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¿Por qué Leah no me había matado? No lo sé. Quizá la Camarilla se lo estaba impidiendo. Cortez dijo que preferían usar métodos legales para resolver disputas, minimizando de esta manera el riesgo de quedar expuestos. Así que es probable que confiaran en hacerse con Savannah en una batalla legal, aunque ello no impidiera que Leah utilizara otros métodos si esa táctica fracasaba.

Por perturbador que me resultara el informe de Robert, se limitaba a confirmar lo que ya intuía y esperaba, basándome en mi trato con Leah hasta la fecha. Sin embargo, él había descubierto dos datos que reforzaron mi optimismo: dos posibles métodos de desbaratar los planes de Leah. No, nada que ver con cruces ni agua bendita; esas cosas sólo funcionan en los cuentos de hadas.

En primer lugar, las investigaciones de Robert indicaban que, a diferencia de los semidemonios Exustio como Adam, los poderes de los Volos se iban a pique cuando se enfurecían. Si se enfadan en exceso, se ponen demasiado nerviosos para concentrarse. Psicología básica, en realidad.

En segundo lugar, todos los Volos presentaban un indicio, una peculiaridad física reveladora que precedía a su ataque. Podía ser algo tan discreto como un parpadeo o tan obvio como una hemorragia nasal, pero todos hacían algo antes de iniciar el ataque. Aunque claro, eso significaba que uno debía provocarlos una serie de veces antes de descubrir esa peculiaridad.

* * *

Al despertar, me obligué a espiar por las cortinas. La calle estaba vacía. Qué alivio. Me duché, me vestí y luego desperté a Savannah para el desayuno. Cuando terminamos, llamé por teléfono a su colegio y dejé un mensaje diciendo que no asistiría ese día a clase, pero que más tarde pasaríamos por allí para averiguar cuáles eran sus tareas escolares.

Después hice otra llamada. Al tercer timbre, contestó.

– Lucas Cortez.

– Soy yo… Paige. Creo que… -tragué fuerte e hice otro intento-. Me gustaría probar. Quiero contratarlo.

– Me alegra oírlo. -Su teléfono móvil comenzó a zumbar, como si él se estuviera moviendo-. ¿Puedo sugerirle que nos reunamos esta mañana? Me gustaría establecer un plan concreto de acción lo antes posible.

– Por supuesto. ¿Desea venir a casa?

– Si a usted le parece bien, creo que eso nos brindaría mayor privacidad.

– De acuerdo.

– Digamos… ¿a las diez y media?

Estuve de acuerdo y corté la comunicación. Al hacerlo sentí un enorme alivio. Todo iba a salir bien. Había hecho lo correcto. De eso estaba segura.

A las nueve y media Savannah y yo estábamos trabajando; yo en mi estudio y ella en la mesa de la cocina. A las diez menos cuarto abandoné toda esperanza de poder hacer algo y centré mi atención en el correo electrónico.

Mi bandeja de entrada se había llenado durante el fin de semana; el noventa y cinco por ciento de los mensajes provenían de direcciones que no reconocí. Eso me pasa por llevar un negocio y tener en las Páginas Amarillas mi dirección de correo electrónico, mi número de teléfono particular y mi número de fax. Creé una carpeta titulada «El infierno: primera semana», revisé la lista de remitentes y, si no reconocía el nombre, pasaba el mensaje a esa carpeta sin leerlo. Habría preferido borrarlos, pero el sentido común me dijo que no debía hacerlo. Si algún maníaco entraba por la fuerza en mi casa y degollaba a esta «hija de puta adoradora de Satanás» mientras dormía, tal vez la policía encontraría el nombre de mi asesino enterrado en esa pila de basura electrónica.

Hice otro tanto con los faxes: un repaso rápido de la primera página y, si contenía las palabras «entrevista» u «ojala te quemes en el infierno», los metía en una carpeta y después la colocaba bajo la letra /, de infierno… Cuando terminé de clasificar todo me sentí muy orgullosa por haber podido manejar la situación con tanta calma y eficiencia. Más de dos docenas de faxes y mensajes electrónicos me condenaban a la perdición eterna, a pesar de lo cual mis manos casi no habían temblado.

