. No podíamos rodear a Lockhart de agentes. Buchanan habría desaparecido antes de que consiguiéramos las pruebas suficientes para llevarlo a juicio. -Suspiró-. Señor, me ha pedido mis impresiones. Son éstas: no creo que Lockhart matara a Ken. Creo que Buchanan está detrás de todo esto. Tenemos que encontrar a Lockhart, pero debemos actuar con prudencia. Si cursamos una orden de busca y captura, entonces Ken Newman habrá muerto en vano. Y si Lockhart sigue viva, no lo estará durante mucho tiempo si el asunto sale a la luz.

Reynolds echó un vistazo a la furgoneta cuando las puertas se cerraban ante el cuerpo de Newman. Si ella hubiera escoltado a Faith Lockhart en lugar de Ken, probablemente ahora estaría muerta. Para un agente del FBI, la muerte, por muy remota que pareciese, siempre era una posibilidad. Si la mataran, ¿se olvidarían sus hijos de Brooklyn Dodgers Reynolds? Estaba segura de que su hija de seis años siempre se acordaría de «mami». Sin embargo, tenía sus dudas sobre David, su hijo de tres años. Si muriera, ¿hablaría David de ella, en el futuro, como de «su madre biológica»? El mero hecho de pensarlo le resultaba insoportable.

Un día había tomado la ridícula decisión de que le leyeran la mano. La pitonisa la había recibido con amabilidad, le había ofrecido una infusión y había charlado con ella, formulándole preguntas en un tono más bien despreocupado. Reynolds sabía que de este modo la pitonisa obtendría información sobre su pasado a la que luego añadiría la palabrería propia de su oficio mientras «veía» el pasado y el futuro de Reynolds.

Tras estudiar con detenimiento la mano de Reynolds, la pitonisa le había dicho que su línea de la vida era corta. De hecho, era muy corta, la más corta que jamás había visto. Mientras la mujer hablaba, observaba la cicatriz que Reynolds tenía en la palma de la mano. A los ocho años, Reynolds se había caído sobre una botella rota de Coca-Cola en el patio trasero de su casa.