– Creo que una rama me ha raspado la espalda -dijo Savannah-. ¿Qué importa si alguien nos ve? Tú no mataste a ese tipo.
– Ya lo sé, pero sería una falta de respeto. Y no quiero causar más problemas.
Antes de que pudiera contestarme, la puerta se abrió de par en par. Una mujer de cuarenta y tantos años espió hacia fuera, su cara se veía blancuzca con una expresión de pocos amigos que parecía más un hábito que intencional.
– ¿Sí? -Antes de que yo tuviera tiempo de contestar, ella asintió-. Señora Winterbourne. Muy bien. Pase.
Preferiría haberme quedado afuera, pero ella soltó la puerta y desapareció dentro de la habitación antes de que pudiera protestar. Escolté a Savannah y después entramos en un depósito. Entre las pilas de cajas había una silla plegable y una mesa cubierta de carpetas.
Roberta Shaw usaba un vestido de lino bastante a la moda y hecho a medida; mi madre tenía su propia tienda de ropa, así que yo conocía bien la diferencia entre una prenda buena y una mala. Aunque el vestido era de mucha calidad, en ella era un desperdicio. Como suelen hacerlo muchas mujeres corpulentas, Shaw había cometido el error de elegir ropa demasiado grande, con lo cual había convertido un vestido caro en un trozo informe de arpillera que caía en pliegues alrededor de su cuerpo.
Cuando mi vista se adaptó a ese depósito en penumbra, Shaw se instaló en su silla y se concentró en sus papeles. Yo aguardé algunos minutos y después carraspeé.
– Me gustaría irme de una vez -dije-. No me siento cómoda aquí.
– Espere.
Lo hice durante otros dos minutos. Entonces, antes de poder volver a hacer un comentario, Savannah suspiró… muy fuerte.
– No sé si sabe que no tenemos todo el día -dijo Savannah.
La mirada de Shaw fue feroz, pero no estaba dirigida a mi pupila sino a mí, como si la descortesía de Savannah sólo pudiera ser culpa mía.
– Lo siento -me disculpé-. No se encuentra bien. Si usted no está lista, podríamos ir a comer algo y regresar después.
– Tome -dijo y me arrojó una carpeta-. La cuenta está encima. Necesitamos un cheque certificado, que puede enviar a la dirección que aparece ahí. Bajo ninguna circunstancia le está permitido establecer contacto con los Cary en lo referente al pago o a ninguna otra cosa relacionada con su casa. Si tiene alguna pregunta…
– Debo llamarla por teléfono. Capto la idea.
Me dirigí a la puerta, tiré del picaporte y caí hacia atrás cuando no se abrió. ¿Qué tal eso para una salida triunfal? Recuperando el equilibrio y mi dignidad volví a tomar el pomo, lo giré y tiré. Nada.
– ¿Hay una cerradura? -pregunté y miré debajo del pomo.
– Sólo gire y tire, como con cualquier puerta.
Qué perra. Casi lo dije en voz alta. Pero, a diferencia de Savannah, la educación que había recibido no me permitía hacer una cosa así. Hice un nuevo intento de abrir la puerta. No pasó nada.
– Está atascada -anuncié.
Shaw suspiró y se levantó trabajosamente de la silla. Atravesó la habitación, me hizo señas de que me apartara de su camino, tomó el pomo y tiró de él. La puerta permaneció cerrada. Desde el otro lado oí voces.
– Alguien está ahí afuera -dije-. Tal vez ellos pueden abrir la puerta desde el exterior…
– No. No permitiré que moleste a los deudos. Llamaré al vigilante.
– Hay una puerta delantera, ¿no? -preguntó Savannah.
Una vez más, Shaw me fulminó con la mirada.
– Por razones obvias, no saldrán por allí -dijo y cogió su teléfono móvil.
Suspiré y me recosté contra la puerta. Al hacerlo, pesqué un trozo de conversación del otro lado… Y reconocí las voces.
– … realmente demasiado fácil -decía Leah.
Sandford se echó a reír.
– ¿Qué esperabas? Es una bruja.
Las voces se desvanecieron, presumiblemente alejándose… Volví a tirar de la puerta, esta vez murmurando un hechizo para destrabarla. Nada sucedió.
