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– ¿Ésos son zombies? -preguntó.

– Es una película vieja -dije-. Los efectos especiales no son precisamente muy modernos.

– ¿Qué efectos especiales? Ése es un tipo con una máscara desparramada debajo de los ojos. He visto gente más terrorífica en el centro comercial.

– ¿No te ha dicho Paige que te fueras a la cama? -preguntó Cortez.

– Está bien. De todos modos es una película tonta -dijo ella y se fue, indignada.

Algunos minutos después, suspiré.

– De veras es una película bastante tonta. Pero estoy demasiado cansada para dormirme.

– Yo, bueno, creo que mencionaste algo acerca de nuevos Manuales…

Me incorporé en el sofá.

– Caramba, es verdad. Casi lo había olvidado. Tenía ganas de probarlos esta noche.

– Creo que ibas a decirme… -Cortez dejó la frase inconclusa.

Sonreí.

– Te iba a hablar de ellos, ¿no es así?

Y lo hice.

Válvula de seguridad

Es posible-concluyó el cuando terminé de hablarle de los Manuales.

– ¿Posible? ¿Acaso dices que mi razonamiento lógico tiene fallos?

– Jamás me atrevería. Sencillamente digo que tiene sentido y, por consiguiente, es posible. Las brujas que no pertenecen al Aquelarre han estado usando magia de hechiceros durante generaciones. Sería bueno que recuperen lo que es suyo.

Sonreí.

– ¿De veras lo crees? Supongo que sabes lo que significaría, ¿verdad? Estos hechizos podrían igualar el campo de juego.

– Como debería ser.

Me eché hacia atrás sobre los almohadones del sofá.

– ¿Éste es el mismo tipo que hizo un comentario acerca de las «limitaciones hereditarias» de los poderes de las brujas?

– Sabía que era la persona con la que creí que te sentirías más cómoda. He tratado con suficientes brujas como para no subestimar sus habilidades. No todos los hechiceros detestan a las brujas ni les tienen antipatía. Sin embargo, muchos sí lo hacen, incluso los que son considerados hombres decentes y morales.

– ¿Hechiceros decentes y morales?

– Eso no es un contrasentido. No todo hechicero es malvado. Decirlo sería como afirmar que toda bruja es débil y temerosa. Algo se transforma en un estereotipo cuando un porcentaje significativo de la población parece adaptarse a él. A diferencia de algunos estereotipos, el del hechicero moralmente corrupto es, lamentablemente, válido.

– Es que el poder absoluto corrompe.

– Exactamente. Quienes buscan el sueño del poder absoluto, como es el caso de muchos hechiceros, llegan a obsesionarse con ese objetivo.

– ¿De modo que tú no deseas tener mayores poderes?

Nuestras miradas se encontraron.

– Lo que yo deseo, como creo que también te sucede a ti, es un mayor conocimiento; el mejor repertorio posible de hechizos y el poder de hacer lo mejor que esté a mi alcance con ellos. Cuando digo que me alegra que tú hayas encontrado estos Manuales, debo reconocer que no puedo evitar verlo como una oportunidad de adquirir nuevos hechizos.

– No te culpo. Pero, ¿no crees que quizá estemos siendo ingenuos al creer que nuestra propia búsqueda de poder no llegará nunca a corrompernos?

– Tal vez.

– Ésa sí que es una buena respuesta.

– ¿No sería ingenuo de mi parte creer que jamás podría ser ingenuo?

– Suficiente -dije-. Me estás volviendo loca. Es hora de probar un nuevo hechizo.

Él se inclinó hacia adelante.;

– ¿Te importaría, bueno, tener público?

Sonreí.

– En absoluto.

* * *

Recogí mis libros y ambos bajamos al sótano.

Cuando dije que confiaba en aprender un nuevo hechizo quise decir exactamente eso: un nuevo hechizo. Por mucho que deseara probar los de todo el libro, el solo hecho de confiar en aprender nada más que uno podría ser esperar demasiado. Para poder lanzar un hechizo de un Manual de tercer nivel, primero debía dominar uno nuevo del segundo libro, y eso llevaría tiempo.

