– ¿Hablas en serio?
– ¿Acerca de William? Lamentablemente, sí. Es inteligente, pero carece de iniciativa.
Le di un golpe en la espalda.
– Ja, ja. Tú sabes a qué me refería. ¿Hablas en serio al decir que tus hermanos le pusieron precio a tu cabeza?
– Bastante, aunque no te sugeriría que se lo mencionaras a mi padre. Él está muy convencido de que aclaró este asunto hace años. Matar al heredero bastardo está prohibido. Cualquier miembro de la familia al que se lo pesque intentándolo será severamente castigado. Él trató de amenazarlos con la muerte, pero no funcionó, así que lo cambió al peor destino posible: ser desheredado.
– Por lo visto, vuestro concepto de la familia disfuncional alcanza unas dimensiones alucinantes, ¿no?
– Los Cortez siempre hemos desarrollado al máximo nuestras potencialidades.
Volvimos a pasarnos la botella.
– Me preguntaste dónde vivo -dijo él.
– Así es.
– Creo que la expresión estándar para mi situación es «no tengo domicilio fijo». Desde que me licencié no he permanecido en un mismo lugar el tiempo suficiente para alquilar un apartamento. Mi trabajo, legal o de otra naturaleza, me mantiene en movimiento. Con mis actividades es obvio que soy incompatible con un trabajo fijo en un estudio jurídico. En cambio, hago trabajos legales a destajo para sobrenaturales.
– Abogado para los paranormales.
– Es casi tan malo como ser «superhéroe», ¿no? Lo cierto es que me proporciona lo suficiente para vivir, ni más ni menos. Lo que es más importante aún, me da la oportunidad de hacer lo que realmente quiero.
– ¿Salvar el mundo?
– Algo acerca de lo que estoy seguro tú no sabes nada en absoluto.
– Eh, yo no quiero salvar todo el mundo sino sólo mi rinconcito.
Él se echó a reír y me ciñó con más fuerza. Nos besamos durante algunos minutos más y luego yo me aparté de mala gana.
– Quiero saber más -dije- acerca de ti, de lo que haces. Pero supongo que deberíamos dormir un poco.
– Probablemente. Si estos últimos dos días son un adelanto de lo que se nos viene encima, necesitaremos descansar. -Extendió el brazo, recogió sus gafas y me miró-. ¿Hay alguna posibilidad de que esta noche no durmamos en cuartos separados? Sé que la presencia de Savannah te preocupa…
– Eso es algo que se soluciona fácilmente con uno o dos hechizos de cerrojo.
Por la mañana, al despertar me encontré sola. Al principio pensé que Cortez se había escabullido del cuarto por la noche y regresado al sofá, lo cual sería una mala señal. Pero al estirarme noté que su lado de la cama todavía estaba tibio.
Miré el reloj. ¿Las once de la mañana? No me despertaba tan tarde desde que estaba en la universidad. Con razón Cortez ya estaba levantado.
Salí de la cama, todavía un poco adormilada, me puse el kimono y fui al baño. La puerta estaba entreabierta, así que le di un empujón… y se incrustó contra Cortez, que estaba inclinado sobre el lavabo, afeitándose.
– Lo siento -dijo.
– ¿Por qué? ¿Por estar de pie cerca de una puerta?
Una leve sonrisa.
– Por dejar la puerta abierta, haciendo que creyeras que no había nadie adentro. -Con la mano indicó el espejo, que estaba empañado por la ducha-. Abrí la puerta para que se aireara un poco. No pude encontrar el…
Accioné un interruptor del otro lado de la puerta y un ruido inundó el cuarto de baño.
– Ah, el ventilador -dijo.
– La llave no está en el lugar más indicado. Estaré en mi habitación. Golpea cuando termines.
Antes de que pudiera alejarme, me agarró del brazo, me arrastró al interior del baño y cerró la puerta. Después me atrajo hacia sí y me besó. Bueno, eso sí que alivió mi torpeza de «la mañana después».
Le devolví el beso y le rodeé el cuello con las manos. Gotas de pelo húmedo cosquillearon mis dedos y el olor a limpio del jabón me llenó la nariz. Cuando mi lengua se introdujo en su boca sentí sabor a menta. Dentífrico.
