Выбрать главу

Se sorprendió al ver que sólo salía una persona del asiento del pasajero y se encaminaba hacia su coche. La persona era baja, delgada y se cubría con un abrigo con capucha que le llegaba hasta los tobillos; no podía decirse que, con treinta y dos grados de temperatura y una humedad del ciento por ciento, fuera el atuendo más recomendable. Aferró la palanca. Mientras la figura se aproximaba a la puerta del asiento del pasajero de su coche, Lee oprimió el botón del cierre centralizado. Momentos después, notó que le faltaba aire y se asfixiaba.

El rostro que lo observaba estaba pálido y demacrado. Era el de Faith Lockhart. Lee abrió la puerta y ella entró. La miró y, no sin esfuerzo, logró hablar.

– Dios mío, ¿de verdad eres tú?

Faith sonrió y, de repente, no parecía tan frágil ni desmejorada. Se quitó el largo abrigo con capucha. Debajo llevaba una camisa de manga corta y unos pantalones cortos de color caqui. En los pies llevaba sandalias. Las piernas estaban más pálidas y delgadas de lo que recordaba; como el resto de su cuerpo, de hecho. Se percató de que los meses que había estado en el hospital le habían pasado factura. El cabello le había crecido, aunque no lo tenía tan largo como en un principio. Pensó que su color natural le sentaba mejor. En realidad, se habría quedado con ella aunque fuera calva.

– Soy yo -respondió ella en voz baja-. Al menos, lo que queda de mí.

– ¿Reynolds está en el coche?

– Nerviosa y disgustada por el hecho de que la haya convencido.

– Estás muy guapa, Faith.

Ella sonrió, resignada.

– Mentiroso. Parezco un trapo. Ni siquiera me atrevo a mirarme el pecho. ¡Dios mío! -exclamó en tono jocoso, aunque Lee percibió un deje de angustia.

Le acarició el rostro.

– No miento, y lo sabes muy bien.

Faith tomó la mano de Lee y la apretó con fuerza. -Gracias.

– ¿Cómo estás? Quiero hechos, nada más.

Faith alargó el brazo con lentitud y una expresión de dolor asomó a su rostro incluso por hacer un movimiento tan simple.

– Oficialmente, estoy fuera del circuito de aeróbic, pero no me doy por vencida. De hecho, cada día estoy mejor. Los médicos confían en que me recuperaré por completo. Bueno, al menos en un noventa por ciento.

– Creí que nunca te volvería a ver.

– No lo habría permitido.

Lee se acercó a Faith y la rodeó con el brazo. Faith hizo un pequeño gesto de dolor y Lee se apartó de inmediato. -Lo siento, Faith, lo siento.

Faith sonrió y colocó de nuevo el brazo de Lee en torno a sus hombros, dándole unas palmaditas.

– No estoy tan mal -aseguró-. Y el día que no puedas abrazarme, no valdrá la pena seguir viviendo.

– Te preguntaría dónde vives, pero no quiero hacer nada que te ponga en peligro.

– Vaya vida, ¿no crees? -comentó Faith.

– Sí.

Faith se inclinó hacia Lee y apoyó la cabeza en su pecho.

– Vi a Danny tan pronto como salí del hospital. Cuando nos dijeron que Thornhill se había suicidado, pensé que Danny jamás dejaría de sonreír.

– A mí me pasó lo mismo.

Faith lo miró.

– ¿Y cómo estás tú, Lee?

– A mí no me pasó nada. Nadie me pegó un tiro. Nadie me dice dónde tengo que vivir. Me va bien. Soy quien salió mejor parado.

– ¿Mentira o verdad?

– Mentira -reconoció en voz baja.

Se dieron un beso rápido y luego otro más largo. Lee pensó que los movimientos eran naturales, las cabezas giraban en el ángulo correcto y se abrazaban sin esfuerzo, como las piezas de un puzzle que alguien estuviera ordenando. A la mañana siguiente podrían despertarse en la casa de la playa, como si la pesadilla nunca hubiese ocurrido. ¿Cómo era posible haber tratado a alguien durante tan poco tiempo y tener la impresión de conocerlo de toda la vida? Dios sólo le daría una oportunidad, como mucho. Y en el caso de Lee, Dios se la había arrebatado. No era justo ni razonable. Hundió el rostro en su pelo, absorbiendo cada partícula de su fragancia.

