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– Está dormido -dijo Savannah-. Qué extraño. Vivirá por aquí cerca, ¿no? Supongo que deberíamos encontrar algún otro lugar…

– Se supone que él debe estar aquí -explicó Greta. Savannah se quedó mirando al muchacho. Usaba vaqueros y una chaqueta de algodón desteñida. Tenía el pelo castaño atado en la nuca y la clase de rostro suave y bonito que tan atractivo les resulta a las chicas preadolescentes.

– ¿Quién es? -preguntó Savannah.

– El Príncipe Azul -respondió Greta-. ¿Has oído hablar de la Bella Durmiente? Pues bien, ésta es la versión inversa.

Savannah medio se rio y giró la cabeza cuando sus mejillas se encendieron.

– No, realmente, ¿quién es? ¿Un hechicero?

– No es nadie. Sólo un humano. -Greta tomó una pequeña bolsa que había a un lado del claro-. Ahora, como te previne, nos saltaremos los preliminares del ritual, así que directamente puedes ir a arrodillarte junto a él.

– ¿Qué? ¿Por qué?

Se me helaron las entrañas.

– ¿Qué está pasando aquí?

– Es el ritual de protección, como ya te hemos contado. Savannah, arrodíllate junto al jovencito y pon una mano sobre su pecho.

Savannah vaciló y luego comenzó a ponerse de rodillas.

– No -dije-. Levántate, Savannah. -Miré a Greta y a Olivia-. No vamos a hacer nada hasta que nos digáis exactamente qué implica este ritual.

Greta me dio la espalda.

– Eh-dije.

Pero quedé atrapada por un hechizo de traba. Savannah comenzó a ponerse de pie, pero Antón le puso las manos sobre los hombros y la empujó hacia abajo.

– ¡Eh! ¡No te atrevas…! ¡Paige! -Savannah miró a Olivia, quien se encontraba de pie detrás de mí y sin duda era la que lanzaba el hechizo de traba. – ¡Déjala ir! ¡Ahora! '

– Paige es una bruja del Aquelarre -dijo Greta-. Ella no entiende esto. -Sacó un cuchillo de su bolso y se arrodilló del otro lado del joven.

– ¿Qué…? ¿Qué estás haciendo?-preguntó Savannah.

– Un hechizo de protección del más alto nivel requiere un intercambio… una vida protegida a cambio de una vida perdida. Deberías saberlo, Savannah. Tu madre lo sabía.

– ¡No! Mi madre jamás… ella nunca… -Savannah miró al muchacho y después apartó la vista y forcejeó para liberarse de Antón-.

– ¡No puedes hacer esto! Te lo prohibo. í

– ¿Tú me lo prohibes? -Los labios de Greta se torcieron-. t

– ¿Has oído eso, mamá? Ya empieza a dar órdenes. Pues bien, «princesa», es tu padre el que da las órdenes aquí, y él nos dijo que hiciéramos lo que fuera necesario para mantenerte a salvo. Antón, pon la mano de su alteza sobre el pecho del joven. Sobre su corazón, por favor.

Antón llevó a la fuerza la mano de Savannah hacia la parte izquierda del pecho de muchacho. Greta acercó la hoja de su cuchillo al cuello del joven.

– ¡No! -Gritó Savannah-. ¡No puedes hacer esto! ¡No puedes! Él no ha hecho… No te ha hecho nada.

Él no es nadie, Savannah -dijo Olivia desde detrás de mí-. Solo un pilluelo. El único significado de su vida es proteger la tuya.

– No te molestes, mamá -masculló Greta-. Es evidente que Eve malcrió a la chiquilla. ¿Qué crees que es magia negra, Savannah?

– No es esto. Sé que no lo es. Mi madre jamás hizo esto.

– Desde luego que lo hizo. Solo que nunca te permitió verlo.

Greta presionó la hoja del cuchillo contra el cuello del muchacho.

