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Cuando Savannah y yo cruzamos el aparcamiento, una furgoneta se detuvo. Yo también lo hice y esperé hasta que Grace, la hermana mayor de Abby, logró que sus dos hijas se bajaran. Brittany, de catorce años, nos vio, nos saludó con la mano y corrió hacia nosotras.

– Hola, Savannah y Paige -saludó-. Mamá dijo que no ibais a…

– Creí que no vendríais -dijo Grace con el entrecejo fruncido mientras se acercaba.

– Yo casi no lo logro, la verdad -respondí-. No te imaginas el día que he tenido.

– Sí, ya me he enterado.

– ¿Ah, sí? Qué rápido corren las noticias.

Grace se volvió para gritarle algo a Kylie, de diecisiete, que todavía estaba en el vehículo hablando por su móvil.

¿Así que en el Aquelarre ya estaban enteradas de la muerte de Cary? De alguna manera, esperaba que no lo supieran, porque si la noticia no había llegado todavía a sus oídos, eso explicaría que nadie hubiese acudido a ayudarme.

Las palabras de Cortez acerca del Aquelarre todavía resonaban en mi cabeza y me molestaban. Sabía por qué no me habían apoyado en la comisaría: no podían correr el riesgo de que las relacionaran conmigo. Pero lo cierto es que, discretamente, podrían haberme conseguido un abogado, ¿no? O, por lo menos, podrían haber llevado a Margaret para que comprobase cómo se encontraba Savannah.

Grace caminó junto a mí en silencio hasta la entrada, momento en que de pronto recordó que había dejado algo en la furgoneta. Me ofrecí a acompañarla, pero ella rehusó mi ofrecimiento moviendo la mano. Cuando Brittany trató de seguir a Savannah al interior del edificio, su madre la llamó. Al empujar las puertas del centro comunitario alcancé a oír cómo se susurraban algo al oído.

Cuando entré, todas las conversaciones cesaron y todas las cabezas giraron hacia mí. Victoria estaba en el frente del salón hablando con Margaret. Therese me vio y le hizo señas a Victoria, quien levantó un momento la vista y pareció anonadada. Le dijo algo a Margaret y caminó hacia mí.

– ¿Qué haces aquí? -Preguntó cuando estuvo suficientemente cerca como para que nadie la oyera-. ¿Alguien te ha seguido? ¿Alguien te ha visto entrar? No puedo creer que tú…

– ¡Paige! -me llamó una voz desde el otro lado del salón.

Era Abby, quien vino hasta mí con los brazos abiertos de par en par y una sonrisa igualmente amplia. Me rodeó con un enorme abrazo.

– Lo lograste -dijo-. ¡Menos mal! Qué día tan horrible debes de haber tenido. ¿Cómo te sientes, querida?

Me sentí tan agradecida que casi me emociono entre sus brazos.

– Retiraron todos los cargos -explicó Savannah.

Me apresuré a corregirla.

– Ni siquiera hubo cargos. La policía no presentó ninguno.

– Es maravilloso -dijo Abby-. Nos alegra tanto ver que estás bien. -Se volvió hacia las demás-. ¿Verdad que todas nos alegramos mucho?

Se oyeron algunos murmullos de asentimiento. No se puede decir que fuera un rugido ensordecedor de apoyo pero, en ese momento, me bastó.

Abby volvió a abrazarme y aprovechó para susurrarme al oído:

– Ve a sentarte, Paige. Éste es tu lugar y te pertenece. No permitas que te digan lo contrario.

Victoria me fulminó con la mirada y después se colocó en su lugar al frente del salón. Yo la seguí y tomé asiento en la silla de mi madre. Y la reunión comenzó.

Después de tratar el tema del embarazo de Tina Moss y del desagradable episodio de varicela de Emma Alden, de ocho años, Victoria finalmente se dignó reconocer mi presencia. Y dejó bien claro que se trataba indudablemente de mi problema. Que desde el principio se habían opuesto a que yo tuviera la custodia de Savannah, y lo sucedido sólo confirmaba sus temores. Lo que más les preocupaba ahora no era que yo perdiera a Savannah sino que hubiese puesto en peligro al Aquelarre. Todo se reducía a ese temor. Así que yo tenía que actuar por mi cuenta. Y, al hacerlo, no debía involucrar a ninguna otra bruja del Aquelarre. Me estaba prohibido incluso pedirle ayuda a Abby para cuidar de Savannah, porque eso creaba un lazo público entre nosotras.

