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– Bueno, ahora soy una mujer -le murmuró a su reflejo-. Apresúrate y haz algo. -Soltó una risotada-. Vaya estafa.

Con eso, se acercó a la bañera y se metió debajo de la ducha. Cuando el agua comenzó a caer salí de mi escondite, corrí hacia la puerta, me detuve, di un paso atrás, me enjuagué la boca y me fui.

Después de vestirme, al entrar en la cocina encontré a Cortez revisando el contenido de la nevera. Levantó la vista cuando yo entré, miró detrás de mí en busca de Savannah y después me abrazó y me besó.

– Supongo que es el último de este día -dijo y después me olisqueó-. Hueles bien.

– No intencionadamente -murmuré-. Mamá siempre decía que nunca hay que usar el hechizo de encubrimiento para espiar a otra persona porque se corre el peligro de ver algo que uno no quiere ver. Pues bien, acabo de enterarme de por qué mi champú y mi perfume desaparecen con tanta rapidez. Y ahora sé por qué mis amistades siempre se quejan de que sus hijas usan todas sus cosas. Abrí la puerta de la nevera-. ¿Adquiriste esta costumbre en tu infancia?

– No -respondió él mientras yo rebuscaba en su interior casi vacío-. Igual que tú, yo soy hijo único.

Hice una pausa, confundida. Sabía que tenía tres hermanos mayores… Oh, esperad. Recordé que Leah comentó algo acerca de su nacimiento, que él era… Las palabras no venían a mi mente. Oh, conocía algunas: ilegítimo, concebido fuera del matrimonio, a las que se sumaba la palabra que empieza con «b» y que yo no pensaba mencionar aunque Cortez mismo la empleara. Todo sonaba tan negativo, tan arcaico. Tal vez los términos eran arcaicos porque no había ninguna necesidad de realizar esa designación. Si un chico es concebido durante una aventura extramatrimonial, el peso de cualquier juicio adverso cae sobre los padres, no sobre el hijo. En el siglo XXI deberíamos ser suficientemente sensatos como para entenderlo. Sin embargo, por la forma en que Leah lo había sacado a relucir, una púa arrojada al azar, supe que no era algo que el resto del mundo de las Camarillas permitiría que Cortez olvidara.

– No hay mucho ahí adentro -dijo él, mirando ahí sobre mi hombro-. Si los huevos todavía están buenos, podría preparar una tortilla. Sí, sé que hice una ayer, pero mi repertorio es muy limitado. Es eso o, quizá, un huevo duro, aunque se sabe que he llegado a hervirlos tanto como para convertirlos en pelotas de golf.

– Ya has hecho suficiente. Yo prepararé el desayuno. ¿Huevos, bollos o tostadas? -Miré el pan, cuyos bordes ya mostraban signos de descomposición-. Mejor olvida las tostadas.

– Lo que dé menos trabajo.

– Bollos -pidió Savannah al entrar en la cocina.

– Entonces tú pon la mesa y yo me ocupo.

La votación

Para cuando el desayuno – ¿O debería decir el brunch?-llegó a su fin, ya era más de mediodía. Cortez insistió en lavar y ordenar todo y también en que Savannah le ayudara. Yo tomé mi taza de café y me dirigía al salón cuando sonó el teléfono. Cortez verificó el identificador para ver quién llamaba.

– Es Victoria Alden. ¿Quieres que dejemos que el contestador grabe el mensaje?

– No, contestaré. Después de estos últimos días, Victoria es un problema que me siento capaz de manejar… Hola, Victoria -saludé al levantar el auricular.

Silencio.

– Eso dice el identificador, ¿no? -dije-. Gran invento, el identificador de llamadas.

– Suenas muy alegre esta mañana, Paige.

– Lo estoy. La gente se ha ido. Los medios han dejado de llamar. Las cosas mejoran.

– ¿De modo que robarle el automóvil a Margaret y conducir a la policía por todo el cementerio anoche son cosas que tú consideras una mejora de tu situación actual?

– Oh, eso no fue nada. Fuimos muy cuidadosos, Victoria. La policía nunca sabrá que era yo. Ni siquiera llamaron.

– Te llamo muy preocupada por el futuro de uno de los miembros de nuestro Aquelarre.

Callé un momento, después hice una mueca y sentí que mi euforia se esfumaba.

– Vaya. Se trata de Kylie, ¿no? Ha decidido no seguir en el Aquelarre. Mira, estuve hablando con ella y volveré cuando todo esto haya terminado.

– No se trata de Kylie. Sino de ti.

– ¿De mí?

