Después, Nast le regaló a Savannah un anillo con el emblema de la familia. A mí me dio un amuleto, un gesto que obviamente complació a Savannah y cuya intención era, estoy segura, precisamente ésa. Era un objeto bonito, pero no mágico, probablemente algo que había comprado esa tarde en una joyería de antigüedades de Boston.
A continuación, todos los de la casa, Sandford, las brujas, los guardias semidemonios y hasta la cocinera chamán, desfilaron ante nosotras con obsequios. Una vez, en un museo, vi un mural que mostraba a un faraón sentado en su trono, mientras un desfile de dignatarios extranjeros le ofrecía regalos exóticos. A eso mismo se pareció lo que allí sucedió. Y Savannah, como cualquier chiquilla normal de trece años, lo recibió deleitada.
Después de la cena nos retiramos a nuestra habitación. Eran sólo las ocho y media, pero estábamos rendidas de cansancio y de sueño.
– ¿Has visto lo que me ha regalado Greta? -Savannah tomó una daga de plata con incrustaciones de amatista de la pila de regalos que tenía sobre la cama-. Un nuevo atbame. ¿No es precioso? Apuesto a que es muy caro.
– Sí, mucho.
– ¿Puedo ver el amuleto que te ha dado Kristof?
Nast le había pedido a Savannah que lo llamara por su nombre de pila hasta que se sintiera lista para utilizar un término más propio de la relación que realmente les unía. Tuve que admitir que era una treta muy astuta.
Le dejé el collar a Savannah.
– Genial. Apuesto a que es una antigüedad.
– Seguro que lo es.
– Fue un gesto muy bonito de su parte, ¿no te parece? Comprarte algo.
Asentí.
Savannah bostezó y se desperezó sobre la cama.
– Estoy tan cansada. -Levantó la cabeza para mirarme-. ¿Crees que le habrán puesto algo a nuestra comida?
Tuve ganas de gritar «¡Sí! ¿No lo ves? ¿No lo entiendes? Los regalos, la fiesta… todo es una impostura». Pero lo cierto era que yo misma tampoco estaba segura de que fuera así. Sí, decir eso resultaría más que exagerado. Y evidentemente injusto, puesto que yo jamás podría competir con eso. Pero, ¿era una impostura? No lo sabía, así que decidí responder la pregunta de Savannah con la mayor franqueza.
– Creo que es probable que nos hayan dado algo para ayudarnos a dormir. No siento que sea algo más fuerte que un somnífero. Posiblemente fue raíz de valeriana, a juzgar por el sabor que deja en la boca.
– Bueno, no sé tú, pero yo me voy a acostar. Greta dijo que tendría una sorpresa para mí mañana.
– Seguro que sí -dije.
Alguien llamó a la puerta. Cuando yo dije que pasara, Olivia asomó la cabeza.
– ¿Paige? El señor Nast quisiera hablar contigo.
Savannah se quejó. i
– ¿No puede esperar hasta mañana? Estoy tan cansada.
– Él solo quiere hablar con Paige, querida. Yo me quedaré aquí a acompañarte mientras ella esté ausente.
Savannah se incorporó en la cama.
– Quiero ir con Paige.
Olivia sacudió la cabeza.
– Tu padre lo ha dejado bien claro: solamente Paige.
– Pero…
– Estaré bien -dije.
– Por supuesto que sí -afirmó Olivia-. Nada le sucederá, Savannah. Tu padre entiende cuánto has llegado a depender de ella. -Me miró-. El señor Nast está en el salón.
Asentí y salí.
Nadie me acompañó al piso de abajo. Pasé junto a Friesen y otro guardia semidemonio, al que llamaban Antón. Los dos me miraron de reojo pero no dieron señales de estar vigilándome. Sin embargo, yo sabía que lo estaban haciendo.
A pesar de mi decisión de quedarme con Savannah, debo reconocer que sentí una levísima tentación al pasar junto a la puerta de entrada. Más temprano no había pensado en huir. Ahora, sin embargo, al acercarme al salón, tuve que preguntarme qué querría Nast.
Sabía que Nast no tenía intenciones de llevarme a Los Ángeles. Mientras yo siguiera con vida, continuaría siendo una amenaza. Una amenaza menor, pero una amenaza al fin y al cabo. Una vez que hubiera servido a sus propósitos, me haría matar. La única pregunta era: ¿cuándo?
