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Una vez más, el departamento de policía de East Falls no estaba preparado para un caso así, de modo que solicitaron la colaboración de la policía estatal, quienes me condujeron a la comisaría. Me interrogaron durante tres horas… Las mismas preguntas una y otra vez, insistiendo, tanto que yo seguía oyendo sus voces en mi cabeza cuando salían para fumar un cigarrillo o beber un café.

Tomaron todo lo que yo había hecho en los últimos dos días y lo retorcieron para que encajara en su teoría. ¿Mi diatriba acerca del satanismo? Era la prueba de que yo tenía un temperamento malvado y resultaba fácil provocarme. ¿Mi estallido en la pastelería? Era la prueba de que yo era paranoica y recibía una sencilla invitación a tomar un café como una proposición sexual. ¿Mi acusación con respecto al accidente con el coche? Era la prueba de que yo quería vengarme de Cary.

Todos mis argumentos sobre la Misa Negra se veían de repente como una protesta exagerada, que representaba negar la existencia misma de los cultos satánicos para cubrir mi propia participación en dichas prácticas. Tal vez Cary había averiguado la verdad y por eso se había negado a seguir representándome. O quizá yo lo había golpeado y había montado una escena cuando él me rechazó. Tal vez era cierto que él había intentado seducirme, pero ¿acaso yo esperaba que ellos creyeran que el hecho de que lo hubiera rechazado era razón suficiente para que estrellara su flamante Mercedes 4x4 contra mi Honda de seis años de antigüedad? Los hombres grandes no hacían cosas así. Al menos no los hombres como Grantham Cary hijo. Yo estaba paranoica. O delirante. O sencillamente loca. ¿Acaso no había irrumpido en su casa como una demente, lanzando acusaciones descabelladas y jurando vengarme? ¿Y qué decir de la denuncia de Lacey acerca del mal funcionamiento de la energía eléctrica en su casa después de mi visita? La policía no me estaba acusando de brujería -las personas racionales no creen en semejante tontería-, pero resultaba evidente que yo había hecho algo. Al menos, era culpable de haber asesinado a Grantham Cary hijo.

Al cabo de la tercera hora, los dos detectives se ausentaron para tomarse un descanso. Un momento después, la puerta se abrió y entró en el cuarto una mujer de treinta y tantos años que se presentó como la detective Flynn.

Estaba paseándome por la habitación, con un nudo en el estómago que tenía desde hacía tres horas: estaba tan preocupada por Savannah… ¿Ella también estaba en la comisaría? ¿O la policía había llamado a Margaret? ¿Y si éste era el plan de Leah, hacer que me encerraran mientras ella se apoderaba de Savannah?

– ¿Puedo ofrecerle algo? -preguntó Flynn al entrar-. ¿Café? ¿Una bebida fría? ¿Un sándwich?

– No voy a contestar más preguntas hasta que alguien me diga dónde está Savannah. No he hecho más que preguntarlo y lo único que me contestan es: «Está a salvo». Eso no me basta. Necesito saber…

– Está aquí..

– ¿Exactamente dónde? Savannah es la protagonista de una batalla por su custodia. Ustedes no parecen entender…

– Lo entendemos, Paige. En este momento Savannah se encuentra en la habitación contigua, jugando a las cartas con dos agentes. Dos policías estatales armados. No le sucederá nada. Le dieron una hamburguesa para el almuerzo y está muy bien. Podrá verla en cuanto terminemos.

Finalmente, alguien que no me trataba como una homicida juzgada y condenada. Asentí y tomé asiento frente a la mesa.

– Entonces terminemos de una buena vez -dije.

– Espléndido. Ahora bien, ¿seguro que no puedo traerle algo de comer?

Sacudí la cabeza. Se instaló en una silla frente a mí y se inclinó sobre la mesa, con sus manos casi rozando las mías.

– Sé que usted no hizo esto sola -dijo-. He visto lo que le sucedió a Grantham Cary. Dudo que ni siquiera Mister Universo hubiera sido capaz de hacerle eso a una persona, y mucho menos una mujer joven de su tamaño.