– Después de enterarnos de tu última aventura, esta mañana convocamos a una reunión de emergencia. Has sido expulsada del Aquelarre, Paige.

– ¿Qué? -Las palabras se me secaron en la garganta.

– La votación fue de ocho a tres, con dos abstenciones. El Aquelarre lo ha decidido.

– No… ¿Ocho a tres? No puede ser. Hubo fraude. Manipulaste esa votación. Tienes que haberlo hecho…

– Llama a Abigail si lo deseas. Estoy segura de que ella es una de las tres que votaron a favor de permitirte que te quedaras. Ella te dirá que fue un cómputo justo y abierto. Tú conoces las reglas de la expulsión, Paige. Tienes treinta días para abandonar East Falís, y se te prohíbe llevarte cualquiera de…

– ¡No! -grité-. ¡No!

Colgué de un golpe. Sin volverme, intuí que Cortez estaba detrás de mí.

– Me han expulsado -susurré-. Han votado para echarme del Aquelarre.

Si él me contestó, yo ni lo oí. La sangre se me agolpó en los oídos. De alguna manera logré dar tres pasos tambaleantes hacia el sillón reclinable y desplomarme en él. Cortez se sentó en el brazo del sillón, pero yo le di la espalda. Nadie podía entender lo que esto significaba para mí, y yo no quería que nadie lo intentara siquiera. Cuando se inclinó hacia mí, sus labios se movieron y yo me preparé para oír el inevitable «Lo siento».

Sin embargo, lo que él me dijo fue:

– Están equivocadas.

Levanté la vista y lo miré. Él se agachó más, me apartó el pelo de la cara y aprovechó ese movimiento para rozarme la mejilla con el pulgar.

– Están equivocadas, Paige.

Yo apoyé mi cabeza en su pecho y comencé a sollozar.

Sabía que las Hermanas Mayores no me apoyarían, igual que todas las brujas más viejas. Estaban enquistadas en sus costumbres y sus creencias, y era poco lo que yo podía hacer para cambiarlo. Así que no gastaría mi tiempo en intentarlo. En cambio, quería concentrarme en la generación más joven, en las chicas como Kylie, que este otoño entraría en la universidad y contemplaba seriamente la posibilidad de romper con el Aquelarre.

Salvar a la generación más joven y dejar que la vieja se marchitara. A partir de ahí yo podría reformar el Aquelarre, convertirlo en un lugar al que las brujas acudirían, no del que debían escapar. Una vez que el Aquelarre hubiera recobrado su fuerza y su vitalidad podríamos comunicarnos con otras brujas, ofrecerles entrenamiento e incorporación y una poderosa alternativa para las que, como Eve, sólo vieran poder en la magia negra. Transformaría el Aquelarre en una organización más flexible, más atractiva, más adecuada para llenar las necesidades de todas las brujas. Era un plan maravilloso, de eso no cabían dudas, y quizá también un plan que yo ni siquiera podría cumplir en la totalidad de mi vida. Pero podía iniciarlo. Podía intentarlo.

Esto era algo más que una visión: era la encarnación de todas las esperanzas que había alimentado desde que tuve la edad suficiente para tener esperanzas. No podía imaginar siquiera tener que abandonar el Aquelarre; literalmente me era imposible concebirlo siquiera. En ningún momento de toda mi existencia me había preguntado cómo sería la vida fuera del Aquelarre. Jamás pensé en vivir en otro lugar que no fuera Massachusetts. Nunca había soñado con enamorarme y casarme; ni siquiera con tener hijos. El Aquelarre era mi sueño y jamás creí que algo pudiera interferir esa misión.

Así que, ¿qué iba a hacer ahora? ¿Tumbarme en la cama y llorar? ¿Dejar que las Hermanas Mayores me echaran de aquí? Nunca. Cuando el dolor inicial de haber sido expulsada disminuyó un poco, di un paso atrás para evaluar la situación lógicamente. De modo que las del Aquelarre habían decidido desterrarme. Sin duda estaban asustadas, y esa decisión se vio impulsada por un antiguo miedo instilado en ellas por Victoria y sus compañeras. Aterradas ante la posibilidad de verse expuestas, tomaron el camino más fáciclass="underline" librarse de la causa que les provocaba ese temor. El pueblo de East Falls había hecho lo mismo con su petición. Sin embargo, una vez pasado el peligro, seguro que unas y el otro me recibirían de vuelta con los brazos abiertos. Bueno, quizá eso de «con los brazos abiertos» sonaba demasiado optimista, pero lo cierto es que me permitirían quedarme, tanto en la ciudad como en el Aquelarre. Con la dosis adecuada de voluntad y decisión es posible arreglar cualquier cosa.