– ¿Eso es una ley? -preguntó Sandford.
– Desde luego que lo es -afirmó Leah-. Paige lo sabe absolutamente todo. Estudió en Harvard.
Sandford soltó una risotada de desprecio.
– La universidad más sobrevalorada del país, y ahora hasta admiten a brujas. Cuánto se han rebajado.
– A usted no lo aceptaron, ¿verdad? -dije-. No sabe cuánto lo lamento. Sin embargo, si encuentra una prueba de que una bruja y un hechicero pueden tener hijos juntos, por favor, envíemela por fax a mi casa. De lo contrario, daré por sentado que tengo razón.
– El señor Nast es el padre de Savannah -afirmó Sandford-. Y ahora que su madre ya no está entre nosotros, él quiere asegurarse de que tenga la clase de poder que se merece, la clase de poder que Eve habría querido para ella.
– Buen argumento -dije-. Me gustaría que se animara a presentarlo en un juzgado.
– No tendremos necesidad de hacerlo -repuso Sandford-. Usted renunciará a la custodia de Savannah mucho antes de que lleguemos a ese punto.
– ¿Y cómo se proponen lograrlo?
Leah sonrió.
– Con hechicería.
– ¿Qué?
– O nos das a Savannah o le diremos al mundo lo que en realidad eres.
– ¿Quieres decir…? -No pude evitar echarme a reír. ¿Planeas acusarme de practicar la brujería? Ése sí que es un gran plan. O lo habría sido hace cuatrocientos años. ¿Brujería? ¿A quién le importa? Suena muy viejo, la verdad.
– ¿Está segura de que es así? -preguntó Sandford.
– La práctica de la hechicería es una religión aceptada por el Estado. No pueden discriminarme por mis creencias religiosas. Debería haber hecho sus deberes, abogado.
– Claro que los hice.
Sonrió y, después, los dos abandonaron la sala.
Las furias descienden
Los seres sobrenaturales caminamos sobre una línea muy, muy delgada en el mundo de los humanos. Las reglas y leyes humanas con frecuencia tienen poco significado en nuestra vida. Tomemos, por ejemplo, el caso de Savannah: una muchacha joven, una bruja inmensamente poderosa, perseguida por facciones sombrías que matarían por atraerla a su lado mientras ella todavía es joven y maleable. Con su madre muerta, ¿quién la protegerá? ¿Quién debería protegerla? El Aquelarre, desde luego; nuestras hermanas brujas pueden ayudarla a utilizar y controlar su poder.
Ahora mirémoslo desde la perspectiva de las leyes y los servicios sociales de los humanos: una chica de trece años, sin su madre, entregada a una tía abuela que jamás había visto, quien a su vez se la pasa a una mujer con quien no tiene ningún parentesco y que apenas ha terminado la universidad. Tratad de presentaros ante un juez y de explicarle esas circunstancias.
Para el resto del mundo, Eve sólo se encontraba ausente, y seguiría estándolo, puesto que nadie podría encontrar jamás su cuerpo. Esto había hecho que fuera más fácil tomar la custodia de facto de Savannah porque, técnicamente, yo sólo cuidaría de ella hasta que su madre regresara. Mientras proporcionara a Savannah un buen hogar, a nadie se le ocurriría alegar que yo debería entregarla a los servicios sociales para que entrara en el sistema de adopción. Sin embargo, siendo sincera, yo no estaba segura de si mi alegato tendría o no suficiente peso en un juzgado.
La perspectiva de librar una batalla con un semidemonio telequinético, si bien algo desalentadora, entraba para mí dentro de lo comprensible. Pero, ¿librar una batalla legal? La educación que había recibido no me preparaba para una cosa semejante. Así que, enfrentada a este juicio por la custodia de Savannah, como es natural elegí investigar, no el aspecto legal, sino el aspecto sobrenatural, comenzando por informarme sobre las Camarillas.
