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Lancé el hechizo del viento, suavizando el énfasis en los lugares adecuados para que una brisa fresca nos hiciera cosquillas en la piel. Cortez me besó, después puso sus labios sobre mi mentón y mi cuello. Mientras me besaba el cuello murmuró algo y chasqueó los dedos. Las llamas de las velas se transformaron en cien fragmentos de luz. Reí por lo bajo y arqueé la espalda mientras sus labios aterrizaban en mis pechos. Me permití disfrutar de eso por un minuto, luego me aparté y me incorporé hasta quedar sentada, con las piernas rodeándole el pecho.

Susurré las palabras de un hechizo y una pequeña bola de fuego apareció en mi mano. La vista de Cortez pasó de ella a mí, inclinó la cabeza y en sus ojos apareció una pregunta. Sonreí y lancé un hechizo de humedad que apagó la bola y solo dejó mis dedos resplandecientes.

– Interesante -dijo-. Pero no veo…

Presioné mis dedos calientes contra su pecho. El jadeó. Fui arrastrando el calor por su pecho en forma descendente, después deslicé la mano debajo de sus calzoncillos y lo acaricié. Él gimió, cerró los ojos y se echó hacia atrás.

– ¿Lo ves ahora? -pregunté.

– Enséñame eso -pidió él con voz ronca.

Sonreí.

– Tal vez.

Le bajé los calzoncillos y deslicé una mano caliente debajo de sus testículos y se los acaricié, mientras con la otra le frotaba suavemente el pene. Él se arqueó hacia atrás, gimiendo. Yo continué, midiendo su respiración hasta oír justo el tempo adecuado, entonces paré, pero sin dejar de sostenerlo con fuerza.

– ¿Yo gano? -pregunté.

– Sí, Dios, sí. -Calló un momento, después se liberó de mi mano y abrió los ojos-. No.

– ¿Has cambiado de idea? -Pregunté con una sonrisa-. No hay problema. Tienes razón, a lo mejor no es tan buena idea. -Comencé a alejarme de él-. Deberíamos mantener lo nuestro en un nivel profesional. Después de todo…

Él se abalanzó sobre mí, me arrojó de espaldas al suelo y se tendió sobre mi cuerpo.

– Mi «No» quiso decir que no acepto la derrota. No todavía.

Se quitó los calzoncillos de una sacudida, después me tomó por las caderas. Rodamos, nos enredamos con la ropa blanca. Las sábanas suaves y el olor a limpio del limón nos rodearon. Mientras nos besábamos, sentí que los labios de Cortez se movían y al abrir los ojos vi que su mano formaba un arco sobre nosotros. Un leve repiqueteo brotó de la radio; después una niebla de luz color púrpura y azul se elevó del suelo.

– Dime que eso no es el koyut -murmuré contra su boca.

Él rió entre dientes y deslizó sus dedos entre mis muslos, provocándome. Me arqueé hacia atrás y cerré los ojos. Cuando los abrí, la niebla flotaba hacia nosotros. Primero me tocó un brazo y a través de él envió un hormigueo de energía. Jadeé. Cortez volvió a reír por lo bajo y metió sus dedos dentro de mí. La niebla nos envolvió. Cada rincón de mi cuerpo se estremeció y yo apreté mi cabeza contra las sábanas, deleitándome con lo que sentía.

– Eso es… -jadeé al cabo de algunos minutos-. Tienes que enseñarme eso.

Él sonrió, sacó sus dedos y se tendió encima de mí.

– Te enseñaré todo lo que quieras.

Buen día

Después, me desembaracé de las sábanas y de los brazos de Cortez y me puse de pie. Él levantó la cabeza y frunció el entrecejo.

– Aguarda -le dije.

Me dirigí a la fresca bodega y tomé una botella de vino. Cuando regresé, Cortez seguía envuelto en las sábanas limpias y me observaba.

– ¿Está bien? -pregunté, sosteniendo en alto la botella.

– ¿Mmmm? -Parpadeó y después miró la botella. -Ah, sí. Vino. Muy bien. Fantástico.

Reí.

– Supongo que me sentiría insultada si lo que mirabas era el vino.

Él sonrió, con una sonrisa lenta y perezosa que provocó algo en el interior de mi cuerpo.

– Supongo que todavía estoy en estado de shock.

