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Lee abrió otra puerta que había en la habitación y le hizo señas para que entrara. Nada más entrar, Faith topó con una pared. Cuando él entró, estaban realmente apretados, como si se encontrasen en una cabina telefónica. Lee cerró la puerta y los envolvió la oscuridad más densa que ella había sentido jamás.

– Hay una escalera de mano justo frente a ti -le susurró él al oído, sobresaltándola-. Aquí están los travesaños. -Lee le agarró la muñeca y le hizo tocar los escalones con los dedos-. Dame la bolsa y empieza a subir. Ve despacio. En estos momentos importa más el silencio que la velocidad. Te seguiré. Cuando llegues arriba del todo, párate y entonces yo te guiaré.

En cuanto comenzó a ascender, le dio un acceso de claustrofobia, y, puesto que se había desorientado, se mareó un poco. Era el momento perfecto para devolver todo lo que tenía en el estómago, aunque fuera bien poco.

Al principio, subió lentamente. Luego cobró seguridad y aligeró el paso. Pero entonces se saltó un peldaño, resbaló y se dio un golpe con la barbilla en uno de los travesaños. El brazo fornido de Lee la atrapó de inmediato y la sostuvo. Faith tardó unos instantes en recobrar el equilibrio, intentó no pensar en el dolor que sentía en la barbilla y continuó subiendo hasta que notó el techo sobre la cabeza y entonces se detuvo.

Lee todavía estaba un travesaño por debajo de ella. De repente, subió al mismo peldaño, con las piernas a ambos lados de las de Faith, de modo que las de ella quedaban entre las suyas. Se inclinó sobre ella haciendo un gran esfuerzo y Faith no estaba segura de qué es lo que quería hacer. Como tenía el pecho apretado contra los peldaños, cada vez le costaba más respirar. Por un momento horroroso, pensó que la había llevado hasta allí para violarla. Entonces un chorro de luz la golpeó desde arriba y Lee se separó de ella. Faith levantó la vista, parpadeando. La visión del cielo azul tras el terror de la oscuridad era tan maravillosa que le entraron ganas de gritar de alivio.

– Sube a la azotea, pero quédate agachada, lo más agachada que puedas -le musitó Lee al oído.

Ella subió, se puso a cuatro patas y miró en torno a sí. La azotea del viejo edificio era llana, con una superficie de grava y alquitrán. Había varios aparatos de calefacción antiguos y voluminosos y otros de aire acondicionado más modernos. Les servirían para ocultarse; Faith se deslizó y se agachó junto al más cercano. Lee todavía estaba en la escalera. Aguzó el oído y luego echó un vistazo al reloj. El hombre de UPS habría llegado a la puerta de su apartamento en esos momentos. Llamaría al timbre y esperaría a que Lee abriese. Les quedaban unos treinta segundos antes de que el tipo se diera cuenta de que no había nadie. Lo idóneo sería disponer de más tiempo y encontrar la manera de atraer a las otras fuerzas que Lee sabía que estaban en el exterior del edificio. Extrajo el teléfono del bolsillo y marcó un número a toda prisa.

Cuando la persona respondió, Lee dijo:

– Señora Carter, sov Lee Adams. Escúcheme, quiero que deje a Max en el pasillo. De acuerdo, sé que acabo de dejárselo. Sé que subirá a mi apartamento. Eso es lo que quiero. Yo, esto, olvidé ponerle la inyección que necesita. Por favor, dése prisa, necesito salir de aquí lo antes posible.

Se guardó el móvil en el bolsillo, subió las bolsas, luego salió por la abertura y cerró la trampilla tras de sí. Inspeccionó la azotea con la vista y localizó a Faith. Agarró las bolsas y se deslizó hasta donde ella estaba.

– Tenemos poco tiempo.

Sonaron unos ladridos y Lee sonrió.

– Sígueme -le indicó a Faith.