Había oído hablar de las Camarillas, pero mi madre siempre les restó importancia. Según ella, eran en el mundo sobrenatural el equivalente del cuco, una verdad a medias que había sido distorsionada de modo desproporcionado. Aseguró que no eran importantes. Que no eran importantes ni para las brujas ni para el consejo interracial sobrenatural.
Como líder del Aquelarre, mi madre también había presidido el consejo interracial y, como futura heredera, yo había asistido a las reuniones desde que tenía doce años. Algunos genios comparaban el consejo con algo así como una versión sobrenatural de las Naciones Unidas. No es una mala comparación. Al igual que la ONU, se supone que nuestra misión es mantener la paz y terminar con la injusticia en nuestro mundo. Por desgracia, y del mismo modo que su homólogo humano, nuestro poder radica más en una reputación casi mítica que en la realidad.
No hace mucho yo misma oí por casualidad a mi madre discutir con Robert Vasic, un compañero del consejo, acerca de la importancia de las Camarillas. En aquellos días, Robert actuaba como un asesor del consejo, ya que había cedido sus responsabilidades como delegado a Adam, su hijastro, quien, igual que Robert, era un semidemonio. Aunque Robert aseguraba que estaba retirándose de la actividad por cuestiones de salud, yo sospechaba que se sentía frustrado por lo limitada que era la influencia del consejo y su incapacidad para luchar contra el auténtico mal de nuestro mundo. En la discusión que escuché, trataba de convencer a mi madre de que debíamos prestar más atención a las Camarillas. Ahora, de pronto, yo me inclinaba a darle la razón.
Cuando llegué a casa llamé a Robert, pero no tuve respuesta. Robert era también profesor de Demonología en Stanford, así que traté de localizarlo en su despacho y le dejé un mensaje en el contestación Después estuve a punto de marcar el viejo número de Adam antes de recordar que se había mudado de vuelta a su casa el mes anterior, tras inscribirse en Stanford para hacer un nuevo intento de obtener su título de licenciatura.
Adam era un año mayor que yo y también había asistido a las reuniones del consejo desde su adolescencia, con el fin de prepararse para su papel de delegado. Hemos sido amigos desde entonces, sin contar nuestro primer encuentro, donde lo llamé «tonto de remate» y él me quemó literalmente por ello, dejándome unas marcas que me duraron semanas. Con eso pueden hacerse una idea de qué tipo de semidemonio se trata.
Después me preparé para una llamada mucho más difíciclass="underline" debía hablar con Margaret Levine. Si Leah y Sandford hablaban en serio del juicio por custodia, tendrían, forzosamente, que ponerse en contacto con ella. Yo debería haber pensado en ello el día anterior, pero mi reacción instintiva fue no decírselo a las Hermanas Mayores.
Aún no había terminado de marcar aquel número de teléfono, cuando Savannah salió de su habitación con el inalámbrico en la mano.
– ¿Has llamado a Adam? -preguntó.
– No, a Robert. ¿Cómo lo sabes?
– He marcado la rellamada.
– ¿Por qué estás revisando los números que he marcado?
– ¿Le has contado a Adam lo de Leah? Apuesto que a él le gustaría reencontrarse con ella. Oh, ¿y qué me dices de Elena y Clay? También vendrían si se lo pidieras. Bueno, Clay no lo haría. No si tú se lo pidieras. Pero Elena sí y él la acompañaría-. Se dejó caer en el sofá, junto a mí-. Si volviéramos a reunidos a todos, podríais armar un buen lío, como en la época del complejo, ¿recuerdas?
Sí, lo recordaba. Pero lo que más recordaba era el olor… el hedor abrumador de la muerte. Cadáver sobre cadáver, todos esparcidos por el suelo. Aunque yo no había matado a nadie, sí había participado. Estaba de acuerdo en que todos los humanos implicados en el secuestro de seres sobrenaturales debían morir para preservar nuestros secretos. Sin embargo, seguía despertándome en medio de la noche una vez al mes, empapada de sudor y sintiendo aquel olor a muerte.
– Por ahora, veamos si podemos hacernos con el asunto nosotras solas -dije.
– No les has contado nada a las Hermanas Mayores, ¿verdad?