– Son los koyut -me explicó-. Se alimentan de energía. Si uno lucha contra ellos, se fortalecen.
Lo aparté, me senté y comencé a buscar desesperadamente a Savannah con la vista.
– Ella está aquí -dijo Cortez y señaló una forma tendida boca abajo detrás de él-. Está muy bien. Yo la llevaré. Tenemos que pasar por entre los árboles.
La alzó y echamos a correr. Cuando llegamos a la pradera del otro lado de los árboles, Cortez me detuvo.
– Debemos despertarla-dijo-. ¿Qué hechizo lanzó?
– Yo… En realidad, no lo sé.
Miré hacia atrás en dirección al bosquecillo. La luz se elevaba desde las copas de los árboles. Los aullidos habían enmudecido, como si el bosquecillo los hubiera aislado acústicamente. Un hombre gritó.
– Tengo que ayudarles -dije y me dispuse a correr hacia ellos.
Cortez pegó un salto y me aprisionó.
– Los koyut no matan. En cuanto la gente pierde la conciencia, los koyut los dejan en paz. Tenemos que concentrarnos en Savannah. ¿Qué fue lo que dijo?
– Era en hebreo. Yo no sé demasiado de hebreo. Creo… -Cerré los ojos y le pedí a mi corazón acelerado que se tranquilizara para que me pudiera concentrar. -Dijo algo acerca de conjurar fuerzas. Fuerzas o energías, no estoy segura de cuál de las dos cosas.
– Invocar las energías de la Tierra. Es un hechizo de hechiceros.
– ¿Lo conoces?
– He oído hablar de él. Pero no lo aprendí porque no es algo que puedo imaginar tener que usar alguna vez. Invoca a los espíritus de la Tierra, no para realizar ninguna tarea en especial sino simplemente para que respondan y hagan lo que deseen. Se lo considera un hechizo de caos.
– Bromeas -dije-. ¿En qué estaba pensando Savannah?
– Bueno… Nunca me había funcionado antes -dijo la tenue voz de Savannah detrás de nosotros-. Lo único que suele producir es algo de ruido y luces resplandecientes. Como una diablura o una travesura. Magia de pacotilla. Sólo que esta vez…
– Sólo que esta vez funcionó exactamente como se suponía que lo haría -dijo Cortez-. Debido, sin duda, a tu creciente fuerza. Además del hecho de que elegiste lanzar ese hechizo en un cementerio, un lugar repleto de energía.
Me arrodillé junto a Savannah.
– ¿Te sientes bien?
Ella se incorporó un poco y se apoyó en un codo.
– Sí. Lamento lo que os ha pasado. -Sonrió débilmente-. Pero fue casi genial, ¿no?
Los dos le lanzamos una mirada feroz.
– Quiero decir, genial, pero para peor.
– Me parece que es un hechizo que deberías eliminar de tu repertorio -dijo Cortez-. También te sugeriría que volviéramos al coche antes de que las luces atraigan…
– Todavía necesitamos la tierra -dije.
– Yo soy rápida -dijo Savannah-. La conseguiré.
– ¡No! -respondimos ambos al unísono.
Cortez insistió en seguir avanzando hasta el borde de los árboles, así si algo salía mal podríamos pegar un salto. Pero nada sucedió. A esa altura las luces habían disminuido de intensidad hasta transformarse en un suave resplandor que iluminaba el claro y las cuatro figuras que en él se encontraban tendidas y totalmente inconscientes. Recogí tierra y la puse en dos bolsas, metí las bolsas en mi bolsillo y enfilé de vuelta hacia Cortez y Savannah.
– ¿De modo que ése es el aspecto que tienen los espíritus? -preguntó Savannah mientras observaba el resplandor multicolor que giraba sin cesar.
– No son espíritus humanos -dije-. Son espíritus de la naturaleza y su energía. Vayámonos.
Savannah se apartó de los árboles y después se detuvo y se quedó observándolos, petrificada.
– Sí, son muy bonitos -dije y traté de tomarla de un brazo-. Ahora, ¡muévete!