Conseguí desanimarme un poco más al insistir en proceder de manera lógica. Esa noche no sólo quería aprender algo nuevo sino poner a prueba mi teoría. ¿Era necesario aprender el hechizo secundario correspondiente antes de poder lanzar el terciario?

Para probarlo, elegí el hechizo de asfixia. Puesto que yo ya lo había practicado durante horas sin éxito, era la elección perfecta. Podría intentarlo después de aprender el hechizo secundario; confirmaría mi hipótesis. El hechizo asfixiante estaba clasificado como elemental, de aire, clase cinco. Un repaso del libro secundario me demostró que yo no había aprendido ningún hechizo de aire. Perfecto.

El hechizo correspondiente al hechizo secundario de aire era uno que provocaba hipo. Quizá en la escuela primaria eso habría sido divertido, pero para alguien de más de diez años de edad era un hechizo bastante tonto. Sin embargo, lógicamente tenía sentido; tanto el hipo como la asfixia eran interrupciones de la respiración. La primera vez que repasé estos Manuales ya había intentado ese hechizo, sólo por diversión, pero dejé de hacerlo antes de llegar a dominarlo. Si mi teoría era correcta, eso podría explicar por qué el hechizo asfixiante había exhibido algunos indicios de poder funcionar con el tiempo… porque yo había aprendido parcialmente el hechizo secundario.

Movida por un impulso, extraje mi Manual aprobado por el Aquelarre y lo hojeé hasta llegar a una página cerca del finaclass="underline" un hechizo para curar el hipo, que había aprendido años antes. Ése era un hechizo elemental de aire, clase cinco. El hechizo primario. Primero uno aprende a curar el hipo y después a provocarlo, y más adelante aprende a cortar por completo la respiración.

– ¿Te importa que te provoque hipo? -le pregunté a Cortez.

– ¿Qué?

– Hipo. Necesito que tengas hipo. ¿Me dejas?

– Es la primera vez que una mujer me ofrece algo así.

– Es un hechizo -expliqué-. No te preocupes. Conozco también uno que lo cura.

– Tendrás que enseñarme ése. El que cura, no el que lo provoca. Nunca tuve mucha suerte en mantener la respiración.

– ¿Ah, no? Entonces espera a ver el hechizo que voy a probar después.

Antes de que pudiera lanzar con éxito el hechizo del hipo, necesitaba practicarlo. Tener a Cortez allí no era una distracción, probablemente porque él era suficientemente considerado como para estar sentado detrás de mí, así que yo no tendría la sensación de estar actuando.

Después de veinte minutos de práctica y de hacer pequeños ajustes logré encontrar el ritmo justo, así que le pedí a Cortez que se moviera frente a mí. Cuando lo hizo, se puso de cara a la pared en lugar de mirarme directamente. Eso me facilitó las cosas. De hecho, el hechizo funcionó en el segundo intento. Después, por supuesto, tuve que hacerlo otra media docena de veces como prueba para estar segura de que me salía perfecto. Cuando me debatía acerca de si hacer o no otro intento, Cortez me proclamó experta en el hechizo del hipo y me rogó que le permitiera recuperar el aliento.

A continuación pasé al hechizo de asfixia. Empezaría siendo yo la destinataria de ese hechizo. Lucas ya había pasado por más que suficientes experimentos esa noche. Me llevó veinte minutos poder recitar el conjuro. No era un conjuro difícil. Era en latín, la lengua para lanzar hechizos con la que yo estaba más familiarizada. La demora se debió a un factor sencillo: los nervios. Tenía tantas esperanzas cifradas en ese hechizo que no hacía más que equivocarme. Traté de decirme que no era tan importante, que si fracasaba ya encontraría otra manera de superarlo, pero fue inútil. Yo sabía lo importante que era y no pude convencerme de lo contrario. Casi no me animaba a pronunciar las palabras por miedo a fallar, como si el hecho de equivocarme una sola vez haría que, de alguna manera, la magia se desvaneciera y no pudiera recuperarla jamás.