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– No hace falta que me convenzas, Danny. Pero aquí la gente también cuenta hasta el último centavo. Los días de las vacas gordas se han acabado -dijo Milstead con solemnidad.

– Mis clientes apenas tendrán para comer. No les niegues la ayuda.

– Escúchame, no presentaré el proyecto de ley.

En el Senado, si un presidente no quiere que un proyecto de ley salga de la comisión, sencillamente no lo presenta en las sesiones, que era lo que sugería Milstead. Buchanan ya había participado en ese juego otras veces.

– Pero Pickens podría salirse con la suya esta vez -repuso

Buchanan-. Se rumorea que hará lo que sea para que se acepte

la propuesta. Y es probable que encuentre un público más comprensivo en el hemiciclo que en la comisión. ¿No sería mejor

posponer la propuesta y presentarla fuera de sesión? -sugirió.

Danny Buchanan era un maestro en esa técnica. Bastaba con

que un senador se opusiera a una propuesta de ley inminente para que ésta se aplazara. La legislación quedaría pendiente hasta que se retirara la causa del aplazamiento. Años atrás, Buchanan y sus aliados del Congreso la habían utilizado con resultados sensacionales cuando representaban los intereses de determinados grupos de mucho peso del país. En Washington hay que ser muy poderoso para evitar que ciertas cosas no ocurran. Y para Buchanan ése siempre había sido el aspecto más fascinante de la ciudad y la razón de que, por ejemplo, la reforma de la sanidad o los convenios con las tabacaleras, impulsados por una enorme cobertura de los medios de comunicación y el clamor de los ciudadanos, desapareciesen por completo en el abismo del Congreso. Lo más frecuente era que determinados grupos de intereses particulares quisieran mantener el statu quo que habían alcanzado trabajando duro. El cambio no les gustaba. De ahí que gran parte del cabildeo anterior de Buchanan se hubiera centrado en enterrar cualquier proyecto de ley que pudiese perjudicar a sus poderosos clientes.

La maniobra de aplazamiento también se llamaba «relevo a ciegas» porque, al igual que la entrega del testigo en las carreras de relevos, otro senador podría establecer otro aplazamiento cuando el anterior hubiera finalizado, y sólo la cúpula sabía quién había puesto la restricción. Era mucho más complicado, pero Buchanan sabía que, a fin de cuentas, el relevo a ciegas suponía una enorme pérdida de tiempo y a la vez resultaba sumamente eficaz, lo que, en pocas palabras, decía mucho sobre el mecanismo de la política.

El senador negó con la cabeza.

– Me enteré de que Pickens había aplazado dos de mis propuestas, y estoy a punto de cerrar un trato con él. Si le pongo otro aplazamiento, el hijo de puta irá a por mí como el hurón a por la cobra.

Buchanan se recostó y sorbió el café mientras calibraba varias estrategias.

– Mira, volvamos a empezar de cero. Si tienes los votos necesarios para que no se apruebe, preséntala y deja que el comité vote y acabe con el muy cabrón de una vez. Si luego la presenta en el hemiciclo no creo que cuente con el apoyo necesario para sacarla adelante. Mierda, una vez en el hemiciclo podremos aplazarla para siempre, solicitar enmiendas, recortarla al máximo fingiendo que querernos sacar más para una de tus propuestas de ley. De hecho, falta tan poco para las elecciones que incluso podemos jugar a evitar el quórum hasta que desista.

Milstead asintió, pensativo.

– Sabes que Archer y Simms me están dando problemas.

– Harvey, ya has enviado bastantes dólares para la construcción de carreteras a los estados de esos dos cabrones como para ahogar a todos los hombres, mujeres y niños del lugar. ¡Llámales la atención! Esta propuesta de ley no les importa una mierda. Lo más probable es que ni siquiera hayan leído los informes.

De repente, Milstead parecía seguro de sí mismo.

– De un modo u otro, lo haremos. Dentro de un presupuesto, de uno coma siete billones de dólares, no es tan importante.

– Es para mi cliente. Muchas personas cuentan con esto, Harvey. Y la mayoría todavía no sabe caminar.

