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– Estoy dispuesto a declarar en el juicio -dijo Danny Buchanan. Se puso en pie, se volvió y se dirigió hacia el pasillo.

Lee posó una mano sobre el hombro de Thornhill.

– Perdón -dijo cortésmente. Thornhill sujetó con fuerza el brazo de Lee.

– ¿Cómo lo hiciste? -preguntó Thornhill.

Lee se soltó lentamente y fue al encuentro de Buchanan. Los dos hombres abandonaron la sala con toda tranquilidad.

57

Un mes después de que Buchanan prestara declaración ante la comisión de Ward, Robert Thornhill descendió por los escalones del juzgado federal de Washington, dejando atrás a sus abogados. Lo aguardaba un coche; entró. Tras haber pasado cuatro semanas entre rejas, se le había concedido la libertad bajo fianza. Tenía que volver al trabajo. Había llegado la hora de la venganza.

– ¿Han contactado con todos? -preguntó Thornhill al conductor.

El hombre asintió.

– Ya están allí. Esperándole.

– ¿Y Buchanan y Adams?

– Buchanan está en el programa de protección de testigos, pero tenemos varias pistas. Adams está al descubierto; se le puede eliminar en cualquier momento.

– ¿Lockhart?

– Muerta.

– ¿Seguro?

– No hemos llegado a desenterrar el cuerpo, pero todo apunta a que murió en el hospital de Carolina del Norte. Thornhill se recostó en el asiento, suspirando.

– Mejor para ella.

El coche entró en un aparcamiento y Thornhill se apeó del vehículo. Acto seguido, entró en una furgoneta que lo esperaba; se alejó del aparcamiento y tomó la dirección contraria. Thornhill quería asegurarse de que no lo siguiera nadie del FBI.

Al cabo de cuarenta y cinco minutos, llegó al pequeño y abandonado centro comercial. Entró en el ascensor y descendió a varias decenas de metros bajo tierra. Cuanto más bajaba, mejor se sentía. La idea le divertía.

Las puertas se abrieron y salió del ascensor hecho una furia. Todos sus colegas se encontraban allí. Su silla, a la cabecera de la mesa, permanecía vacía. Su leal camarada, Phil Winslow, estaba sentado a su derecha. Thornhill esbozó una sonrisa. De vuelta al trabajo, preparado para todo.

Tomó asiento y miró en torno a sí.

– Enhorabuena por la libertad bajo fianza, Bob -dijo Winslow.

– Cuatro semanas tarde -repuso Thornhill amargamente-. Creo que la Agencia necesita renovar a sus asesores legales.

– Bueno, esa grabación de vídeo era muy perjudicial -dijo Aaron Royce, el joven que se había enfrentado a Thornhill en la reunión anterior-. Lo cierto es que me sorprende que te hayan dejado salir. Y, sinceramente, me asombra que la Agencia estimara conveniente facilitarte un abogado.

– Por supuesto que era perjudicial -replicó Thornhill con desdén-. Y la Agencia me facilitó un abogado por lealtad. No olvida a los suyos. Por desgracia, sin embargo, eso significa que tengo que desaparecer. Los abogados consideran que nos queda una baza si suprimimos la cinta de vídeo, pero creo que todos coincidimos en que, a pesar de las deficiencias técnicas y legales, el contenido de la cinta era demasiado detallado como para permitirme permanecer en mi cargo.

Thornhill parecía abatido. Su carrera había llegado a su fin, pero no como había planeado. Sin embargo, sus rasgos recobraron rápidamente su dureza habitual; su determinación volvió a fluir como el petróleo de un pozo rebosante. Echó un vistazo alrededor con expresión triunfal.

– Pero seguiré dirigiendo la batalla desde lejos -prosiguió-. Y ganaremos la guerra. Veamos, Buchanan ha pasado a la clandestinidad, pero Adams no. Seguiremos el camino más fácil. Adams primero. Luego Buchanan. Quiero a alguien en la oficina del jefe de policía. Allí tenemos contactos. Encontramos al bueno de Danny y acabamos con su vida. También quiero asegurarme de que Faith Lockhart no está viva. -Se volvió hacia Winslow-. ¿Mis documentos para viajar están listos, Phil?