Después cometí el error increíblemente estúpido de buscar en Internet las referencias a mi historia. Me dije que necesitaba saber qué había allí sobre el tema, qué se estaba diciendo. Después de leer el primer titular -«Ritos satánicos practicados por una bruja cerca de Salem»-, me di cuenta de que no era una gran idea. Pero tenía que seguir. De los tres artículos que examiné, dos mencionaban el rumor acerca del «bebé de Boston desaparecido», uno decía que yo había sido vista merodeando alrededor de la sociedad humana local, dos me acusaban de ser miembro de algún club satánico de Boston y los tres aseguraban que yo había sido encontrada en el lugar del asesinato de Cary «cubierta de sangre». Después de eso, decidí que la ignorancia era una bendición, y apagué mi ordenador.

Las diez y cuarto. Era hora de poner al fuego agua para servirle un café a Cortez. Cuando medía el café para ponerlo en el filtro, sonó el teléfono. Miré el display: número privado. ¿Contestar o no contestar? Decidí esto último, pero pulsé el botón «Hablar» por si llegaba a oír una voz amiga.

– Señora Winterbourne, soy Julie de Seguros Bay.

¿Seguros? Acaso estaba asegurada en una compañía llamada…; no, Seguros Bay era un nuevo cliente. Cuando la voz continuó, oprimí el botón «hablar», pero la máquina siguió adelante.

– … cancelar nuestra orden. Dada la, bueno, publicidad, hemos decidido que es lo mejor. Por favor envíenos la factura por cualquier trabajo que haya realizado hasta la fecha.

– Hola -dije-. ¡Hola!

Demasiado tarde, ya había colgado. Acababa de perder el contrato. Cerré los ojos, respiré hondo y sentí una punzada. ¿Por qué no había imaginado esto, que mi negocio podía quedar dañado por la publicidad? Pero no debía preocuparme por eso. Si ellos no querían mis servicios, que se fueran al diablo. ¡Como si yo tuviera problemas para encontrar clientes! Una o dos veces por semana debía rechazar alguno porque mi carpeta de clientes estaba llena. Además, sí, bueno, es verdad que podía perder algunos contratos, pero también era posible que ganara otros.

Mientras esperaba a que el café estuviera listo, decidí recorrer lentamente el resto de mis mensajes telefónicos. Como para demostrarme que yo tenía razón, tres llamadas más tarde encontré este mensaje: «Hola, soy Brock Summers, de Boston. Pertenezco al Grupo Percepción de Nueva Inglaterra, y nos encantaría encargarle que hiciera algo por nuestra página web…

Tal vez el viejo dicho era cierto: no hay nada mejor que una mala publicidad.

– … ya tenemos una página web -continuó el señor Summers-, pero estamos muy interesados en que usted haga algunas mejoras. He visto su trabajo y conozco a varias personas en su campo a quienes también les interesaría…

Esto era bueno. Realmente bueno.

– … por favor revise nuestra actual página web en www. exorcismosrus.com. Se escribe exorcismosrus, así, en una sola palabra. Hacemos sesiones espiritistas, exterminación de espíritus burlones y ruidosos, exorcismos, desde luego…

Golpeé la tecla «borrar» y me dejé caer en una silla de la cocina.

– ¿Qué pasa, Paige?

Savannah se encontraba de pie junto a la puerta de la cocina, con unos prismáticos en la mano y una mirada preocupada en los ojos. Miró por encima de su hombro en dirección a la ventana del frente.

– Permíteme adivinar: tenemos nuevos adornos en el jardín.

Ella no sonrió.

– No, no es eso… Bueno, sí, los tenemos, pero hace rato que están ahí. Estuve mirando para comprobar cuántos eran. Entonces, hace algunos minutos, me pareció ver una mujer pelirroja de pie en la calle, así que busqué los prismáticos para asegurarme.