– ¿Don… dónde está Savannah? -pregunté mientras me secaba los ojos.
– En la cocina. Creo que preparando té.
Me incorporé.
– Me parece que todos habéis estado haciendo mucho eso últimamente… me refiero a cuidando a Paige.
– No lo creo. Tú…
– Gracias, pero estoy bien -dije y le apreté la mano al levantarme-. Hoy tenemos mucho que hacer. Para empezar, yo tendría que repasar la ceremonia de Savannah con ella. Sé que todavía falta una semana, pero quiero estar segura de que recuerda todo y de que tenemos todos los ingredientes.
El asintió.
– Buena idea. Mientras tú haces eso, si no te importa, me encargaré de lavar mi ropa.
– Sí, claro, está bien, sólo tienes dos mudas. Dame tu ropa sucia…
– Yo me ocupo, Paige. Tú ve con Savannah.
– Más tarde tendríamos que buscar tus maletas del motel y traerlas aquí. -Hice una pausa-. Esto es, si nos quedamos aquí. Creo que también deberíamos hablar de eso.
Él asintió y yo me dirigí a la cocina. Savannah, que estaba midiendo el té, levantó la vista.
– Deja eso -dije-. Gracias por pensar en mí, pero estoy bien. ¿Qué tal si repasamos la ceremonia de tu madre, para estar seguras de que nos la sabemos bien?
– Perfecto.
– Déjame entonces buscar mis cosas y después bajaremos al piso inferior.
Savannah me siguió a mi cuarto. Cuando saqué mi mochila de su escondite, la ventana se cayó a mis espaldas. Savannah gritó y yo me di la vuelta justo en el momento en que una roca del tamaño de una pelota de fútbol se estrellaba contra la pared más alejada. Golpeó la alfombra pequeña, rodó y dejó un rastro color rojo. Pensando que era sangre, giré para mirar a Savannah, pero ella corría hacia la ventana, ilesa.
– ¡Apártate de ahí! -le grité.
– Quiero ver quién…
– ¡No!
La cogí del brazo y la saqué de allí. Cuando giré la cabeza hacia el cuarto, vi una palabra garabateada con pintura roja sobre la piedra: QUEMAR.
Saqué a Savannah a rastras de la habitación en el momento en que Cortez venía corriendo de la cocina.
– Estaba en el sótano: -dijo-. ¿Qué ha pasado?
Cogí el teléfono y marqué el 911 mientras Savannah le explicaba lo de la roca. La cara de Cortez se ensombreció. Se dirigió a la ventana de la cocina para mirar hacia la parte de atrás. Mientras yo le relataba al operador del 911 lo que había sucedido, él me arrancó el teléfono.
– Póngame con el departamento de bomberos enseguida -pidió-. Policía e incendios. Inmediatamente.
Mientras él informaba de los detalles, yo corrí a la ventana. Mi toldo estaba en llamas, alimentado por la gasolina para la cortadora de césped y sólo Dios sabe qué otros líquidos inflamables.
De pronto el cobertizo explotó. El estruendo resonó en toda la casa. Cuando oí el siguiente, yo creí que todavía se trataba del cobertizo… hasta que trozos de vidrio me golpearon la cara y algo pegó contra mi hombro.
Cortez gritó y se lanzó sobre mí, aferró la parte de atrás de mi camisa y me tiró hacia atrás con tanta fuerza que volé por el aire. Mientras me sacaba de la cocina, vi qué era lo que me había golpeado: una botella llena de un trapo empapado en un líquido. Apenas si estaba fuera de la habitación cuando lo que contenía la botella se encendió. Una bola de fuego brilló y llenó mi cocina de llamas y de humo.
– ¡Savannah, tírate al suelo! -Gritó Cortez-. ¡Avanza hacia la puerta a cuatro patas!