Al cruzar la puerta me pregunté si ya habría dejado de serle útil. Vacilé, pero sólo por un segundo. La influencia de Nast sobre Savannah no era aún lo suficientemente fuerte como para que se arriesgase a indisponerla contra él. Me quedaban por lo menos algunos días más… Tiempo suficiente para trazar un plan.
Cuando empujé la puerta del salón y la abrí, Nast se encontraba adentro, riendo, mientras Sandford le narraba una anécdota acerca de un chamán.
– Paige, pasa -dijo Nast-. Toma asiento.
Lo hice.
– ¿Te gustaría beber algo? ¿Oporto? ¿Vino rosado? ¿Coñac?
– Vino rosado. Gracias.
Sandford enarcó las cejas, como si le sorprendiera que yo aceptara un trago. Yo debía confiar en mi convicción de que todavía no me matarían y comportarme como si confiara en ellos.
Una vez que Sandford nos pasó a todos las copas con el vino, Nast se acomodó bien en su silla.
– Antes me preguntaste cómo nos habíamos enterado de lo de la menstruación de Savannah. Pensé que deberías saber la verdad, aunque la cena no me pareció el momento apropiado para hablar del tema. -Bebió un sorbo de vino y se tomó su tiempo antes de continuar-. No me andaré con rodeos, Paige. Nos lo dijo Victoria Alden.
La copa casi se me cayó de las manos.
– Me doy cuenta de que no querrás creerme -prosiguió-. Permíteme que te ofrezca una prueba de que he estado hablando con la señorita Alden. En cuanto a la ceremonia, el Aquelarre la desaprobó, pero tu madre lo hizo por ti. La señorita Alden cree que el martes por la noche te llevaste prestado el automóvil de Margaret Levine, no para obtener los ingredientes de ese té del que le hablaste a Margaret, sino para conseguir los materiales requeridos para la ceremonia.
Me puse de pie de un salto.
– ¿Qué le has hecho a Victoria?
– ¿Disculpa?
– Has dicho que Victoria te lo contó. Tú la forzaste a hablar, ¿no es así? Qué…
La risa de Sandford me frenó.
Nast sonrió.
– Conmovedor, ¿verdad? Cómo sale en defensa de su Hermana Mayor del Aquelarre, incluso después de que esa misma persona la expulsó del Aquelarre. Nosotros no hicimos daño a Victoria, Paige. Ni siquiera nos pusimos en contacto con ella. Fue ella la que nos llamó.
– No, ella no haría eso.
– Oh, pero es que sí lo hizo. Consiguió el número de Gabe de la oficina del señor Cary y después nos llamó y nos ofreció un trato: información a cambio de protección. Ella nos daría detalles cruciales acerca de Savannah si nosotros le prometíamos llevarnos a mi hija y abandonar la ciudad.
– ¡No! Ella jamás…
– ¿No me crees? -Nast tomó un teléfono móvil de la mesa que tenía junto a su brazo-. Llámala tú misma.
No hice ningún movimiento para coger el teléfono.
– ¿No? Permíteme, entonces.
Marcó un número, se llevó el teléfono al oído, dijo unas pocas palabras y me lo pasó. Yo le arranqué el teléfono de la mano.
– Dime que está mintiendo -dije.
– No, no lo hace -respondió Victoria-. Debo atender a los intereses del Aquelarre, Paige. No permitiré…
– Tú… ¿Tienes idea de lo que has hecho?
– He entregado a Savannah a su padre.
– No, se la has entregado a…
– A la Camarilla. Sí, me doy cuenta de eso. Lo sé todo acerca de ellos, a pesar de lo que dije el otro día. Savannah es la hija de un hechicero y de una bruja que hacía magia negra. Se merece ir donde irá. El mal engendra el mal.
– ¡No! -grité y arrojé el teléfono contra la chimenea.
– ¿Oyes ese estruendo, Gabe? -Preguntó Nast-. Es el sonido de las ilusiones que se hacen añicos. -Me miró-. Me pareció que debías saberlo, de modo que ahora tienes plena conciencia de la situación. Ya puedes irte.