Sin levantar la vista de los papeles, contestó:
– Permítame asegurarle, señora Winterbourne, que no hay nadie tan cualificado como yo para llevar su caso.
– Entonces, dígame, por favor: ¿dónde estudió Derecho? ¿Dónde practica su profesión? ¿Cuántos casos de custodia ha manejado? ¿Qué porcentaje de ellos ha ganado? ¿Tiene experiencia en la difamación de personas? Porque posiblemente de eso se trate este caso.
Más lectura de documentos. Y más crujido de papeles que se mezclan. Yo estaba a un tris de echarlo de casa, cuando él giró la cabeza hacia mí, con los ojos todavía bajos.
– Terminemos entonces con esto de una buena vez, ¿no le parece? -dijo.
Y entonces levantó la vista y me miró. Yo dejé caer el contrato. Lucas Cortez era un hechicero.
Nuestro Joven Hechicero
Salga de mi casa -ordené
– Como puede ver, estoy perfectamente cualificado para manejar su caso, Paige.
– ¿De modo que ahora me llama Paige? ¿Lo ha contratado Savannah?
– No -dijo sin sorprenderse lo más mínimo, como si pensara que una niña bruja que contrata a un abogado hechicero no es algo tan raro.
– ¿Entonces quién le ha enviado?
– Como usted misma ha dicho, nadie me envía. Me ha llamado buitre carroñero, y yo no se lo he discutido. Aunque le confieso que esa expresión me resulta censurable, la motivación que implica se me puede aplicar con exactitud. Hay dos maneras de que un abogado sobresalga en el mundo sobrenaturaclass="underline" unirse a una Camarilla o hacerse famoso por luchar contra ellas. Yo he elegido el segundo camino. -Se calló un momento-. ¿Ahora puedo tomar ese café?
– Sí, claro. Sólo tiene que salir por la puerta, girar a la izquierda y buscar el cartel del bar donde venden rosquillas. Imposible perderse.
– Como le decía, al ser un abogado joven que busca hacerse un nombre fuera de las Camarillas, debo, por desgracia, andar a la caza de casos. Me enteré del intento del señor Nast de obtener la custodia de Savannah y, precisamente porque buscaba una oportunidad, la seguí. Tengo entendido que el señor Nast todavía no ha abandonado su desafío, ¿es así?
– Se niega a someterse a una prueba de ADN, y eso significa que no puede demostrar que es el padre de Savannah, cosa que a su vez significa también que no tiene ningún argumento para sostener su demanda, razón por la cual yo no necesito un abogado. Ahora bien, si necesita que le dé de nuevo la dirección de…
– Aunque su negativa a someterse a una prueba de ADN puede parecer ventajosa, permítame asegurarle que no elimina el problema. Gabriel Sandford es un excelente abogado y ya le encontrará la vuelta a esto, probablemente sobornando a un laboratorio médico para que proporcione resultados falsos.
– ¿Y su disposición para sobornar a funcionarios lo convierte en un abogado excelente?
– Sí.
Abrí la boca, pero no me salió ningún sonido.
Cortez prosiguió:
– Si él intenta esa maniobra, yo insistiré en que el tribunal supervise la realización de la prueba. -Volvió a concentrarse en sus papeles-. Ahora bien, he preparado una lista de pasos que deberíamos seguir para…
Savannah entró en la cocina y se paró en seco al ver a Cortez y evaluar su aspecto y sus papeles diseminados sobre la mesa.
– ¿Qué hace aquí este vendedor ambulante? -preguntó. Después miró a Cortez a la cara. Ni siquiera parpadeó; sólo apretó los labios-. ¿Qué quieres, hechicero?
– Prefiero que me llames Lucas -respondió él y le tendió la mano-. Lucas Cortez. Represento a Paige.
– ¿Representas a…? -Savannah me miró-. ¿De dónde lo has sacado?
– De las Páginas Amarillas -respondí-. Bajo la letra N de no solicitado y no deseado. Él no es mi abogado.
Savannah volvió a observar a Cortez como si lo estuviera midiendo.
– Mejor así, porque si lo que quieres es un abogado hechicero, puedes encontrar uno mucho mejor que éste.