– Te escucho.

– Deberías ir allí en viaje de investigación. Te acompañaré. Es un país bonito; el problema es que la tierra no sirve para nada. Quizá Dios haya bendecido a América, pero se olvidó de gran parte del mundo. Aun así, siguen adelante. Si alguna vez crees que tienes un mal día, te hará bien acordarte de ellos.

Milstead tosió.

– Mi agenda está muy apretada, Danny. Y sabes que no volveré a presentarme como candidato. Dos años más y me largo de aquí.

«Muy bien, ya se ha acabado el tiempo para hablar de trabajo y peticiones humanitarias -pensó Buchanan-. Ahora representemos el papel de traidor.»

Se inclinó hacia adelante y apartó el maletín con despreocupación. Hizo girar el asa, con lo que puso en marcha la grabadora oculta. «Va por ti, Thornhill, arrogante hijo de puta.»

Se aclaró la garganta.

– Bueno, supongo que nunca es demasiado pronto para hablar de sustituciones. Necesito varias personas en Ayuda y Operaciones Externas que participen en mi pequeño plan de pensiones. Les puedo prometer lo mismo que a ti. No les faltará de nada. Sólo tienen que cumplir mi programa. He llegado a un punto en que no puedo permitirme una sola derrota. No pueden fallarme. Es la única manera de garantizarles la compensación final. Tú nunca me has fallado, Harvey. Llevas casi diez años en esto y siempre has cumplido, de un modo u otro.

Milstead miró hacia la puerta y luego habló en voz muy baja, como si así mejoraran las cosas.

– Conozco a varias personas con quienes tal vez te interesaría hablar. -Parecía nervioso e incómodo-. Acerca de asumir algunas de mis funciones. Por supuesto, no les he mencionado el asunto de forma directa, pero me sorprendería que no estuvieran dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo.

– Me alegra oírlo.

– Y haces bien en planear las cosas de antemano. Los dos años pasarán volando.

– ¡Jesús! Puede que dentro de dos años ya no esté aquí, Harvey.

El senador sonrió afectuosamente.

– Nunca creí que te retirarías. -Se calló-. Pero supongo que tienes heredero forzoso. Por cierto, ¿cómo está Faith? Tan llena de vida como siempre, estoy seguro.

– Faith es Faith. Ya lo sabes.

– Tienes suerte de que te respalde alguien así.

– Mucha suerte -dijo Buchanan frunciendo el ceño ligeramente.

– Dale mis más cariñosos recuerdos cuando la veas. Dile que venga a ver al viejo Harvey. Tiene la mente más lúcida y las mejores piernas del lugar -añadió con un guiño.

Buchanan no dijo nada al respecto.

El senador se reclinó en el sofá.

– He sido funcionario la mitad de mi vida. El sueldo es ridículo; de hecho, una miseria para alguien de mi talla y con mis recursos. Ya sabes cuánto ganaría ahí fuera. Ésa es la recompensa que te dan por servir a tu país.

– Sin duda, Harvey. Tienes toda la razón.

«El dinero para sobornos sólo te corresponde a ti. Te lo has ganado», pensó Buchanan.

– Pero no me arrepiento. De nada.

– No tienes por qué.

Milstead sonrió cansinamente.

– La de dólares que he gastado todos estos años reconstruyendo este país, remodelándolo con vistas al futuro, para la próxima generación. Y la siguiente.

Era su dinero. Había salvado el país.

– La gente nunca agradece eso -dijo Buchanan-. Los medios de comunicación sólo van a por los trapos sucios.

– Supongo que obtendré mi compensación cuando llegue a la tercera edad -comentó Milstead con un deje de arrepentimiento.

«Al cabo de todos estos años todavía le queda un poco de humildad y sentimiento de culpa», se dijo Buchanan

– Te lo mereces. Has servido a tu país como debías. Ahora sólo tienes que esperar, tal y como acordamos. A ti y a Louise no os faltará de nada. Viviréis como reyes. Has hecho tu trabajo y obtendrás tu recompensa. Al estilo americano.