– No lo haremos.
– Pero es que Lucas no puede recogerla de cualquier tumba -dijo Savannah-. Tiene que ser de la tumba de alguien que fue asesinado.
– ¿Qué?
– Caramba, ¿no os lo había mencionado?
– No.
– Vaya… Lo siento.
– Tenemos -consulté mi reloj- cuarenta y cinco minutos para encontrar la tumba de alguien que fuera asesinado. Fantástico. Una maravilla.
– Detén nuevamente el coche -dijo Cortez-. Necesitaremos pensar bien esto.
Estuvimos detenidos en el arcén durante casi diez minutos. Por último, suspiré y sacudí la cabeza.
– No se me ocurre nadie que haya sido asesinado en East Falls. La hija de los Willard fue atropellada por un conductor borracho antes de Navidad, pero no estoy segura de que eso cuente.
– No deberíamos correr ese riesgo.
Me recliné hacia atrás.
– Muy bien, dejadme pensar -dije y me senté bien erguida en el asiento-. ¡Ya lo tengo! La mujer de la funeraria. La que estaba del otro lado de la cortina. Alguien la mató de un tiro. No conozco bien la historia -probablemente porque últimamente he evitado leer los periódicos-, pero eso fue un asesinato, ¿no? ¿O podría ser homicidio involuntario?
– Involuntario o no, parece un claro caso de homicidio, y eso será suficiente. ¿Está enterrada en la ciudad?
– Oh, Dios. No lo sé. Probablemente no era de East Falls, pero no puedo estar segura. ¡Mierda! Oh, esperad. Eso debió de haber salido en los periódicos locales, ¿no? Si pudiéramos conseguir un ejemplar de la semana pasada…
– ¿Y cómo vamos a lograr eso? -preguntó Savannah.
– Espera un poco, déjame pensar. -Estuve un momento en silencio y después sonreí-. Ya lo tengo. Elena. Ella es periodista. Y debería tener recursos para averiguarlo, ¿verdad?
– Y tendrá acceso a noticias y servicios telegráficos online. -Cortez me pasó su teléfono móvil-. Dile que busque todo lo que encuentre de Katrina Mott.
– ¿Cómo sabes su nombre? -preguntó Savannah.
– Por la placa que había ayer frente a la funeraria. Allí figuraban sólo dos servicios.
– Qué buena memoria -dije.
Él asintió y encendió el teléfono para mí.
Tal y como yo pensaba, Elena todavía no se había acostado, aunque ya eran más de las once de la noche de un día de semana. No porque su agenda fuera más atareada que la mía -ella se quedaba bastante en su casa, que estaba a varias horas de cualquier club nocturno cercano-, pero tenía la ventaja de vivir con personas de más de trece años, ninguno de los cuales debía levantarse temprano para trabajar o ir al colegio. Además estaba todo el asunto de ser mujer lobo, con frecuencia necesitaba salir tarde por las noches. Cuando llamé, estaba afuera jugando a la pelota con compañeros de la Jauría de visita. Qué vida tan dura, ¿no? Buscó la información y me volvió a llamar cinco minutos después.
– Katrina Mott -dijo-. Falleció el viernes 15 de junio. Murió de un tiro que le disparó su amante durante una discusión porque él, y cito sus palabras literalmente, «quería cerrarle la boca para siempre». Para mí, eso es asesinato, sin duda. Espero que al muy hijo de puta le den cadena perpetua.
– La vida en prisión y toda una vida de estar acosado por sus recuerdos, si es que en el mundo hay todavía justicia. ¿La noticia dice dónde fue sepultada?
– Ah… Sí, aquí. Fue velada en la Funeraria de East Falls y luego sepultada el jueves por la mañana en el Cementerio Pleasant View.
– El cementerio del condado. Perfecto. Gracias.
– Ningún problema. ¿Seguro que no necesitas ayuda? Nick está aquí este fin de semana. Los tres podríamos ir: Clay, Nick y yo. ¿O eso es exactamente lo que no necesitas?
– Más bien lo segundo. No te ofendas, pero…
– No me ofendo en absoluto. Si necesitas músculos un poco más sutiles, yo podría escabullirme e ir sin Clay. Al menos por un rato. Hasta que él me encuentre. Pero me da la impresión de que lo tienes todo bajo control.
