– Eso no te lo voy a discutir. Tú eres la bruja, tú eres la única que puede realizar la ceremonia para ella. -Dio unos pasos hacia mí y apoyó las puntas de sus dedos en mi brazo-. Ve a hablar con ella, Paige. Debemos resolver esto antes de la medianoche.
Un grave dilema
No lo haré-Gritó Savannah, y su voz resonó por ese aparcamiento vacío-. ¡No haré tu estúpida ceremonia del Aquelarre! ¡Prefiero no tener ninguna ceremonia antes que ser una bruja inútil del Aquelarre!
– Como yo.
– No he querido decir eso, Paige. Tú no eres como ellas. No sé por qué pierdes tu tiempo con ellas. Puedes hacerlo todo mucho mejor.
– Yo no quiero ser mejor que ellas. Lo que quiero es contribuir a que las cosas sean mejores. Para todas nosotras.
Ella sacudió la cabeza.
– No me someteré a tu ceremonia, Paige. No lo haré. Será la mía o no habrá ceremonia. ¿No lo entiendes? Eso fue lo que mi madre me dijo que hiciera. Es lo que ella quería para mí.
No supe cómo responder y en la cara de Savannah apareció una expresión de intensa furia.
– Es eso, ¿no? Tú no quieres hacerlo porque la información viene de mi madre, porque no confías en ella.
– No es que no confíe…
– No, tienes razón, no es eso. Es simplemente porque la odias. La consideras una especie de monstruo.
Me acerqué a Savannah, pero ella me apartó con tanta fuerza que me tambaleé contra la mesa para picnics.
– Mi madre me cuidó. Ella no habría permitido que Leah volviera a acercarse a mí.
Yo me estremecí.
– Savannah, yo…
– No, cállate. Estoy harta de escucharte. ¿Piensas que mi madre era mala porque practicaba magia negra? Eso no la convertía en mala, sino en alguien inteligente. Por lo menos tuvo el coraje de salirse del Aquelarre en lugar de quedarse allí aprendiendo estúpidos hechizos para bebés y creyéndose la reina de las brujas.
Retrocedí un paso, tropecé de nuevo con la mesa y caí pesadamente sobre el banco. Cortez vino corriendo del bosque, donde había estado enterrando la Mano de la Gloria. Yo sacudí la cabeza para advertirle que se mantuviera a distancia, pero Savannah entró en mi línea de visión y miró por encima de mí.
– ¿Sabes qué? -dijo-. Sé por qué no quieres hacer esa ceremonia para mí. Porque tienes celos. Porque tu madre te hizo pasar por esa ceremonia inútil del Aquelarre y ahora es demasiado tarde, tienes que aguantarte. No puedes retroceder en el tiempo y hacerlo de nuevo. No puedes ser más poderosa de lo que eres. Así que quieres impedir que yo lo sea porque tu madre no…
– Ya basta -la cortó Cortez y apartó a Savannah de mi lado-. Es suficiente, Savannah.
– Apártate, hechicero -dijo ella.
– Hazlo tú, Savannah -replicó él-. Ahora mismo.
De pronto toda la furia de Savannah pareció desvanecerse en un instante.
– Vuelve a los columpios y serénate, Savannah -le ordenó él.
Ella obedeció e hizo un pequeño movimiento de asentimiento con la cabeza.
– Deja que se vaya -me susurró Cortez cuando yo hice un ademán de ponerme en pie-. Estará bien. Tienes que tomar una decisión.
Y, con eso, se sentó junto a mí y no dijo ni una palabra más mientras yo tomaba esa decisión.
¿Obligaría a Savannah a conformarse con menos de su potencial total? Una vez tomada la decisión, ya no había marcha atrás. Una bruja tiene exactamente una noche para torcer el rumbo de su destino. Melodramático, pero cierto.
¿Sentía celos de Savannah porque ella todavía tenía la oportunidad de convertirse en una bruja mucho más poderosa? No. Esa idea ni se me había cruzado por la cabeza hasta que ella lo mencionó. Sin embargo, ahora que lo había hecho, sí me daba algo en qué pensar. La oportunidad ya había pasado para mí. Si, como aseguró Eve, esta otra ceremonia haría que una bruja fuera mucho más poderosa, entonces, sí, confieso que me dolía pensar que me lo había perdido. Si me hubiesen dado la posibilidad de elegir, habría optado por la ceremonia más fuerte. Aun sin saber si funcionaba o no, incluso sin saber cuánto más poder podía brindarme. Yo habría corrido ese riesgo.
