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– ¿Cómo haremos para encontrarla? -preguntó Savannah mientras entrecerraba los ojos para escudriñar la oscuridad que había más allá de nuestro vehículo.

– En el portón principal hay un mapa que muestra dónde está enterrada cada persona.

– Qué oportuno.

– Oportuno y necesario -expliqué-. Algunas de estas tumbas están prácticamente ocultas entre los árboles. El único problema es que tal vez no hayan añadido todavía el nombre de la señorita Mott, en cuyo caso no nos quedará más remedio que iniciar una búsqueda.

* * *

Cuando nos acercamos al mapa, un horrible pensamiento me asaltó. ¿Y si Mott no había sido sepultada ese día? Los avisos fúnebres indicaban que el funeral se realizaría esta mañana, pero eso fue antes de que su cuerpo reviviera y comenzara a repartir golpes a todo el mundo.

Para mi alivio, la tumba de Katrina Mott estaba indicada con lápiz en el mapa.

– ¿Quieres que yo recoja la tierra? -preguntó Cortez.

Negué con la cabeza. -Aquí no hay ningún riesgo de que me vean, así que lo haré yo. Vosotros podéis esperarme en el coche.

– Aja -dijo Savannah-. Es mi tierra. De modo que yo te ayudaré a recogerla.

– Yo montaré guardia en el cementerio -dijo Cortez.

– No hace falta -dije-. Es un lugar oscuro y aislado. Nadie podrá vernos.

La tumba de Katrina Mott se encontraba casi en el centro, como acurrucada en medio de un grupo de cedros plantados en forma de u. Parecía bastante fácil de encontrar, y probablemente lo era… de día. Por la noche, sin embargo, todos los árboles parecían iguales y mi habilidad para juzgar las distancias se veía gravemente comprometida por el hecho de que sólo alcanzaba a ver un metro y medio en cualquier dirección. Si había una luna en el cielo, sin duda se había ocultado en el momento preciso en que entramos en el cementerio.

Después de tropezar sobre dos tumbas, lancé un hechizo de bola de luz. Una bola resplandeciente apareció enseguida en la palma de mi mano. La arrojé hacia adelante y comenzó a revolotear delante de mí y a iluminarme el camino.

– Eso sí que ha sido oportuno -comentó Cortez.

– ¿Este hechizo no lo conoces? -pregunté.

Él sacudió la cabeza.

– Tendrás que enseñármelo.

– Primero me lo tiene que enseñar a mí -replicó Savannah-. Después de todo, yo soy la bruja.

Cortez se disponía a contestarle, pero se detuvo y miró en todas direcciones.

– Allí -señaló-. La señorita Mott está enterrada sobre esa colina.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Savannah.

En los labios de él se dibujó una levísima sonrisa.

– Magia.

– Ha memorizado el mapa -dije yo-. Indicaba hondonada, colina, tres robles y luego otra colina. Allí están los robles. Ahora movámonos. Solo tenemos diez minutos.

– No tiene que ser precisamente al dar las doce -dijo Cortez-. Me temo que eso es un elemento romántico pero ilógico. Ilógico porque…

– Porque «al dar las doce», según el reloj de alguien, probablemente no será la misma hora en el de otro ni en todos los lugares de la Tierra. No creo que sea algo de una precisión tan absoluta.

– ¿Qué quiere decir eso, entonces? -preguntó Savannah.

– Sencillamente que se debe recoger la tierra más o menos a la medianoche, hora más, hora menos.

– Bueno, pues yo no pienso quedarme aquí -dije-. Si puedo recogerla ahora, lo haré enseguida.

– Adelante, entonces -dijo Cortez-. Allí veo unos enebros. Los cortaré y después montaré guardia a mitad de camino de la colina.

– ¿No te parece que este lugar es casi fantasmal? -preguntó Savannah mientras trepábamos por la colina, dejando atrás a Cortez.

– No, yo diría que en realidad es un sitio muy sereno, muy lleno de paz.

– Quizá. Pero bastante aburrido, ¿no crees?

Le sonreí.

– Sí, supongo que sí. Entonces tal vez sólo aquí hay un poquitito de paz. Un descanso, una pausa.