Cuando Victoria terminó, abandoné el edificio hecha una furia, anulé el hechizo de traba y después me abrí paso por el perímetro de seguridad confiando en que la alarma mental les provocara a las Hermanas Mayores una jaqueca colectiva. ¡Cómo se les ocurría! El Aquelarre existía con dos finalidades: regular los negocios de las brujas y ayudarlas. Prácticamente habían renunciado a la primera regla en favor del consejo interracial. Y ahora negaban toda responsabilidad en lo tocante a la segunda. ¿En qué demonios nos estábamos convirtiendo? ¿En un club social para brujas? Tal vez deberíamos transformarnos en un auténtico club del libro. Al menos entonces podríamos mantener de vez en cuando una conversación inteligente.

Atravesé furiosa la cancha vacía de baloncesto, sabiendo que no podía irme. Savannah todavía se encontraba dentro del edificio.

Las Hermanas Mayores no permitirían que ella o ninguna otra persona salieran a buscarme. Me trataban como a una niña en plena rabieta y daban por sentado que se me pasaría y que regresaría.

– ¿Puedo suponer que las cosas no andan nada bien?

Me giré y vi a Cortez detrás de mí. Antes de que tuviera tiempo de maldecirlo, él prosiguió:

– Ayer vi en su agenda que tenía un compromiso a las siete y media de la tarde en un club del libro, y temí que fuera lo suficientemente obstinada como para asistir, a pesar del peligro que le supone continuar con sus actividades habituales…

– Hable como la gente normal -salté.

Él continuó, imperturbable:

– Sin embargo, ahora me doy cuenta de que no estaba actuando precipitadamente al asistir a un club del libro, sino que, en cambio, se proponía sabiamente conversar con su Aquelarre y asegurarse su ayuda en nuestro plan. Ahora bien, como recordará, el tercer paso de la lista inicial requiere incorporar a miembros de su Aquelarre para que la apoyen discretamente…

– Olvídelo, abogado. No me apoyarán, ni discretamente ni de ninguna otra manera. Se me ha prohibido importunar a cualquier miembro del Aquelarre con mi problema. Mi problema.

Lamenté mis palabras tan pronto como las pronuncié. Pero antes de que pudiera dar marcha atrás, Cortez murmuró:

– Yo me ocuparé -y se fue. Por un instante, sentí pánico al comprender qué se proponía. Cuando eché a correr tras él, Cortez ya se encontraba a las puertas del centro comunitario. Con un ademán, anuló los hechizos de traba y las cruzó.

Un zorro en el gallinero

Llegué a la puerta de la sala de reuniones justo en el momento en que Cortez comenzaba a hablar.

– Señoras -empezó-. Ante todo, les pido disculpas por interrumpir su reunión.

Un abucheo colectivo ahogó sus palabras cuando dieciocho brujas se dieron cuenta de que estaban en presencia de un hechicero. ¿Y qué hicieron? ¿Echarle un maleficio? ¿Lanzarle hechizos de repulsa? Para mi incomodidad -y mi vergüenza-, se armó un gran revuelo y todas se pusieron a hablar entre ellas como un puñado de gallinas que ven a un zorro en el gallinero. ¡Brujas de primer nivel, brujas con cincuenta años de experiencia en lanzar hechizos, acobardándose frente a un hechicero de veinticinco años! Sólo Savannah permaneció donde estaba, sentada sobre la mesa de los pasteles.

– ¿Usted de nuevo? -dijo-. Por lo visto no sabe entender una indirecta, ¿verdad?

– Él es un… -tartamudeó Therese-. Es un…

– Un hechicero -dijo Savannah-. ¿Y qué?

– Lucas Cortez -se presentó él mientras se dirigía al frente del salón-. Como ustedes saben, Paige se enfrenta a un recurso de custodia y, por culpa de esa situación, ahora se ve implicada en una investigación por homicidio. Con el fin de impedir futuros procedimientos legales y de proteger también la reputación de Paige, debo pedirles varias cosas a cada una de ustedes.