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Mientras viajábamos hacia Salem, imaginé a Savannah inmersa en ese mundo. Controlada, reprimida y censurada. Muerta de aburrimiento. ¿Sorprende entonces que estuvieran deseosas de diversión? ¿Quizá también de travesuras? En el invierno de 1692 las chicas de Salem encontraron exactamente eso en la forma de una mujer anciana, una esclava llamada Tituba.

Tituba era la esclava del reverendo Samuel Parris, además de la niñera de su hija Betty, a quien se dice que adoraba. Para divertirse durante esos largos meses de invierno, Tituba les enseñó a Betty y a sus amigas algunos trucos de magia, probablemente trucos de prestidigitación que había aprendido en Barbados. A medida que transcurría el invierno, comenzó a correrse la voz de esta nueva forma de diversión entre la comunidad de chicas adolescentes, quienes una por una encontraron razones para visitar a ese personaje.

En enero, Betty, la más joven del grupo, enfermó, quizá porque a su conciencia puritana le perturbaban todos esos rumores de magia y hechicería. Muy pronto otras chicas contrajeron también la misma «fiebre». El reverendo Parris y otras personas insistieron en que las chicas les dieran el nombre de sus torturadores. Betty nombró a Tituba, y a fines de febrero la vieja esclava fue arrestada acusada de hechicería.

Y así comenzó todo. Las chicas muy pronto se convirtieron en centro de la atención de la gente. Ya no eran meras esclavas de la casa y la cocina, sino que se transformaron en celebridades. La única forma de prolongar sus quince minutos de fama era subir la apuesta, exhibir una conducta cada vez más salvaje, más endemoniada. Denunciar a más brujas. Y eso hicieron. Muy pronto, cualquier mujer que no les cayera bien a las chicas era convertida en víctima.

Cuatro brujas del Aquelarre murieron. ¿Por qué? Los cazadores de brujas con frecuencia tenían como blanco a quienes mostraban desviaciones sociales o de género, en particular a las mujeres que no cumplían con el papel femenino aceptado. Esto afectaba a muchas brujas del Aquelarre. Francas e independientes, vivían con frecuencia sin un marido -aunque eso no quería decir que fueran célibes-; un estilo de vida que no debía ser nada popular en la Nueva Inglaterra puritana. Fue ese estilo de vida, y no la práctica de la hechicería, lo que las llevó a ser condenadas a muerte.

Una vez intenté explicar todo eso a las brujas del Aquelarre. ¿Cómo reaccionaron ellas? Estuvieron en total acuerdo conmigo y declararon que si esas mujeres hubieran tenido el buen sentido de mantener la cabeza baja y comportarse como se esperaba de ellas, no habrían muerto. Recuerdo que tuve ganas de golpearme la cabeza contra la pared.

* * *

Hoy, la caza de brujas de Salem es una atracción turística. Me pone los pelos de punta, pero lo cierto es que hay infinidad de Wiccanas practicantes en esa zona, y varias tiendas New Age en Salem que venden ingredientes que a mí me costaría mucho encontrar en alguna otra parte.

La mayor parte del Salem «turístico» se había cerrado alrededor de la hora de la cena, pero la tienda que buscábamos se encontraba abierta hasta las nueve. Las calles estaban tranquilas y encontramos aparcamiento con facilidad, después de lo cual nos dirigimos al centro turístico: varias calles flanqueadas por árboles en las que estaba restringido el tráfico peatonal. Nos llevó menos de veinte minutos reunir todo lo que necesitábamos, tras lo cual volvimos a subirnos al coche de Margaret y nos dirigimos a la autopista.

* * *

– Todavía nos quedan dos horas -dije cuando giramos-. ¿Se os ocurre alguna idea? No podemos recoger el enebro hasta después de la medianoche.

– ¿Y para qué necesitamos enebro? -preguntó Savannah.

– Para que nos proteja contra la interferencia de espíritus malignos.

– Bueno, está bien. ¿Y cuándo conseguiremos la tierra de una tumba? Eso tiene que ser recogido justo a medianoche.

– Quizá tendremos la suerte de encontrar un enebro en el cementerio -apuntó Cortez.