– No me digas que soy la primera señorita en apuros que te ha seducido en tu vida.

– Puedo decir que tú eres la primera mujer que alguna vez ha tratado de seducirme mientras yo trabajaba o no en un caso. -Extendió un brazo en busca de la botella-. ¿Necesitas un sacacorchos?

– Desde luego que no, soy una bruja. -Pronuncié algunas palabras y el corcho salió volando-. Supongo que no sabes conjurar copas.

– Lo siento.

– La cocina queda tan lejos. ¿Realmente necesitamos copas?

– Para nada.

Él abrazó mi cintura y me sentó sobre sus rodillas. Y cada uno tomó un sorbo de la botella.

– Lamento lo de tu motocicleta -dije.

– ¿Mi…? Ah, sí. No es nada. Tenía seguro.

– Aún así lo lamento. Sé que reemplazarla no será lo mismo, si tú la restauraste y todo eso.

– ¿Si yo la restauré?

– No quise decir…

Él rió entre dientes.

– No necesitas explicarte. Tengo plena conciencia de que no doy el tipo de experto en mecánica, ¿no? Si quieres que te sea franco, fuera de esa afición tan concreta, mis habilidades mecánicas son prácticamente nulas.

– Sabes «puentear» coches.

Otra risita.

– Sí, supongo que eso también cuenta. Con respecto a las motocicletas, uno de los novios de mi madre me inició en eso de restaurarlas cuando yo tenía la edad de Savannah. Al principio lo hice con la esperanza de que fuera algo que le conferiría cierto nivel a mi vida social.

– ¿Esperabas que te ayudaría a ligarte chicas? ¿Fue así?

– En absoluto. Así que enseguida pasé del tema. O eso creí, aunque debo admitir que parte de mi motivación en decidir llevar la motocicleta a la funeraria fue un deseo semiconsciente de resultar más atractivo.

– Me dejó muy impresionada.

Volvió a tumbarse sobre las sábanas y se echó a reír, sorprendiéndome.

– Oh, sí, me di cuenta. Estabas muy impresionada. Casi tan impresionada como cuando descubriste que yo era el hijo del infame CEO de la Camarilla.

– El heredero del infame CEO de la Camarilla.

Lo dije como una broma, pero noté que el humor desaparecía de su mirada. Asintió y tomó la botella de vino.

– Lo siento -me disculpé-. Cambiemos de tema. Dime, ¿dónde vives?

– Primero volvamos al tema del heredero. Es verdad y no es un tema que yo desee evitar. Quiero ser honesto contigo, Paige. Quiero… -Vaciló-. Mi padre tiene muy buenas razones para nombrarme su heredero, razones que no tienen nada que ver conmigo y sí con la política de la sucesión y con mantener a raya a mis hermanos mayores.

– ¿Una decisión puramente estratégica? No puedo creerlo.

– Mi padre ha sufrido algunas desilusiones con respecto a la naturaleza de mi rebelión. Se equivoca. Yo jamás seré el empleado ni el líder de ninguna Camarilla. Tampoco soy tan ingenuo como para tomar las riendas del liderazgo con la esperanza de reformar la Camarilla y transformarla en un negocio legítimo.

– ¿En serio…? -Sacudí la cabeza-. Lo siento, no fue mi intención inmiscuirme en…

– Pero es que no es inmiscuirte, Paige. Me preocuparía mucho más que no te importara. Pregunta lo que quieras. Te lo ruego.

– Acerca de la recompensa. ¿Es verdad? Quiero decir, si tú estás en peligro…

– No lo estoy. O si lo estoy, es una situación permanente y nada que afecte las circunstancias presentes. Nadie de la organización Nast se atrevería a reclamar semejante recompensa. Permíteme decir, primero, que Leah tiene una tendencia a confundir los hechos. La esposa de mi padre y mis tres medio hermanos, no todos tienen contratos sobre mí. Lo último que supe es que sólo Delores y mi hermano mayor estaban ofreciendo recompensas. Carlos, el menor de los hijos de Delores lo hizo en algún momento, pero recientes deudas lo obligaron a retirar ese ofrecimiento. En cuanto a William, él jamás trató de contratar a nadie para que me matara… Probablemente, porque no tiene la sutileza suficiente para que algo así se le ocurra.