– Leah -murmuré en voz baja a Savannah y después me dirigí a Shaw-. Olvídese del vigilante. Nos vamos. Ahora.
– Ustedes no pueden… -comenzó a decir Shaw.
Demasiado tarde. Yo ya había abierto la puerta interior y empujaba a Savannah a través de ella. Shaw aferró la parte de atrás de mi blusa, pero logré soltarme y empujé a Savannah al pasillo.
Un velatorio para recordar
Una vez en el pasillo, le di un codazo a Savannah para que siguiera adelante.
– Cruza la primera puerta que veas -le susurré-. Date prisa, estoy justo detrás de ti.
Hacia la izquierda, un corredor vacío serpenteaba por un territorio desconocido. El sol se colaba a través de una puerta a menos de seis metros hacia la derecha… Seis metros de corredor repletos de familiares de aspecto sombrío. Giré a la izquierda. Siguiendo mi consejo, sin embargo, Savannah torció a la derecha, hacia la puerta del frente, entre la gente.
– Sav… -susurré en voz no demasiado baja, pero ella ya se encontraba fuera de mi alcance y avanzaba deprisa.
Bajé la vista, recé para que nadie me reconociera y la seguí. Había caminado menos de un metro y medio cuando la voz de Shaw resonó detrás de mí.
– Paige Winterbourne, no te atrevas a…
No escuché el resto. Mi nombre flotó por el aire a lo largo del pasillo y provocó una explosión de murmullos.
– ¿Winterbourne?
– ¿Paige Winterbourne?
– ¿No es la que…?
– Dios mío…
– ¿Es ella?
Mi primer impulso fue mantener la cabeza bien alta y caminar hasta la puerta. Tal y como Savannah había dicho, yo no había hecho nada malo. Pero la prudencia venció a mi orgullo y, como deferencia a los deudos, bajé la cabeza, murmuré mis disculpas y corrí detrás de Savannah. Los susurros me persiguieron, pero poco a poco se fueron apagando antes de convertirse en difamación.
Obligué a mis labios a pronunciar más disculpas y me abrí paso con fuerza entre la multitud. Más adelante, cuatro personas amontonadas parecieron devorar la delgada figura de Savannah. Levanté la cabeza, aumenté mi velocidad y corrí casi de puntillas para tratar de verla.
El gentío que me rodeaba se trocó en un conjunto de susurros, de sonidos secretos que crecieron hasta ser un parloteo. Una breve conmoción se desató más adelante, a mi derecha, del otro lado de dos enormes puertas dobles. No le presté atención y seguí avanzando, preocupada por encontrar a Savannah y no establecer contacto visual con los familiares. Algunos me agarraron del brazo. Yo me volví apenas, pero sólo alcancé a ver una cabellera rubia debajo de un sombrero negro.
– Lo lamento -murmuré, sin dejar de escrutar el gentío que tenía delante, siempre en busca de Savannah.
Sin mirar, aparté esas manos de mi brazo y traté de alejarme. Alguien gritó «¡Allí!» Una cabeza negra, de espaldas, apareció cerca de la salida. Me lancé hacia adelante, pero las manos volvieron a apresarme y una serie de uñas se me clavaron en el brazo.
– Lo lamento -volví a decir, distraída-. Realmente tengo que…
Giré para liberarme de mi atacante, pero al ver su cara me detuve en seco. Lacey Cary me miraba con sus ojos ribeteados de tristeza roja y maquillaje negro. A nuestro alrededor, la gente se quedó en silencio.
– ¿Cómo te atreves? -siseó-. ¿Qué clase de broma macabra es ésta?
– Lo siento tanto, tanto -dije-. Yo no quise… Fue un error… recoger mi carpeta.
– ¿Tu carpeta? -La cara de Lacey se descompuso-. Tú…, ¿tú has irrumpido en el velatorio de mi marido para venir a preguntarme por tu carpeta?
– No, me dijeron que viniera a buscarla… -Callé al darme cuenta de que no era momento para corregirla. Paseé la vista por el lugar en busca de Savannah, pero no la vi-. Lo lamento tanto. Me iré…