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Hizo una pausa para comprobar si tenía la atención total de Savannah. Y así era.

– Con respecto a la ceremonia -prosiguió-, sí existe una versión que subraya el papel de una bruja en una Camarilla, aunque es algo totalmente alejado de la esclavitud. Pero tú no tendrás que someterte a eso. Hay varias otras ceremonias entre las que puedes elegir…

– Yo quiero la que Paige iba a hacerme. La que quería mi madre.

– Hecho.

Ella parpadeó, luego se recuperó y se sentó más erguida.

– Y quiero que Paige la realice. Nadie más.

– Hecho. -Nast se puso de pie y atravesó la habitación para sentarse junto a ella-. Yo soy tu padre, Savannah. Quiero lo que es mejor para ti, y en materia de brujería confío en el juicio de tu madre. Si deseas que una bruja más experimentada realice la ceremonia, así será. Pero si quieres que lo haga Paige, también. Ella puede quedarse contigo hasta el próximo miércoles, y realizará la ceremonia que tu madre eligió para ti.

– ¿Y qué le sucederá a Paige después? ¿Después de la ceremonia?

– Tendrá libertad para irse.

Savannah me miró de reojo.

– ¿Y si yo no quiero que se vaya?

Nast vaciló un momento.

– Estoy seguro de que Paige tiene sus propias responsabilidades en el Aquelarre…

– La han echado. Todas son estúpidas e inútiles. De todas formas, Paige es demasiado buena para ellas. Si yo me quedo, Paige también se queda. Ella puede ser mi tutora.

– No quisiera que Paige se ofendiera, pero tenemos maestras de brujería muy superiores a ella.

– Entonces será mi compañera o mi niñera o algo. Eso es lo que tienen los chicos ricos, ¿no es así? ¿Criadas? Yo quiero a Paige. Ella se quedará conmigo y aprenderá todo lo que aprendo yo.

– No me parece que…

– Acuerdo global -dijo Savannah-. Acéptalo o déjalo.

Y él lo aceptó.

La bruja del señor Nast

Eso no fue lo que yo quise decir-Aclaró Savannah cuando regresamos a nuestro dormitorio, que ahora había sido equipado con una luz de trabajo-. Lo de la criada. Fue un decir, nada más.

Yo casi no la oía. No podía recordar haber caminado de vuelta al cuarto, no podía recordar quién nos había llevado o qué nos habían dicho. Lo único que podía oír era la voz de Savannah aceptando la proposición de Nast.

– Estás furiosa conmigo, ¿no?

– No, no estoy furiosa. Sólo… confundida. Demasiadas cosas que asimilar. Lamento no habértelo dicho antes, lo de que Nast alegaba ser tu padre.

– Todo se nos fue de las manos muy rápido. Tú querías tener pruebas antes. Eso lo entiendo.

Lo cierto era que yo se lo había ocultado por miedo a que algo como esto sucediera, que Nast apareciera y le ofreciera el mundo a Savannah. Al no habérselo dicho yo había perdido mi oportunidad de advertirla. Cualquier cosa que dijera ahora parecerían mentiras groseras y contrariadas urdidas para ponerla de mi lado. Incluso mientras Savannah saltaba de aquí para allá en la habitación, charlando, yo sentí que la estaba perdiendo. Tal como Nast dijo, yo había tenido casi un año para convencerla de que me eligiera a mí. ¿Por qué no había hecho un trabajo mejor? Ella había llamado estúpidas e inútiles a las del Aquelarre. Ésa era la alternativa que yo le había mostrado: un mundo donde las brujas eran estúpidas e inútiles.

Sabía que debía quedarme callada, dejar que ella viera las cosas por sí misma, pero tuve que echar mano de todo mi control para no sacudirla y gritarle «¡Qué estás haciendo!». En cambio, me metí en la cama antes de decirle:

– Me alegra que quieras tenerme cerca, Savannah, pero sabes bien que yo no puedo hacer esto. Soy una líder del Aquelarre. No puedo mudarme como si tal cosa…

– ¡Pero ellas te echaron!

– Sí, están cabreadas, pero…

– Dijiste que te quedarías conmigo. Me lo prometiste.