Hice un ruido indefinido.
– Llámame si me necesitas, ¿vale? -continuó-. Aunque sólo quieras un guardaespaldas para Savannah. Ella todavía piensa venir por aquí el mes que viene, ¿no?
– Claro.
Se echó a reír.
– ¿Me equivoco o noto alivio en tu voz? Tenemos muchas ganas de tenerla aquí.
– Aja. Déjame adivinar. Ese plural «tenemos» se refiere a ti y a Jeremy.
Otra risa.
– Clay no tiene problemas. No es que cuente exactamente los días, pero tampoco se queja. Con Clay, eso es casi una señal de aprobación.
– Aprobación con respecto a Savannah, no a mí.
– Dale tiempo. Tú sigues pensando en quedarte el fin semana, ¿verdad? ¿Y después nos iremos a Nueva York en coche? ¿Nosotras dos?
– Por supuesto.
Savannah me hacía señas de que le pasara el teléfono.
– Tengo que dejarte -dije-. Savannah te quiere hablar.
– Pásamela. Yo te llamaré pronto.
Cuando le pasé el teléfono a Savannah y encendí el motor del coche no pude evitar sonreír. Durante dos minutos me había olvidado de todo lo demás. Dos minutos en los que pude ver de nuevo lo que ocurriría en el futuro, tal como yo lo había planeado, antes de que comenzara todo esto. Lograría superarlo. Después, me dedicaría a disfrutar de mi verano. Durante una semana estaría libre de Savannah y podría pasar tiempo viendo a mis amistades de Boston, además de disfrutar de un fin de semana en Nueva York con mi amiga Elena.
Por primera vez desde que Leah llegó a East Falls pude imaginar un día en que todo esto sería nada más que un mal recuerdo, algo que contarle a Elena mientras tomábamos una copa en algún club nocturno carísimo de Nueva York. Con eso sentí un estallido de renovado optimismo. Lograría salir adelante.
Ahora sólo tenía que conseguir tierra de la tumba de una mujer asesinada antes de que el reloj diera las doce. Eso también era posible.
Un bello paseo arruinado
El cementerio pleasant view hacía honor a su propio nombre y ofrecía una vista agradable, aunque dudo mucho que sus residentes lo apreciaran. Pleasant View tenía menos de cien años de antigüedad, pero ya poseía cuatro veces el tamaño de su homólogo de East Falls, debido a una ordenanza municipal de un siglo antes que prohibía a todo «recién llegado» comprar un terreno en la ciudad. El argumento fue que el cementerio de East Falls no podría expandirse, de modo que para asegurar que los pobladores pudieran ser sepultados junto a sus antepasados, era preciso tener ya un lote familiar allí. Ésta es la versión de East Falls de un club de campo. En serio. En mi primer picnic en la ciudad, tres personas encontraron la manera de sacar el tema de su eventual inclusión en esta sociedad de élite:
– ¿Has visto nuestro cementerio local? Es una hermosura, ¿no te parece? No sé si sabes que mi familia tiene una parcela allí.
– ¿Ves ese roble que está junto a los columpios? Hay uno igual en la parcela de nuestra familia en el cementerio.
– Soy Emma Walcott. Mi familia es dueña de un mausoleo en el cementerio de la ciudad. Pásame la salsa, por favor.
Aunque ya tiene muchas más tumbas que East Falls, el Pleasant View es tan grande que las sepulturas se colocan de manera muy espaciada: algunas en los valles, otras en medio de unos bosquecillos, otras entre prados llenos de flores silvestres. La leyenda dice que un filántropo anónimo donó el terreno y decretó que la naturaleza se conservara intacta todo lo posible. Los miembros de la élite de East Falls aseguran que el anciano se desprendió de la propiedad para desgravar impuestos y que los del condado están celosos porque se van a pasar toda la eternidad rodeados de un hospital, una funeraria y un Seven Eleven.
El aparcamiento del Pleasant View estaba vacío, como cabía esperar a las once y media de un martes por la noche, pero yo preferí llevar el coche a un camino lateral.