¿Confiaba yo en una Savannah con todo ese poder? Dadme a mí la capacidad de matar y nadie tendría por qué preocuparse de que estrangulara a algún estúpido que no me dejara adelantarle en la autopista; el solo hecho de saber que poseía ese poder sería más que suficiente para controlarme. Pero Savannah era diferente. Ya tenía la costumbre de utilizar su poder frente a la menor provocación. El día anterior, cuando encontramos a ese investigador en nuestra casa, Savannah lo había arrojado contra la pared. ¿Se habría conformado con eso si hubiera podido matarlo? Pero lo cierto era que yo no podía esperar a comprobar si con los años ella superaría esa actitud temeraria; o realizaba esa ceremonia al día siguiente o no lo hacía nunca. Y junto con ésa venía otra responsabilidad: si yo le daba a Savannah esos poderes, tendría que enseñarle a controlarlos. ¿Podría hacerlo?
Savannah había heredado de su madre algunas actitudes con las que yo no estaba nada de acuerdo, pero Eve había amado a su hija y deseado lo mejor para ella. Y creía que «lo mejor» era esa ceremonia. ¿Me atrevería yo a rebatir eso?
¿Cómo podía tomar una decisión semejante con tanta rapidez? Necesitaba días, quizá semanas. Y sólo tenía minutos.
Me acerqué a Savannah por detrás mientras ella se columpiaba y sus zapatillas arrastraban la arena del suelo.
– Haré la ceremonia -dije-. Tu ceremonia.
– ¿En serio? -Al ver mi expresión, congeló su sonrisa-. Realmente no fue mi intención, Paige… Me refiero a lo que dije.
– Lo dicho, dicho está. Y volví al automóvil.
Conduje en silencio, respondiendo sólo las preguntas que se dirigían expresamente a mí.
– ¿Puedo ver los Manuales, Paige? -preguntó Savannah desde el asiento de atrás. Asentí-. A lo mejor puedo ayudarte a aprender esos hechizos. O podemos aprenderlos juntas.
Tenía que decir algo. No sirvo para guardar rencor; se parece demasiado al enfurruñamiento.
– Sí, claro -dije-. Sí… Suena muy bien.
Cortez miró hacia atrás en dirección al Manual que Savannah tenía en las manos, y después me miró a mi. No dijo nada, pero su mirada rezumaba curiosidad.
– Más tarde -le dije, moviendo sólo los labios.
Él asintió y el silencio reinó entre nosotros hasta que llegamos a las afueras de East Falls.
– Muy bien -dije cuando entramos en la ciudad-, tenemos una decisión que tomar. Necesitamos tierra de una tumba, pero yo no pienso ni acercarme al cementerio de East Falls. Lo último que necesito es que alguien mire hasta allí desde el hospital y me vea merodeando entre las tumbas. Así que tenemos dos opciones. Una, podemos ir al cementerio del condado. Dos, podemos ir al que está aquí en la ciudad y tú te ocupas de conseguir la tierra, Cortez.
Él suspiró.
– Está bien, supongo que eso contesta mi pregunta… Iremos entonces al cementerio del condado.
– No me oponía a tu propuesta.
– ¿Qué pasa entonces?
– Nada.
Savannah se apoyó en el respaldo de los asientos de delante.
– Está enfadado porque sigues llamándolo…
Cortez la interrumpió.
– No estoy enfadado por nada. El cementerio de la ciudad queda más cerca. Yo recogeré la tierra.
– ¿No te importa?
– En absoluto. Creo que podré recoger tierra a través del alambrado sin necesidad de entrar en el cementerio y, por consiguiente, sin correr el riesgo de ser visto.
– ¿Es allí donde sepultaron a Cary? -Preguntó Savannah-. ¿Junto al alambrado?
– Creo que fue incinerado.
Cortez asintió.
– Esperad un segundo -dijo Savannah-. Si ellos incineraron a Cary, ¿cómo vamos a tomar tierra de su tumba?