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– No preguntes -dije-. Y no se te ocurra volver a lanzar jamás ese hechizo. Por favor.

– ¿Convoqué policías?

– Es una forma de decirlo -dijo Cortez-. Voy a detener aquí el coche. Creo que eso nos deja con una caminata de unos veinte minutos por delante.

Aparcó el vehículo con el capó metido en el bosque y la parte posterior afuera, para que pudiera ser encontrado, pero no con demasiada facilidad.

– ¿Deberíamos dejar las llaves puestas? -pregunté mientras me cargaba la mochila sobre el hombro.

– No, eso provocaría muchas preguntas acerca de cómo obtuvieron las llaves los ladrones. Mejor hacer que esto parezca un clásico robo. -Se abrió la chaqueta y extrajo un pequeño estuche con herramientas.

– ¿Vas a hacer un puente? -Preguntó Savannah e, inclinándose sobre el asiento delantero, agregó-: Genial. Dime, ¿solías robar coches de pequeño?

– Desde luego que no.

– Déjame adivinar -dije-. Es otra de esas habilidades cuestionables pero necesarias. Igual que saber cómo anular el hechizo que convoca a los fantasmas y conducir en una fuga.

– Exactamente.

– ¿Cuántos coches robaste? -preguntó Savannah cuando nos apeábamos y echábamos a andar por el camino a pie.

– Dos. Te aseguro que las dos veces se trató de un último recurso. Me encontré de pronto sin transporte y con una urgente necesidad de tenerlo. Por fortuna, ninguno de los vehículos quedó dañado, y pude dejarlos en lugares seguros, después de lavarlos y de llenarles el depósito de gasolina.

Sonreí.

– Apuesto a que eso hizo que los policías se rascaran la cabeza: vaya ladrón de coches más amable.

Savannah puso los ojos en blanco.

– ¿Vosotros nunca hacéis nada malo?

– Yo robé un lápiz de labios cuando tenía doce años.

– Sí, me lo contaste. -Miró a Cortez-. ¿Sabes lo que hizo Paige? Primero lo robó y después se sintió tan culpable que envió el dinero por correo a la tienda. Con impuestos incluidos y todo. Vosotros dos sí que sois un mal ejemplo.

– ¿Un mal ejemplo?

– Por supuesto. ¿Cómo esperáis que os imite? Algún día necesitaré una buena terapia.

– No te preocupes -dije-. Ya lo tengo calculado en mi presupuesto.

– No me extrañaría nada -murmuró Savannah-. Y qué me dices de…

– Viene un coche -la interrumpí-. Salgamos del camino.

Nos metimos en un campo.

– ¿Haces esto muy a menudo, Lucas? -Preguntó Savannah-. Me refiero a lo de las persecuciones en coche, las huidas de la policía y cosas por el estilo.

– De vez en cuando, aunque no me animaría a calificarlo de muy a menudo.

– La pregunta crucial es con cuánta frecuencia tienes que hacerlo -insistí.

Él sonrió.

– No muy a menudo.

– ¿De modo que nosotras somos algo especial? -preguntó Savannah.

– Muy especial.

– No me parece que eso sea bueno -repuse.

Pasé la mochila a mi otro hombro. Cortez extendió un brazo para quitármela, pero yo le indiqué que no con un movimiento de la mano.

Savannah tropezó con la madriguera de una marmota y después corrió junto a Cortez.

– Dime, ¿qué clase de caso es éste? ¿Comparado con los otros que tuviste?

– Un caso frenético.

Ella me miró como pidiéndome que se lo aclarara.

– Quiere decir que lo tenemos muy ocupado. Sobre todo porque la mitad de los problemas los estamos causando nosotras mismas.

Cortez sonrió.

– Debo reconocer que las dos mostráis una predilección especial por crear nuevos desafíos.

– Sí, muy especial -dijo Savannah-. Significa que él nos considera especiales.

– Aja -respondí yo.

* * *

Volvimos a entrar en la casa de la misma manera en que habíamos partido: caminando por los bosques y después atravesando el jardín a toda velocidad y entrando por la puerta de atrás. Una rápida ojeada hacia el frente confirmó que esa cautela estaba bien justificada. Todavía había tres o cuatro personas acampadas en mi jardín. Una de ellas hasta había instalado una pequeña carpa. Confieso que pensé en la posibilidad de cobrar alquiler a los acampantes.

