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– Yo… -Sacudí la cabeza-. Lo siento tanto, pequeña. No lo sabemos con certeza. El señor Nast alega que es tu padre. Yo no podía creerlo. Quería conseguir pruebas concretas antes de decírtelo.

Nast apoyó una mano sobre el brazo de Savannah. Cuando ella lo apartó, él se agachó para estar a su misma altura.

– Sé que estás enfadada, princesa. No es así como yo tenía planeado esto. Creía que tú lo sabías.

– Yo… yo no me lo creo.

– No es preciso que lo creas. Ahora que hemos superado los tribunales humanos, podemos aclarar esto con una sencilla prueba de sangre. He dispuesto que nuestros médicos realicen la prueba tan pronto regresemos a California.

– ¿California? -Dijo Savannah-. Yo no puedo… no… no iré. No lo haré.

– Mis disculpas, creo que me estoy adelantando a los hechos. No pienso llevarte a ninguna parte contra tu voluntad, Savannah. Esto no es un secuestro. Lamento haber tenido que recurrir a medidas tan drásticas para traerte aquí, pero temí que sería la única forma en que Paige me permitiría presentarte mi caso.

– ¿Caso?

– Por tu custodia.

Ella pasó la mirada de mí a él.

– ¿Iremos a juicio?

Él se echó a reír.

– No, gracias a Dios. He decidido obviar los horrores del sistema legal. Ningún juez humano puede decidir a quién perteneces, Savannah. Eso no lo puede decidir ninguna persona. Es tu vida y debe ser también tu decisión.

– Perfecto. Entonces me quedo con Paige.

– ¿No me das la oportunidad de defender mis razones? Paige ha tenido casi un año para darte las suyas, así que quiero creer que tú me darás treinta minutos para que oigas las mías. Eso es todo lo que pido, princesa: treinta minutos para explicarte por qué deberías vivir conmigo.

– ¿Y si no quiero?

– Entonces eres libre de regresar a East Falls con Paige.

– Mentiras -repuse.

Nast levantó la vista, sorprendido, como si las paredes hubieran hablado. Cuando me miró, su vista se fijó en algún lugar por encima de mi cabeza, como si literalmente yo fuera algo en lo que no valía la pena detenerse.

– ¿Dudas de mi palabra, Paige? -preguntó, sin rastros ya de todo humor indulgente-. Soy un Nast. Mi palabra es irrevocable.

Sentí el peso de la mirada de Savannah sobre mí. En ese momento comprendí qué era lo que debía hacer: mantener la boca cerrada. Nast tenía razón, la elección era de Savannah. Aquelarre y Camarilla. Magia blanca o magia negra. Si yo influía en su decisión, siempre sentiría la presión del otro lado que trabajaba en contra de mí. Que ella escuchara lo que Nast tenía para ofrecerle y que comprobara así que Eve había tomado la decisión acertada al enviarla al Aquelarre. Aunque yo dudaba mucho de que Nast le permitiría alejarse de él con tanta facilidad, ya saltaría esa valla cuando se presentara. Si yo la arrastraba de allí pateando y llorando, la perdería para siempre.

Antes de iniciar su alegato, Nast insistió en que comiésemos. Había encargado pizza. Hasta hizo que un repartidor la trajera, para subrayar así el hecho de que no estábamos realmente secuestradas.

Aunque Leah y Friesen compartieron nuestra comida, Nast miró la pizza como si esperara que los champiñones fueran a echar a andar. Nos aseguró -como si nos importara- que almorzaría más tarde, en una reunión de negocios en Boston.

¿De modo que todavía estábamos en Massachusetts? Mientras lo pensaba, me di cuenta de que había dicho almuerzo, no cena. Así que habíamos dormido todo el miércoles y ya hacía veinticuatro horas que faltábamos de casa. Una vez más pensé en Cortez, pero sabía que no tenía sentido preguntar: sólo nos dirían lo que queríamos oír.

– ¿Podemos empezar? -Preguntó Savannah-. La pizza es fantástica y todo eso, pero quiero terminar con esto de una buena vez.

Nast asintió.

– Primero, permíteme que te diga que tu madre fue una mujer extraordinaria y que yo la amé mucho. Sucedió que, bueno, la cosa no funcionó para nosotros. Después de que nacieras, ella me pidió que me apartara, así que lo hice, pero siempre planeé ser algún día parte de tu vida. Con la muerte de tu madre, eso ha sucedido antes de lo que esperaba.

