– Éste es el mejor sistema de seguridad jamás inventado. Cuando se tiene un perro, ya no hay que preocuparse por los apagones, las baterías descargadas o las traiciones personales.
– Entonces tu plan es que nos quedemos aquí.
Lee levantó la vista.
– ¿Te apetece comer o beber algo? Será más agradable trabajar con el estómago lleno.
– Un té caliente me vendría bien. Ahora mismo soy incapaz de comer nada.
Al cabo de unos minutos estaban sentados a la mesa de la cocina. Faith sorbía una infusión mientras Lee se preparaba una taza de café. Max dormitaba debajo de la mesa.
– Tenemos un problema -empezó por decir Lee-. Cuando entré en la casita activé algún dispositivo, por lo que mis imágenes están en la cinta de vídeo.
Faith parecía aterrorizada.
– Dios mío, pueden encontrarnos de un momento a otro.
– Quizá sea lo mejor. -Lee la miró con dureza.
– ¿Y eso?
– No me dedico a colaborar con los criminales.
– Así que piensas que soy una criminal, ¿no?
– ¿Acaso no lo eres?
Faith toqueteó su taza de té.
– Trabajaba con el FBI, no contra ellos.
– De acuerdo, ¿qué querían de ti?
– No puedo responder a esa pregunta.
– En ese caso no puedo ayudarte. Vamos, te llevaré a tu casa. -Lee se levantó.
Faith le sujetó el brazo con firmeza.
– Espera, te lo ruego. -La idea de quedarse sola le helaba la sangre.
Lee se sentó de nuevo y aguardó, expectante.
– ¿Qué es lo que debo contarte para que me ayudes?
– Depende del tipo de ayuda que quieras. No pienso hacer nada que infrinja la ley.
– No te lo pediría.
– Entonces el único problema que tienes es que alguien quiere matarte.
Faith, visiblemente nerviosa, tomó otro sorbo de té mientras Lee la miraba.
– No sé si es buena idea que nos quedemos aquí sentados cuando sabemos que en cualquier momento pueden averiguar quién eres gracias a la cinta de vídeo -dijo Faith.
– Froté un imán contra el vídeo para intentar estropear la cinta.
Faith lo miró con un destello de esperanza en los ojos. -¿Crees que borraste las imágenes?
– No estoy seguro, no soy un experto.
– Pero, al menos, tardarán un poco en arreglar la cinta, ¿no?
– Eso espero, pero no olvides que no son precisamente un grupo de aficionados. El equipo de grabación tenía un sistema de seguridad incorporado. Si la policía intenta sacar la cinta a la fuerza es posible que se autodestruya. La verdad es que daría los cuarenta y siete dólares que tengo en el banco si pasara eso. Me gusta la intimidad. Pero ahora necesito que me pongas al corriente.
Faith no dijo nada. Se limitó a clavarle la vista, como si se le hubiera insinuado sin que ella le diese pie.
Lee ladeó la cabeza en su dirección.
– Vamos a ver. Yo soy el detective, ¿cierto? Haré varias deducciones y tú me dirás si estoy en lo cierto o no, ¿qué te parece? -Faith no contestó y Lee prosiguió-. Sólo vi cámaras en la sala. La mesa, las sillas, el café y las otras cosas también estaban allí. Accioné el láser o lo que fuera sin querer y, al parecer, eso puso en marcha las cámaras.
– Supongo que eso tiene sentido -comentó Faith.
– No, no lo tiene. Tenía el código de acceso de la alarma -repuso Lee.
– ¿Y?
– Pues que introduje el código y desactivé el sistema de seguridad. Entonces, ¿por qué seguía funcionando el dispositivo que activaba las cámaras? Tal como estaba instalado todo, incluso cuando el tipo que iba contigo desconectaba el sistema de seguridad, las cámaras debían de ponerse en marcha. ¿Por qué querría grabarse a sí mismo?
Faith parecía confundida.
– No lo sé.