De manera que ésta era la policía buena, la que se suponía iba a hacer que confesara todo; una mujer mayor, maternal y comprensiva. Mientras yo permanecía allí sentada mirándola, me di cuenta de que esa rutina policial tan usada funcionaba. Porque después de horas de recibir gritos y de que me hubieran hecho sentir una degenerada barata, estaba desesperada por una confirmación, por oír que alguien me dijera «Usted no es un asesina a sangre fría y no se merece que la traten de esta manera».

Sabía que a esa mujer yo no le importaba en absoluto. Sabía que lo único que quería era una confesión para que pudiera ganar a sus colegas, quienes la observaban a través del espejo unidireccional. Me costaba no confiar en ella para ganarme al menos una sonrisa, una mirada de comprensión. Pero sabía cuál era la realidad, así que la miré con frialdad y le dije:

– Quiero un abogado.

En la boca de Flynn se dibujó una sonrisa afectada que tiñó su calidez.

– Bueno, eso podría ser difícil, Paige, teniendo en cuenta que acaban de llevárselo a la morgue del condado. Quizá no comprende la gravedad…

La puerta se abrió, interrumpiéndola.

– Ella entiende perfectamente bien la gravedad de su situación -dijo Lucas Cortez al entrar-. Por eso solicita un abogado. Quiero creer, detective, que usted se disponía a cumplir esa petición.

Flynn empujó su silla hacia atrás.

– ¿Quiénes usted?

– Su abogado, desde luego.

Traté de abrir la boca, pero no pude. La tenía cerrada, no por desesperación ni por miedo, sino por un hechizo. Un hechizo de traba.

– ¿Y cuándo lo contrató Paige? -preguntó Flynn.

– Se llama señora Winterbourne, y contrató mis servicios ayer, a las dos de la tarde, poco después de despedir al señor Cary por acoso sexual.

Cortez dejó caer sobre la mesa una pequeña carpeta. Cuando Flynn leyó la primera página y las líneas de su frente se profundizaron con cada palabra, yo logré forzar la vista lo suficiente para ver a Cortez. Él simuló estar estudiando el póster que había detrás de mi cabeza, pero su mirada estaba fija en mí, como debía estar durante un hechizo de traba.

De modo que el «joven hechicero» conocía un poco la magia de una bruja. Algo sorprendente, pero no alarmante. Yo conocía hechizos mejores, varios de los cuales deseaba con todas mis fuerzas lanzar hacia él en ese momento, pero el hecho de ser incapaz de hablar frenó mi impulso. Me resultó desconcertante que pudiera lanzar un hechizo de traba, algo que ni siquiera yo había perfeccionado del todo. Un momento: un pensamiento fugaz desfiló por mi mente. Si yo no podía lanzar un hechizo de traba perfecto, ¿podría hacerlo Cortez? Hmmmm…

– De acuerdo, así que usted es su abogado -dijo Flynn y dejó a un lado los papeles de Cortez-. Puede sentarse y tomar notas.

– ¿Antes de tener algunos minutos en privado para consultar con mi cliente? En fin, detective, digamos que no aprobé ayer el examen para ingresar en el Colegio de Abogados. Ahora bien, si tiene la amabilidad de conseguirnos un cuarto privado…

– Éste está bien.

Cortez le dedicó una sonrisa formal.

– Sí, me lo imagino, con espejo unidireccional y cámara de vídeo. Una vez más, detective, le estoy pidiendo un cuarto privado y algunos minutos a solas…

Cortez seguía hablando, pero yo no lo escuchaba. Toda mi fuerza mental estaba concentrada en hacer un último intento de moverme. De pronto, sentí una sacudida en la pierna. Cortez siguió hablando, sin percatarse de que yo había roto su hechizo.

Me quedé muy quieta, no dije nada y aguardé. Un minuto después, Flynn salió de la habitación para buscarnos un cuarto privado.

– ¿De modo que falsificando mi firma sobre un documento legal, hechicero? -murmuré en voz baja.

Me decepcionó que él no reaccionara. Que ni siquiera parpadeara. Aunque me pareció advertir un brillo de consternación en sus ojos cuando se dio cuenta de que yo había roto su hechizo, pero tal vez era un efecto de la iluminación. Antes de que Cortez pudiera contestar, Flynn regresó y nos escoltó hasta otra habitación. Esperé hasta que hubo cerrado la puerta a sus espaldas y entonces me senté.