Agachados, se aproximaron al saliente del tejado. La azotea del edificio contiguo al de Lee estaba un metro y medio más abajo. Le hizo señas a Faith para que lo tomara de las manos. Ella obedeció y Lee la ayudó a descender por el saliente, sujetándola bien fuerte hasta que sus pies tocaron el suelo. En cuanto él hubo bajado, oyeron gritos que procedían del edificio de Lee.

– Muy bien, ya han comenzado el asalto total. Pasarán por la puerta y activarán la alarma. No tengo contratada la opción de comprobación de llamada por parte de la empresa de seguridad, así que la policía no tardará en llegar. Dentro de unos minutos se armará una buena.

– ¿Y qué hacemos mientras tanto? -preguntó Faith.

– Tres edificios más y luego bajamos por la escalera de incendios. ¡Andando!

Unos minutos después, salieron corriendo de un callejón y enfilaron una tranquila calle de las afueras flanqueada por varios edificios de apartamentos de poca altura. Había coches aparcados a ambos lados de las calles. Faith oyó, al fondo, que alguien jugaba al tenis. Divisó una cancha rodeada de pinos altos en un pequeño parque situado frente a los bloques de apartamentos.

Faith notó que Lee observaba la hilera de coches aparcados junto a la acera. Luego corrió hasta la zona del parque y se inclinó. Al erguirse tenía una pelota de tenis en la mano, una de las muchas que habían caído allí a lo largo de los años. Cuando Lee regresó al lado de Faith, ella vio que estaba haciendo un agujero en la pelota de tenis con la navaja.

– ¿Qué haces? -le preguntó.

– Sube a la acera y camina con tranquilidad. Y mantén los ojos bien abiertos.

– Lee…

– ¡Hazlo, Faith!

Ella dio media vuelta, subió ala acera y avanzó al mismo paso que Lee, que iba por la otra acera escrutando con la mirada todos los coches aparcados. Por fin, él se detuvo junto a un modelo lujoso que parecía nuevo.

– ¿Hay alguien mirándonos? -preguntó.

Faith negó con la cabeza.

Lee se acercó al coche y apretó la pelota de tenis contra la cerradura, con el agujero de la pelota orientado hacia la puerta. Faith lo miró como si estuviera loco.

– ¿Qué haces?

Por toda respuesta, Lee golpeó la pelota de tenis con el puño, expulsando todo el aire alojado en la misma hacia el interior de la cerradura. Faith, boquiabierta, vio que las cuatro puertas se abrían.

– Cómo lo has hecho?

– Entra.

Lee se deslizó al interior del coche y Faith hizo otro tanto. Lee agachó la cabeza bajo la columna de dirección y encontró los cables que necesitaba.

– A estos coches nuevos no se les puede hacer el puente. La tecnología… -Faith se calló al oír que el coche arrancaba.

Lee se incorporó, puso el coche en el modo marcha y se alejó del bordillo. Se volvió hacia Faith.

– ¿Qué?

– Vale, ¿cómo es posible que la pelota de tenis sirviera para abrir el coche?

– Tengo mis secretos profesionales.

Mientras Lee esperaba en el coche con la mirada alerta, Faith logró entrar en el banco, explicar lo que quería al director adjunto y firmar, todo ello sin desmayarse. «Calma, chica, cada cosa a su tiempo», se dijo. Por suerte, conocía al director adjunto, quien estudió con curiosidad su nuevo aspecto.

– La crisis de la mediana edad -dijo Faith respondiendo a su mirada-. Decidí que necesitaba un aspecto más juvenil y desenfadado.

– Le sienta bien, señorita Lockhart -respondió él con cortesía.

Faith lo vio sacar su llave, introducirla junto con la copia del banco en la cerradura y extraer la caja. Salieron de la cámara y él depositó la caja en el interior de una cabina situada frente a la cámara reservada para los usuarios de las cajas de seguridad. Mientras el director adjunto se alejaba, Faith no le quitó ojo.

¿Era uno de ellos? ¿Llamaría a la policía, al FBI o a quienquiera que estuviera matando gente por ahí? En cambio, el director adjunto se sentó a su escritorio, abrió una bolsa blanca, sacó una rosquilla glaseada y comenzó a devorarla.