– Vaya, o sea que tal vez te hayan grabado sin que lo supieras. Veamos, el lugar apartado, el complejo sistema de seguridad, los agentes del FBI, las cámaras y el equipo de grabación, todo apunta en la misma dirección. -Lee se calló mientras elegía las palabras que emplearía a continuación-. Te llevaron allí para interrogarte. Tal vez no estuvieran seguros de hasta qué punto cooperarías o creyeran que alguien intentaría matarte, así que querían grabar el interrogatorio por si acaso desaparecías del mapa.
Faith esbozó una sonrisa de resignación.
– Pues menudas dotes de adivinación, ¿no crees? Me refiero a lo de «desaparecer del mapa».
Lee se puso de pie y miró por la ventana mientras cavilaba. Acababa de ocurrírsele algo muy importante, algo que debió pensar mucho antes. Aunque no conocía a Faith, se sentía como un gusano por lo que iba a decirle.
– Tengo malas noticias para ti.
Faith parecía sorprendida.
– ¿A qué te refieres?
– El FBI iba a interrogarte. Seguramente también te hayan detenido para mantenerte bajo custodia. Uno de los suyos ha muerto al protegerte y creo que he herido al tipo que se lo ha cargado. Los del FBI tienen una cinta con imágenes mías. -Guardó silencio por unos instantes-. Tengo que entregarte.
Faith se levantó de un salto.
– ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes! Dijiste que me ayudarías.
– Si no te entrego, es probable que pase bastante tiempo en un lugar donde los tíos se hacen muy amigos de otros tíos. Como mínimo, perderé la licencia de investigador privado. Estoy seguro de que si te conociera mejor me dolería aún más tener que entregarte, pero, a fin de cuentas, entregaría incluso a mi abuela para ahorrarme todos esos problemas. -Se puso la chaqueta-. ¿Quién es la persona que responde de ti?
– No sé cómo se llama -respondió Faith con frialdad.
– ¿Tienes un número de teléfono?
– No serviría de nada. Dudo mucho que pudiera atender la llamada en estos momentos.
Lee la miró con recelo.
– ¿Acaso insinúas que el tipo que ha muerto es tu único contacto?
– Exacto. -Faith mintió sin la menor vacilación.
– Ese tipo era quien respondía de ti y ni siquiera se molestó en decirte su nombre. Ésas no son precisamente las normas del FBI.
– Lo siento, no sé nada más.
– ¿De veras? Mira, te diré lo que yo sé. Te he visto en la casita en otras tres ocasiones con una mujer. Una morena alta. Veamos, ¿la llamabas Agente X? -Lee se inclinó hacia el rostro de Faith-. Regla número uno para embusteros: asegúrate de que la persona a quien mientes no puede demostrar lo contrario. -Enlazó el brazo de Faith con el suyo-. Vámonos.
– Sabes, Adams, tienes un problema sobre el que tal vez no hayas pensado.
– ¿De verdad? ¿Te importaría hablarme de ello?
– ¿Qué es lo que vas a decirles a los del FBI cuando me entregues?
– No lo sé, ¿qué te parece si les cuento la verdad?
– De acuerdo. Analicemos la verdad. Me seguías porque alguien a quien no conoces ni sabrías identificar te lo había encargado. Eso significa que sólo contamos con tu versión. Lograste seguirme a pesar de que el FBI me había asegurado que nadie lo haría. Estuviste en la casa. Te han grabado. Hay un agente del FBI muerto. Utilizaste tu arma. Dices que disparaste contra otro hombre, pero ni siquiera tienes pruebas de que allí había otro hombre. Así que la verdad indiscutible es que tú y yo estábamos en la casa, disparaste y hay un agente del FBI muerto.
– La munición que acabó con el agente del FBI no puede cargarse en la recámara de mi pistola -replicó Lee enojado soltando el brazo de Faith.
– Entonces te deshiciste de otra pistola.
– ¿Por qué diablos querría llevarte conmigo? Si fuese el tirador, ¿por qué no te maté allí mismo?
– No estoy diciéndote lo que pienso, Adams. Me limito a señalar que el FBI podría sospechar de ti. Supongo que si no tienes antecedentes el FBI te creerá -apuntó y añadió con brusquedad-: Te seguirían la pista durante un año y luego, si no descubriesen nada, te dejarían tranquilo.