Pero su cuerpo estaba completamente rígido. Una oleada de energía física brotó de ella y nos arrojó al suelo a Cortez y a mí. La tierra tembló. Un gemido bajo, casi inaudible pareció emanar del fondo mismo de la tierra. Géisers de tierra hicieron erupción, transportados sobre haces vertiginosos de luz. Entonces el viento comenzó a gritar; no aullaba, sino que producía un chillido agudo e interminable que me hizo doblarme en dos y taparme los oídos con las manos.
Cortez me cogió de un hombro, me sacudió y en silencio y con movimientos de la boca me dijo: «Al coche» cuando consiguió atraer mi atención. Cargó con el cuerpo de Savannah sobre sus hombros y echó a correr. Yo lo seguí.
Cuando trepábamos por la colina vi luces a lo lejos, pero no el resplandor de los espíritus sino la iluminación de linternas y faros. Miré a Cortez, pero él tenía la cabeza baja y luchaba por llevar a Savannah a la cima de esa colina escarpada. Le grité, pero el rugido del viento me arrancó las palabras de la boca. Arremetí contra él y conseguí agarrarle la parte de atrás de la camisa. Él giró y estuvo a punto de caer sobre mí. Lo sujeté e hice un ademán hacia el camino.
Las luces de los coches policiales ahora hendían la noche y se unían a la multitud de haces de linternas que se filtraban por los portones del cementerio. Los labios de Cortez se movieron en una imprecación silenciosa y giró sobre sus talones. Le señalé los bosques que había a la izquierda y él asintió.
Cuando corríamos hacia los bosques, los gritos y las luces nos persiguieron. No, ésa es una pobre elección de palabras, que pueden dar a entender que los espíritus estaban tratando de atacarnos, y no fue así. Sencillamente nos siguieron y se elevaron del suelo en nuestras pisadas. En otro sector, la conmoción parecía estar desvaneciéndose. O, quizá, sólo nos pareció que era así en comparación con el caos que brotaba alrededor de nosotros. Lo cierto es que yo no pensaba detenerme para realizar una investigación científica de la situación.
Una vez que llegamos a los bosques, Cortez apoyó el cuerpo de Savannah en el suelo. Después levantó las manos y pronunció unas pocas palabras. Y cuando barrió el aire con la mano derecha, los espíritus desaparecieron.
– Creí que no podías hacer esa clase de magia -dije, jadeando, mientras luchaba para tomar aire.
– Lo que dije fue que no veía ninguna necesidad de aprender a conjurar esos espíritus. Sin embargo, me pareció que había una clara diferencia entre esa necesidad y la de aprender cómo anular esa invocación. Lamentablemente, es un hechizo geográficamente limitado.
– Con lo cual quieres decir que si abandonamos los bosques ellos regresarán. Yo no tengo problema. Creo que no había corrido tan rápido desde que estaba en la escuela primaria. No, qué va, nunca corrí a esta velocidad.
Me agaché hacia Savannah y comprobé sus signos vitales. Estaba inconsciente pero respiraba bien.
– ¿Cómo es que continúan persiguiéndola? -pregunté.
– Si quieres que te sea franco, no tengo la menor idea. Tal vez se están nutriendo con su energía. Por mis conocimientos sobre el folclore de las brujas, supongo que el repentino surgimiento del poder de una bruja durante su primera menstruación hace que esos poderes sean imprevisibles.
– Eso es quedarse corto.
Me recosté contra un árbol. A mis pies, un pequeño haz de luz brotó de la tierra. Pegué un salto tan rápido que me golpeé la cabeza contra una rama baja del árbol.
– Pensé que tú…
Cortez me hizo señas para que permaneciera en silencio. Mientras yo la observaba, la luz se elevó. A diferencia de los espíritus de un rato antes, esta luz era de un blanco puro y flotaba hacia arriba perezosamente, como el humo de un fuego a punto de apagarse. Cuando llegó a una altura de alrededor de un metro y medio, se detuvo, resplandeció y se volvió cada vez más densa.
Al percibir un movimiento a mi izquierda, giré y vi otras cuatro torres de luz, cada una de una altura diferente. Miré a Cortez, intrigada, pero él levantó una mano como para decirme que observara y esperara. Los conos de luz adquirieron forma. Partículas de luz fluyeron de todos sus lados, sumándose a las formas y otorgándoles definición.