– Ya lo sé y lo haré, pero…

– Bueno, ésta es mi decisión. Quiero estar aquí, y si tú quieres ayudarme, entonces tendrás que quedarte también.

Se dejó caer en la cama de al lado, me dio la espalda y se cruzó de brazos. Estuvimos sentadas así durante algunos minutos. En varias oportunidades medio se volvió, como si esperara que yo le discutiera algo. Como no lo hice, giró la cabeza para mirarme.

– No te enfades, Paige -pidió-. ¿Oíste lo que él dijo? Los mejores tutores, los mejores textos de estudio, los mejores materiales. Yo recibiré todo eso y lo compartiré contigo. ¿No es eso lo que querías?

No le contesté.

– Lo que te preocupa es que se trata de una Camarilla, ¿no es así? Sé lo que Lucas dijo, pero, bueno, tal vez él… mi… Nast tiene razón. No quiero decir con eso que Lucas haya mentido; claro que no. Pero él podría estar confundido. A lo mejor vio cosas realmente malas, cosas que normalmente no suceden.

De nuevo no dije nada.

– Muy bien, haz lo que quieras. Regresa a ese estúpido East Falls, a tu casa incendiada. Yo no iré. Ellas no nos quieren allí. Cada vez que camines por la calle, la gente te señalará y dirá cosas sobre ti. Pues ahora no podrán decir cosas sobre mí. Yo estaré en California. Apuesto a que Adam vendrá a visitarme. Él no será así.

– Me quedaré contigo, Savannah. Sabes que lo haré.

Ella dudó un momento, después sonrió y se inclinó sobre la cama para abrazarme.

– Todo saldrá bien, Paige. Ya lo verás. Esto será lo mejor que nos ha sucedido jamás.

Todavía adormecidas por las drogas, dormitamos durante aproximadamente una hora. Después, un golpe en la puerta nos despertó a ambas. Una mujer espiaba por la puerta entreabierta.

– ¿Podemos entrar? -preguntó.

Sin esperar una respuesta, abrió la puerta del todo y entró. Tenía poco más de cuarenta años, era más agradable que bonita, tenía una mandíbula angulosa y llevaba muy corto su pelo entrecano. Detrás de ella había otra mujer, unos veinte años mayor, con el mismo tipo de mandíbula y un pelo plateado también muy corto.

– Soy Greta Enwright -se presentó la mujer más joven-. La otra es Olivia, mi madre.

– Llamadme Livy, por favor -dijo la mujer mayor-. Mucho gusto en conoceros. A las dos. -Entró detrás de su hija y depositó una bandeja de plata sobre la mesilla-. Creo que a tu madre le gustaba el té, Paige. Así que yo me animé a suponer que tú tienes los mismos gustos.

Parpadeé.

– ¿Usted conoció a mi madre?

– Hace muchos años. Más años de los que quisiera contar. -Soltó una risa burbujeante, de muchachita-. Crecí en el Aquelarre. Mi madre se fue cuando yo era adolescente.

– Usted es… ¿es una bruja?

– Oh, lo siento. No te has presentado bien, Greta. Siempre me ha parecido extraño que seamos capaces de reconocer a los hechiceros pero no a nuestras propias hermanas. Greta es la bruja del señor Nast. -Otra risa-. Eso suena horrible, ¿no? Y demasiado familiar. Las Camarillas, como tal vez sepas, sólo emplean a una bruja. Es una posición muy prestigiosa y exclusiva, que tuve la fortuna de poder pasarle a Greta cuando me jubilé. Y ahora -miró a Savannah con una enorme sonrisa-, acabamos de conocer a nuestra sucesora oficial. No puedo decirte lo complacidas que estamos.

Savannah vaciló y miró a la madre y después a la hija.

– ¿Tú no estás loca, no? Quiero decir, yo te reemplazaré, ¿no es así?

Greta se echó a reír, con una risa ronca que era el opuesto total de la de su madre.

– Pasarán algunos años antes de que estés lista para eso, Savannah. Cuando lo estés, yo podré jubilarme. Una jubilación anticipada, seguramente, pero el señor Nast me ha prometido una pensión completa. Por eso mismo te tengo que estar agradecida.