Oí que otra ventana estallaba en la parte de atrás de casa. ¡Mi oficina! Dios, todo mi trabajo estaba allí. Mientras trataba de liberarme de la mano de Cortez recordé qué otro cuarto se encontraba en la parte de atrás de la casa y qué contenido incluso más precioso tenía.
– ¡Mi dormitorio! ¡El material y los Manuales para la ceremonia!
Cortez trató de agarrarme, pero yo logré evitarlo. Sonaron sirenas y gritos, casi ahogados por el crepitar del fuego. A dos pasos de mi dormitorio, una nube de humo me golpeó. Retrocedí, asfixiada. Instintivamente hice una inspiración profunda en busca de aire y llené mis pulmones de humo. Después de una fracción de segundo de sentir un pánico animal, la sensatez volvió, me puse a cuatro patas y entré en mi habitación.
Mi cama parecía una bestia demoníaca, una masa de madera y tela en llamas que devoraba todo lo que encontraba a su alcance. Una ráfaga de viento se filtró por la ventana, me arrojó humo a la cara y me cegó. Seguí adelante, moviéndome de memoria, con los dedos extendidos. Encontré primero la mochila y envolví las tiras alrededor de una mano mientras con la otra continuaba buscando. Cuando toqué el borde de la trampilla me detuve y comencé a tantear alrededor de ella. Mis dedos tocaron el metal calentado al rojo del cierre y tuve que retroceder hacia la pequeña alfombra en llamas.
Por un momento aquello me sobrepasó. Mi antiguo miedo al fuego pudo con mi razón y se me llenó el cerebro con el olor, el sonido, el gusto y el calor de las llamas. Me quedé paralizada, incapaz de moverme, convencida de que moriría allí, condenada a una muerte propia de brujas. El horror que me produjo ese pensamiento -la sola idea de hacerme un ovillo y rendirme ante el miedo- me hizo recuperar mis sentidos.
Sin prestar atención al dolor, accioné el cierre y abrí la trampilla. Un momento después ya tenía la segunda mochila. Agarré las tiras, tiré de ellas y comencé a reptar hacia atrás, como un cangrejo, hacia la puerta. Apenas había avanzado medio metro cuando Cortez me cogió por un tobillo y me sacó de allí.
– Por allí-dijo, empujándome-. Hacia la puerta. No te pongas de pie. ¡Mierda!
Me tiró al suelo justo cuando sentí que las llamas me lamían las piernas. Mientras él golpeaba las llamas en mi espalda, yo me doblé y vi que también el dobladillo de mi falda se había prendido fuego. Di una patada contra la pared, pero ese movimiento fuerte sólo consiguió que las llamas ardieran con más intensidad. Cortez me frenó y apagó las llamas con sus manos. Después me quitó las mochilas.
– Yo te las llevaré -dijo-. No mires hacia atrás. Sólo sigue avanzando.
Lo hice. Toda la parte trasera de mi casa estaba en llamas. Lenguas de fuego devoraban la casa en dirección al frente, y cuando pasé por el salón vi las cortinas también en llamas. Respirando por la boca seguí adelante, decidida a reptar por encima de las llamaradas que encontraba en mi camino. En la entrada hice una pausa para mirar por encima del hombro en busca de Cortez. Él me hizo señas de que continuara con mi avance. Repté hacia la puerta abierta de atrás y salí.
Un hombre de uniforme me agarró y me arrojó una tela sobre la nariz y la boca. Respiré hondo algo frío y metálico. Cogí un brazo del hombre y le hice señas de que podía respirar sin ayuda médica. Volví a mirar hacia atrás para localizar a Cortez. Vi la puerta abierta y el pasillo vacío. Entonces mis piernas cedieron y todo se volvió negro.
Acuerdo global
Desperté con un dolor de cabeza horrible, como si me estuvieran dando martillazos. Cuando intenté incorporarme, la boca se me llenó de bilis y me doblé en dos, entre arcadas y babas. Cada vez que trataba de incorporarme, las náuseas me lo impedían. Por último, me di por vencida y me derrumbé.