– Estoy seguro de que sí-admitió Cortez-. Sin embargo, puesto que yo soy el único que está aquí, quizá pueda serles de alguna ayuda.
– No, no puede -dije-. Mire, por si se ha olvidado dónde está la puerta…
– Un momento -intervino Savannah-. Es bastante joven, así que probablemente no es un abogado caro. A lo mejor nos servirá hasta que consigamos alguien mejor.
– Mis servicios son extremadamente razonables y los honorarios los estableceremos de común acuerdo y de antemano -dijo Cortez-. Aunque en este momento pueda parecer que Nast no tiene pruebas verdaderas…
– ¿Quién es Nast? -preguntó Savannah.
– Se refiere a Leah -dije y le lancé a Cortez una mirada de «no me lo discuta»-. Es O'Donnell, no Nast.
– El error es mío -se apresuró a decir Cortez-. Como les decía, Leah no ha retirado su petición de custodia y no da señales de querer hacerlo. Por consiguiente, debemos dar por sentado que planea seguir adelante. O sea que nuestro propósito principal será frustrar sus planes. Con esa finalidad, he redactado una lista de pasos a seguir.
– ¿Un programa de doce pasos para «desdemonizar» mi vida?
– No, son sólo siete pasos, pero si usted ve la necesidad de que sean más, podemos añadir otros.
– Aja.
– ¿A quién le importan las listas? -Masculló Savannah-. Lo único que tenemos que hacer es matar a Leah.
– Me alegra comprobar que te tomas tanto interés en esto, Savannah. No obstante, debemos proceder de manera lógica, lo cual, lamentablemente, descarta la posibilidad de salir a asesinarla. Tal vez deberíamos empezar por repasar la lista que he preparado para ustedes. Primer paso: hacer los arreglos necesarios para que las tareas escolares le sean traídas a Savannah a su casa por una maestra o alumna conocida tanto por ella como por Paige. Segundo paso…
– Este hombre bromea, ¿no es así? -dijo Savannah.
– No tiene importancia -dije yo-. No lo estoy contratando, Cortez.
– Realmente prefiero que me llamen Lucas.
– Y yo preferiría que encontrara el camino a la puerta de la calle. ¡Ahora! No lo conozco y no confío en usted. Tal vez sea lo que asegura ser, pero, ¿cómo me lo demuestra? ¿Cómo sé que no ha sido Sandford el que lo ha enviado aquí? «El abogado de Paige renunció, de modo que enviémosle uno nuestro y veamos si se da cuenta».
– Yo no trabajo para Gabriel Sandford ni para ningún otro.
Sacudí la cabeza.
– Lo lamento, no le creo. Usted es un hechicero. No importa lo mucho que necesite conseguir trabajo, me resulta imposible creer que se ofrezca a trabajar para una bruja.
– Yo no tengo ningún problema con las brujas. Las limitaciones de sus poderes son hereditarias. Estoy seguro de que intentará por todos los medios usarlos en todo su potencial.
Me puse tensa.
– Salga ya mismo de mi casa o le enseñaré cuáles son las limitaciones de mis poderes.
– Usted necesita ayuda, mi ayuda, tanto en mi carácter de asesor legal como de protección adicional para usted y Savannah. Mi habilidad para lanzar hechizos no es sobresaliente, pero sí suficiente.
– La mía también lo es. No necesito su protección, hechicero. Si llegara a necesitar ayuda, puedo obtenerla de mi Aquelarre.
– Ah, sí, el Aquelarre.
Algo en su voz, un matiz, una inflexión, fue el detonante que hizo que yo perdiera lo que me quedaba de control de mi furia.
– Lárguese ya mismo de mi casa, hechicero.
Él recogió sus papeles.
– Entiendo que ha tenido un día difícil. Aunque es preciso que repasemos esta lista pronto, no es necesario que lo hagamos con tanta premura. Mi consejo sería que descanse. Si me permite escuchar sus mensajes telefónicos, puedo contestar las llamadas de los medios, después de lo cual podemos revisar esta lista…
Le arranqué el papel de las manos y lo rompí en dos.
– Si eso la hace sentirse mejor, adelante, hágalo -dijo él-. Tengo copias. Le dejaré una nueva. Por favor, añada cualquier cosa que le preocupe y que pueda habérseme pasado por alto…