Después de enviar a Savannah a la cama, llamé a Margaret. La conversación fue más o menos así:

Yo: Mmmm, tuvimos un problema con tu coche…

Ella: ¡Un accidente! Dios mío, no. Mis pólizas de seguro…

Yo: No hubo ningún accidente. Estamos todos bien, incluyendo el coche. Sucede que tuvimos que abandonarlo.

Ella: ¿Que?

Yo: Lo siento. Es que la policía vio el número de matrícula y…

Ella: ¿La policía?

Yo: Está todo bien, pero cuando la policía lo encuentre, tienes que decirles que fue robado.

Ella: ¿Robado?

Yo: Así es. Diles que estaba en la entrada de tu casa cuando te acostaste y que nunca volviste a verlo. No menciones las llaves. Y si la policía dice algo acerca del cementerio…

Ella: ¡El cementerio! "

Yo: Diles que no sabes nada al respecto.

Ella: ¡Pero es que no sé nada!

Yo: Bien. A cualquier cosa que ellos digan, tú respondes que no sabes nada. Hace días que no me ves. Si llegaran a encontrar mis huellas dactilares en tu coche, es porque el mes pasado te lo pedí prestado, ¿de acuerdo?

Ella: ¿Huellas dactilares? ¿Te refieres a impresiones digitales? En qué demonios has estado…

Yo: Tengo que cortar. Gracias por prestarnos tu coche. Ya te lo compensaré. Adiós.

* * *

Cuando entré en el salón, Cortez estaba de pie frente al televisor, haciendo zapping.

– La televisión -dije mientras me desplomaba en el sofá-. Gran invento. El perfecto antídoto estúpido para un día infernal. ¿Qué dan?

– La noche de los muertos vivientes.

– Ja ja.

– En serio. -Retrocedió varios canales y se detuvo en una imagen en blanco y negro de los muertos vivos que gemían y se tambaleaban alrededor de la casa de una granja.

– Me suena familiar -dije-. ¿Acaso no he visto esto antes?

– Ayer, en la funeraria.

– No, no es eso. Esos muertos vivientes eran mucho más aterradores. Y no se tambaleaban. Bueno, Cary sí. Pero sólo porque estaba bastante despachurrado. Mmmm… ¿Dónde he visto esto?

Necrófagos que rodean una casa, atrapan adentro a sus moradores y se niegan a irse. ¡Un momento! Ése es el jardín del frente de casa. Mira, ¡también hay una mujer desnuda! Apuesto a que es una Wiccana.

Cortez río por lo bajo.

– Me alegra que puedas reírte de lo sucedido.

Vacilé y después lo miré.

– Ya sabes, si esto llega a agravarse… Quiero decir, éste no es el caso judicial agradable y sencillo que probablemente imaginaste. Yo entendería que quisieras abandonar…

– ¿Y perderme toda la diversión? -Cortez me dirigió una sonrisa cómplice-. Jamás.

Nuestras miradas se cruzaron un momento, y luego él giró hacia la pantalla del televisor y comenzó a hacer zapping.

– No, espera -dije-. Vuelve a la película. A mí también me vendría bien algún entretenimiento superficial. Zombies que comen carne humana podrían ser perfectos.

Volvió al canal con la vieja película y después miró el sillón reclinable y luego el sofá, como si tratara de decidir dónde sentarse. Le indiqué el otro extremo del sofá. Asintió y se sentó junto a mí.

– ¿Qué estamos viendo? -preguntó Savannah dando saltos en camisón.

– Paige y yo estamos viendo La noche de los muertos vivientes. Y tú te vas a la cama.

– Acabo de conjurar un cementerio lleno de espíritus. Creo que soy suficientemente mayor para ver una película de terror. -Se dejó caer en el sillón reclinable-. ¿Tenemos patatas fritas o algo?

– ¿Te parece que últimamente he tenido tiempo para ir de compras? -le pregunté-. Muy pronto sólo nos quedarán unas cuantas latas de conserva.