– ¿Cómo es posible que ella jamás me lo hubiera mencionado?

– No tengo la menor idea, Savannah.

– Continúa entonces, así podré volver a casa.

Nast se inclinó sin que se le formara una sola arruga en el traje.

– Bueno, confieso que no sé bien por dónde empezar. ¿Tú entiendes cómo está organizada una Camarilla?

– Más o menos.

Nast le dio un rápido resumen, concentrándose en la importancia de la familia del líder de los hechiceros.

– Como hija mía, serías una parte importante de esa familia, con todos los derechos y privilegios que entraña.

– ¿Puedo hacer una pregunta? -dije.

– No creo que…

– Es una pregunta razonable. No es mi intención desafiar o disentir con nada. Solo quisiera esclarecer un punto. Por lo que yo sé, los hechiceros sólo tienen hijos varones, lo cual significa que Savannah sería la única chica de la familia. ¿Cómo afectaría eso a su posición?

– No lo haría. -Nast hizo una pausa y luego continuó-: Permitid que os explique a fondo ese punto. Quiero ser completamente franco contigo, Savannah. Dentro de nuestra Camarilla, el poder de la familia Nast es absoluto. Si decimos que debes ser aceptada, lo serás. Ahora bien, con respecto a los asuntos de la sucesión, es probable que haya alguna que otra disputa acerca de si tú podrías heredar el liderazgo. Sin embargo, ese punto es discutible. Tengo dos hijos muy capaces, y el mayor ya ha sido nombrado mi heredero.

– ¿Entonces qué obtendría yo? -preguntó Savannah.

– Todo lo demás -Nast se inclinó hacia adelante, hacia ella-. Yo soy un hombre muy rico y muy poderoso, Savannah. Alguien capaz de darte todo lo que has deseado siempre. Estoy seguro de que Paige ha hecho todo lo que está a su alcance, pero ella no puede ofrecerte las mismas ventajas que yo. Más que de dinero, Savannah, te estoy hablando de oportunidades, de tener acceso a los mejores tutores, los mejores textos de estudio, los mejores materiales.

– Sí, claro… a cambio de mi alma inmortal. Yo no soy una niña tonta, hechicero. Sé por qué te apoderaste de mí. Es por la ceremonia.

Se me subió el corazón a la boca y le hice señas de que permaneciera en silencio.

– No te preocupes, Paige. Desde ayer por la mañana sabemos que Savannah ha tenido su primera menstruación.

– ¿Antes de que nos trajeran aquí? -pregunté-. ¿Quién se lo dijo?

– Eso lo podemos hablar más tarde. La cuestión es…

– La cuestión es -le interrumpió Savannah- que has secuestrado para poder cambiar la ceremonia y convertirme en esclava de la Camarilla.

– ¿Esclava de la Camarilla? -Nast se echó a reír-. ¿Eso es lo que Paige te ha dicho?

– No fue Paige.

– Ah, entonces Lucas, supongo. Pues bien, por mucho que respeto a los Cortez, debo decir que Lucas Cortez es un joven muy confundido. Ha tenido algunas experiencias desafortunadas en su Camarilla y se ha formado unas opiniones bastante extrañas al respecto. En cuanto a la ceremonia…

– Espera -dijo Savannah-. Primero quiero saber qué ha sido de Lucas. ¿Está bien?

– Está muy bien, Savannah. Ahora…

– ¿Qué le ha ocurrido?

– Eso no es…

– Quiero saberlo.

– Retrasamos su huida de la casa en llamas, pero no excesivamente. La última vez que vimos a Lucas estaba en manos de los enfermeros. Inconsciente por haber inhalado humo, pero por lo demás, estaba ileso.

Mientras hablaba, Savannah no hizo más que lanzarme miradas de preocupación, como queriendo comprobar mi reacción. Gabriel Sandford siguió con mucho interés esas miradas.

– ¿Así que no le hiciste daño? -insistió ella.

– Dañar a Lucas Cortez provocaría un incidente diplomático de proporciones épicas. Matarlo iniciaría un derramamiento de sangre como las Camarillas no han visto en más de un siglo. El hijo del líder de una Camarilla tiene inmunidad absoluta. Eso es lo que te estoy ofreciendo a ti, Savannah. Jamás tendrás que esconderte de nuevo.