Di un salto hacia atrás y me di en la boca con una mano.
– Tengo que cepillarme los dientes. -En el espejo, vi que tenía el pelo espantosamente encrespado, con un estilo que sólo podía describirse como «brujeril»-. ¡Mierda! ¡Mi pelo!
Cortez se enredó un puñado alrededor de la muñeca y se inclinó para besarne el cuello.
– Adoro tu pelo. •
– Que es más de lo que puedes decir de mi aliento.
Cuando extendí el brazo para tomar la pasta de dientes, él me hizo girar.
– Tu aliento es perfecto.
Como para demostrarlo volvió a besarme, esta vez con un beso más profundo, me levantó sobre el lavabo y se apretó contra mí. Yo deslicé mis dedos debajo de su camisa abierta para quitársela de los hombros, pero él me frenó.
– Si no me equivoco, ésta es mi seducción -dijo-. No es que desee evitar que tomes la iniciativa en el futuro. Ni evitar que me desvistas o te desvistas, sobre todo en la… encantadora forma que empleaste anoche, pero…
– ¿Me estás seduciendo o sólo vamos a debatir sobre el tema?
Él sonrió.
– Podría hacerlo, si lo deseas, sólo que en términos quizá más adecuados a la situación.
– Tentador -dije-. Muy tentador. Si a mí no me preocupara la posibilidad de que Savannah se despertara…
– Tienes mucha razón. Ya tendremos más adelante tiempo para hablar.
Su boca descendió sobre la mía mientras me desataba el cinturón. Deslizó las manos dentro de mi kimono y fue levantándolas lentamente por mis caderas hasta rodearme los pechos. Cuando sus pulgares encontraron mis pezones arqueé la espalda y gemí.
Algo golpeó la puerta con la fuerza suficiente como para que los dos pegáramos un salto y yo cayera en sus brazos.
– ¿Hay alguien adentro? -preguntó Savannah entre golpe y golpe.
Cortez me miró y yo le hice señas de que contestara.
– Estoy yo -dijo él.
– ¿Te falta mucho?
– Mmmm, sí, me temo que sí, Savannah. Acabo de empezar.
– Oh, vaya -gruñó ella.
La puerta crujió y a continuación se oyó el sonido de algo que raspaba y luego un golpe seco cuando ella se desplomó al suelo. Aguardamos otro minuto. Savannah no sólo no se alejó sino que sus sonidos de impaciencia aumentaron en frecuencia y volumen.
Cortez se inclinó hacia mi oído.
– ¿Estás segura de que quieres quedarte con ella?
Sonreí, sacudí la cabeza y le hice señas hacia la puerta.
– ¿Y qué me dices de ti? -dijo moviendo sólo los labios.
Me deslicé del lavabo, me coloqué en un rincón junto al inodoro y lancé un hechizo de encubrimiento. Cortez asintió y luego abrió la puerta.
– ¡Por fin! -Exclamó Savannah-. No sé si sabes que aquí tenemos solamente un baño.
El pasó junto a ella sin decirle una palabra y sus pisadas resonaron en el pasillo.
– Parece que esta mañana hemos amanecido cascarrabias -le gritó ella.
Savannah cerró la puerta y procedió a dedicarse a sus asuntos urgentes. Esos asuntos, al revés de lo que cabría suponer, no tenían nada que ver con el inodoro. Primero se cepilló el pelo… con mi cepillo. Después se probó un nuevo lápiz de labios… mío. Luego se puso a revisar los cajones y sacó mi conjunto oculto -y caro- de champú y acondicionador, productos que, les prevengo, estaban diseñados para pelo crespo. Por último, cogió mi perfume y se lo pulverizó como si se tratara de un ambientador. Tuve que morderme los labios para no gritar.
A continuación, se dio una ducha. Cuando Savannah comenzó a desvestirse yo aparté la vista lo más lejos posible. Al cabo de varios minutos en esa posición, mis ojos comenzaron a llorar. Cuando finalmente no tuve más remedio que mirar hacia atrás, ella estaba allí de pie frente al espejo, mirándose y frunciendo el entrecejo. Yo volví a apartar la vista.