– ¿Cuánto tiempo te quedarás conmigo? -preguntó Lee.

– ¿Qué tenías en mente?

– Nada especial. Cenar en casa, hablar con tranquilidad. Abrazarte toda la noche.

– Aunque suene maravilloso, no sé si estoy preparada para la última parte.

Lee la contempló.

– Lo digo en sentido literal, Faith. Sólo quiero abrazarte. Nada más. Sólo he pensado en abrazarte durante todos estos meses.

Faith parecía a punto de romper a llorar, pero lo que hizo fue secar la única lágrima que se había deslizado por el rostro de Lee.

Lee miró por el retrovisor.

– Pero supongo que eso no está incluido en el plan de Reynolds, ¿verdad?

– Lo dudo.

Lee se volvió de nuevo hacia Faith.

– Faith -dijo suavemente-. Sé que aprecias a Buchanan y todo eso, pero ¿por qué te interpusiste en la trayectoria de la bala?

Faith respiró profundamente.

– Ya te he dicho que él es único y yo de lo más normal. No podía dejarlo morir.

– Yo no lo habría hecho.

– ¿Lo habrías hecho por mí? -preguntó Faith.

– Sí.

– Nos sacrificamos por las personas que nos importan. Y a mí me importa mucho Danny.

– Supongo que el hecho de que contaras con los medios para desaparecer, la documentación falsa, la cuenta en un banco suizo y el piso franco, y aun así acudieses al FBI para intentar salvar a Buchanan debería haberme dado una pista al respecto.

Faith le agarró el brazo con fuerza.

– Pero sobreviví. Lo logré. Quizá eso hace que sea un poco extraordinaria, ¿no?

Lee le acarició el rostro.

– Ahora que estás aquí, no quiero que te vayas, Faith. Daría todo lo que tengo, haría cualquier cosa para que no me dejaras.

Faith recorrió la boca de Lee con los dedos, lo besó y lo miró a los ojos, que, incluso en la oscuridad, parecían irradiar el calor cegador del sol. Faith había pensado que jamás volvería a ver esos ojos; tal vez la esperanza de verlos, si sobrevivía, había sido lo único que la había salvado, lo que había evitado su muerte. En aquellos momentos no estaba segura de tener otro motivo por el que vivir que el amor incondicional de ese hombre. Y en esos instantes era lo que más le importaba.

– Pon el coche en marcha -dijo Faith.

Perplejo, Lee la miró pero no dijo nada. Hizo girar la llave en el contacto y arrancó el vehículo.

– Vámonos -lo instó Faith.

Lee se apartó de la acera y el coche que estaba detrás de ellos hizo otro tanto.

Siguieron conduciendo; el otro coche no dejaba de seguirlos.

– Reynolds debe de estar tirándose de los pelos -observó Lee.

– Lo superará.

– ¿Adónde? -preguntó él.

– ¿Cuánta gasolina queda? -dijo Faith.

Lee parecía sorprendido.

– Estaba en una operación de vigilancia. El depósito está lleno.

Faith estaba apoyada en Lee, con el brazo alrededor de su cintura, y su pelo le hacía cosquillas en la nariz; olía tan bien que Lee se sintió mareado.

– Podemos ir hasta el mirador que está junto a la avenida George Washington. -Faith observó el cielo estrellado-. Te enseñaré las constelaciones.

Lee posó los ojos en ella.

– ¿Has perseguido estrellas últimamente?

Faith sonrió.

– Siempre.

– ¿Y luego?

– No pueden retenerme en el programa de protección de testigos contra mi voluntad, ¿no?

– No, pero correrás peligro.

– ¿Qué tal si corremos peligro juntos?

– Ahora mismo, Faith. Pero ¿y si se acaba la gasolina?

– De momento, conduce.

Y eso fue exactamente lo que hizo.

***