– En realidad no, Bob -respondió Winslow despacio.

Royce miró a Thornhill de hito en hito.

– Esta operación nos ha costado demasiado -dijo-. Tres agentes mueren. A ti te condenan. La Agencia está patas arriba. El FBI se ha convertido en nuestra sombra. Es un desastre absoluto.

Thornhill se percató de que todos los presentes, Winslow incluido, lo observaban con cara de pocos amigos.

– Saldremos de ésta, no os quepa la menor duda -afirmó Thornhill en tono alentador.

– Estoy seguro de que nosotros sí saldremos de ésta -dijo Royce con energía.

Royce comenzaba a sacar a Thornhill de sus casillas. Tendría que acallarlo, pero decidió que, por el momento, haría caso omiso de sus comentarios.

– El maldito FBI -se lamentó Thornhill-. Ocultó micrófonos en mi casa. ¿Es que ellos no tienen que respetar la Constitución?

– Menos mal que no mencionaste mi nombre durante aquella llamada telefónica -dijo Winslow.

Thornhill contempló de nuevo a su amigo, asombrado por el peculiar tono que había empleado.

– En cuanto a mis documentos… Debería salir del país lo antes posible.

– No será necesario, Bob -le informó Royce-. Y, sinceramente, a pesar de tus constantes ataques de furia para demostrar lo contrario, manteníamos una buena relación de trabajo con el FBI hasta que lo jodiste todo. Hoy día la cooperación resulta esencial. Las batallitas campales perjudican a todos. Nos convertiste en dinosaurios y ahora nos arrastras al fango en tu caída.

Thornhill le clavó una mirada exasperada y luego se volvió hacia Winslow.

– Phil, no tengo tiempo para esto. Ocúpate de él.

Winslow tosió nerviosamente.

– Me temo que está en lo cierto, Bob.

Por unos instantes, Thornhill se quedó petrificado; luego recorrió el recinto con la vista antes de replicar a Winslow.

– Phil, quiero los documentos y protección, y lo quiero ahora. Winslow hizo una señal con la cabeza a Royce.

Aaron Royce se incorporó. No sonrió ni se mostró triunfal. Tal y como le habían enseñado.

– Bob -dijo-, ha habido un cambio de planes. Ya no necesitaremos tu ayuda en este asunto.

Thornhill enrojeció de ira.

– ¿De qué coño estás hablando? Yo dirijo esta operación. Y quiero a Buchanan y a Adams muertos. ¡Ya!

– No habrá más asesinatos -aseveró Winslow-. No morirán más personas inocentes -agregó en voz baja. Se puso en pie-. Lo siento, Bob, de veras que lo siento.

Thornhill le clavó la mirada y comenzó a comprender lo que sucedía. Phil Winslow había sido su compañero en Yale, su hermano en la fraternidad. Los dos habían pertenecido a Skull amp; Bones. Winslow había sido su padrino de bodas. Habían sido amigos toda la vida. Toda la vida.

– ¿Phil? -dijo Thornhill cautelosamente.

Winslow hizo señas a los otros hombres para que se levantaran. Todos se dirigieron hacia el ascensor.

– ¿Phil? -repitió Thornhill, con la boca seca.

Cuando el grupo llegó al ascensor, Winslow volvió la vista.

– No podemos permitir que esto siga adelante. No podemos ir a juicio ni dejar que te escabullas. Te buscarán hasta encontrarte. Tenemos que acabar con esto, Bob.

Thornhill hizo ademán de ponerse en pie.

– Entonces podemos amañar mi muerte. Mi suicidio.

– Lo siento, Bob -repuso Winslow-. Tenemos que acabar con esto de una vez por todas y de forma honesta.

– ¡Phil! -gritó Thornhill-. ¡Por favor!

Los hombres entraron en el ascensor y Winslow miró a su amigo por última vez.