– ¿Antes de qué?

Me encogí de hombros.

– Vamos, Paige. ¿Qué crees que sucede? Después de todo esto.

– Te diré lo que me gustaría que pasara. Me gustaría regresar.

– ¿Reencarnación?

– Sí, claro. Volver y hacerlo todo de nuevo. Todo el bien y todo el mal. Eso es lo que me gustaría para mi eternidad.

– ¿Crees lo que se dice? ¿Que uno regresa con las mismas personas? ¿Con todas las personas a quienes se ha querido?

– Eso sería muy hermoso, ¿no te parece?

Ella asintió.

– Sí, sería hermoso.

Subimos en silencio el resto del camino. Cuando llegamos a la cima de la colina, Savannah se detuvo.

– ¿Oyes eso?

Yo también me detuve.

– ¿Qué?

– Voces. Como susurros.

– Lo que yo oigo es viento.

De nuevo eché a andar, pero ella me agarró del brazo.

– No, en serio, Paige. Escucha. Yo oigo susurros.

El viento soplaba por entre los árboles. Me estremecí.

– Muy bien -dije-, ahora me estás asustando. Se acabó el paseo tranquilo.

Ella sonrió.

– Lo siento. Supongo que sólo es el viento. ¿Y si el amigo nigromante de Leah nos ha seguido hasta aquí? Este lugar sería incluso peor que la funeraria, ¿no crees?

– Gracias por recordármelo.

– Sólo bromeaba. Aquí no hay nadie. Mira -y señaló el paisaje bajo la colina-. Se puede ver todo el camino hasta la entrada. No hay nadie aquí. De todos modos, Lucas está custodiando el sendero. A pesar de ser hechicero es un muy buen tipo. No fantástico, pero al menos capaz de gritar y prevenirnos.

– Por supuesto, pero en ese caso, Leah lo dejaría inconsciente antes de que él pudiera gritar.

La voz de Cortez flotó hacia arriba en esa noche silenciosa.

– Te oigo perfectamente bien. Esto es un cementerio… no hay en él demasiados ruidos que interfieran.

– Lo siento -grité.

– ¿A mí también me has oído? -preguntó Savannah.

– ¿Qué parte? ¿La de que «a pesar de ser hechicero soy un muy buen tipo»? ¿«No fantástico»? No, creo que eso me lo perdí.

– Lo lamento.

Un sonido voló hacia arriba, algo sospechosamente parecido a una risa entre dientes.

– Aquí todo está en silencio. Poneos manos a la obra antes de que nos enteremos de si realmente es posible hacer suficiente ruido como para despertar a los muertos.

* * *

– ¿Dónde vamos a poner la tierra? -preguntó Savannah cuando nos acercábamos a los árboles que rodeaban la tumba de Mott. Saqué del bolsillo una bolsa para sándwiches.

– ¿Una bolsa de plástico?

– Sí, una bolsa de plástico.

– ¿Vas a poner tierra de una tumba en… eso? ¿No deberíamos tener un frasco elegante o algo por el estilo?

– Pensé en traer un tarro de dulces, pero corríamos peligro de que se rompiera.

– ¿Un tarro de dulces? ¿Pero qué clase de bruja eres?

– Una bruja muy práctica.

– ¿Y si la bolsa se rompe?

Metí la mano en un bolsillo y saqué otra.

– Tengo una de repuesto.

Savannah sacudió la cabeza.

Me abrí camino entre los cedros. En el espacio formado por la u había tres tumbas. No necesité examinar las lápidas para encontrar la de Mott; la tierra fresca todavía no había sido cubierta con césped. Perfecto.

Extraje una pequeña pala del bolsillo de mi abrigo, me agaché y de pronto quedé cegada por un repentino resplandor. Mientras me tambaleaba hacia atrás contra Savannah busqué mi bola de luz, pero el resplandor seguía allí. Alguien enfocaba el haz de una linterna sobre nuestras caras.

Savannah comenzó a recitar un conjuro, pero yo le tapé la boca con mi mano antes de que ella pudiera terminar.

– ¿Ves? -Dijo una voz de mujer-. Es ella. Te lo dije.