– ¿En qué cementerio? -pregunté-. En la ceremonia no se dice nada acerca de tierra de una tumba, Savannah. Ya tenemos todo lo que necesitamos, excepto el enebro.

– Necesitamos tierra de una tumba.

– Savannah, conozco bien la ceremonia. Yo misma la pasé y sé que no hace falta tierra de una tumba.

– ¿Ah, sí? Pues mi madre me lo contó todo acerca de la ceremonia, y yo sé que se necesita tierra de una tumba.

– Lo que necesitas es tierra y punto. Tierra común y corriente recogida en cualquier momento y en cualquier lugar.

– No, yo necesito…

– ¿Puedo hacer una sugerencia? -Nos interrumpió Cortez-. Para evitar futuros problemas, os aconsejo que pongáis en común lo que sabéis cada una de vosotras sobre la ceremonia.

– ¿Qué? -dijo Savannah.

– Que comparéis notas -respondió él-. Un poco más adelante hay un cartel que indica aparcamiento. Detén el coche allí, Paige. Como has dicho, tenemos tiempo de sobra.

– Eso no forma parte de la ceremonia -afirmé mientras caminaba entre dos árboles y escuchaba a Savannah-. No podría ser.

– ¿Por qué? ¿Porque el Aquelarre lo dice? Esto es lo que mi madre me dijo que hiciera, Paige.

– Pero no es la ceremonia correcta.

Cortez carraspeó.

– ¿Otra sugerencia? Tal vez deberíamos tener en cuenta la posibilidad de que sea una variante de la ceremonia del Aquelarre.

– No lo es -insistí-. No puede serlo. Escuchad las palabras. Dicen… No, no importa.

– Aún controlo el latín, Paige -dijo Cortez-. Entiendo el pasaje adicional.

– Tal vez entiendas las palabras, pero no el significado.

– Sí que lo entiendo. Tengo algunos conocimientos de la mitología de las brujas. El pasaje adicional es una invocación a Hécate, la diosa griega de la hechicería, una deidad que el Aquelarre y la mayoría de las brujas modernas ya no reconocen. La invocación le pide a Hécate que le conceda a la bruja el poder de descargar su venganza contra sus enemigos y de liberarla de toda restricción de sus poderes. Ahora bien, con respecto a la capacidad de Hécate para conceder ese deseo, reconozco que atribuyo poca credibilidad a la existencia de tales deidades.

– A mí me pasa lo mismo. ¿De modo que lo que tú dices es que ese pasaje no tiene nada que ver, que no hay ningún daño en hacerlo?

Él permaneció un momento en silencio, reflexionando.

– No. Si bien yo dudo de la existencia de Hécate como tal, ambos debemos reconocer que existe alguna fuerza que nos da nuestro poder. -Miró a Savannah, quien se había sentado frente a una mesa para picnics-. ¿Podrías disculparnos, Savannah? Me gustaría hablar con Paige a solas.

Savannah asintió y, sin protestar, se dirigió a un columpio vacío que estaba en el otro extremo del parque. Definitivamente, tenía que aprender de Cortez cómo conseguía hacerlo.

– Ya te hablé acerca de la variación de la Camarilla con respecto a tu ceremonia -dijo Cortez cuando Savannah se hubo alejado-. ¿No es posible que existan otras variantes?

– Supongo que sí. Pero esto… Esto es… -Sacudí la cabeza-. Tal vez ese pasaje adicional no significa nada, quizá da lo mismo, pero no puedo correr ese riesgo. Estaría pidiendo que a Savannah le fuera concedido algo que no creo que ninguna bruja debería tener.

– Estarías pidiendo que le concedieran a Savannah poderes plenos, sin ninguna restricción. ¿Ésa es una habilidad que no crees que ninguna bruja debería tener?

– No tergiverses mis palabras. Yo me sometí a la ceremonia de mi madre y estoy muy bien.

– Sí, lo estás. Yo no digo que…

– Y no estoy pidiendo garantías. Savannah ya lanza hechizos con mucha más fuerza que yo. ¿Puedes imaginar lo peligrosa que podría ser con más poder?