– ¡No! -Savannah luchó más para tratar de liberarse, obligando así a Antón a aplicar toda su fuerza en mantenerla de rodillas.

– Es un chico muy guapo, ¿no? -preguntó Greta. Puso la mano izquierda detrás de la cabeza del jovencito y se la levantó-. ¿Te gustaría darle un beso, Savannan? ¿Un último beso? ¿No? Está bien, entonces.

Deslizó el cuchillo con tanta rapidez por el cuello del muchacho que al principio pareció no dejar siquiera marca. Después, su cuello se abrió. Antón empujó hacia adelante la cabeza de Savannah. La sangre le salpicó la cara y ella comenzó a gritar.

Amor fraternal

No describiré con pelos y señales lo que sucedió durante los siguientes minutos. No puedo. Me rompió el corazón la primera vez, e incluso cuando lo pienso ahora es suficiente para que los ojos se me llenen de lágrimas. El terror y la furia de Savannah fueron indescriptibles. Lo único que yo podía hacer era permanecer allí, inmóvil, y observarla, atrapada por un hechizo de traba.

Veinte minutos más tarde yo estaba en el dormitorio, arropando a Savannah en su cama. Nos rodeaban Nast, Sandford y Leah.

Al oír los gritos, Leah y Friesen habían acudido corriendo. En el caos que siguió, nadie había escapado de la furia ciega de Savannah. A Leah le sangraba la nariz y hasta yo tenía arañazos en la parte superior del brazo. Finalmente, Shaw consiguió sedarla, y ella se desplomó allí mismo. Entonces Antón la levantó y la llevó de vuelta a la casa. Cuando terminé de acostarla, Nast les hizo señas a todos para que abandonaran la habitación. Cuando yo traté de quedarme, él le indicó a Leah que me sacara. La aparté y seguí a Nast y a Sandford al pasillo.

– No puedo creer que hicieran eso -dijo Nast.

– Ellas dijeron que tú les habías dado carta blanca -dijo Sandford.

– No para esto.

– Es un hechizo común, Kris. No demasiado por el riesgo que supone secuestrar y matar humanos, pero sí es bastante corriente.

– Llevarla sin preparación previa, sin una palabra de explicación…

– Yo te previne, Kris -dijo Sandford en voz muy baja para que Leah no pudiera oírlo-. Ellas esperaban que la hija de Greta la sucediera.

– ¿Te parece que hicieron esto intencionadamente?

Di un paso adelante.

– ¡Por supuesto que fue intencionado! No puedo creer que hayas puesto a Savannah en manos de dos mujeres que tienen todos los motivos para querer que desaparezca. Me sorprende que no hayan matado a Savannah en lugar de matar al muchacho. -Miré a Sandford y después a Nast-. Oh, ya comprendo. Tú sabías que ellas cumplirían las reglas porque son brujas… Así que serían demasiado estúpidas o demasiado cobardes como para confabular contra ti.

– ¿Terminamos ya con ella? -preguntó Sandford moviendo la barbilla hacia mí.

Nast me miró, pero su mirada estaba absorta, casi perdida.

– Sácala de aquí. Más tarde decidiré qué hacer con ella. En este momento no tengo tiempo para eso.

En cuanto Sandford formuló su pregunta, yo había empezado a susurrar un hechizo de niebla. Sacudí la mano y una nube de humo brotó de las yemas de mis dedos y ascendió como una pantalla de humo. Corrí hacia el dormitorio, cerré la puerta con un golpe y lancé un hechizo de cerrojo. Tironeé una vez la ventana, descubrí que estaba bien cerrada con pintura, así que tomé una silla y la arrojé contra el cristal.

– ¡Savannah! -grité y la sacudí.

Ella solo exhaló un leve gruñido. La cogí de la cintura y la saqué de la cama. Después miré por la ventana. Estábamos en el primer piso. Tal vez yo pudiera saltar, pero difícilmente podría arrojar a Savannah al vacío.

Leah golpeó a la puerta. Sandford gritó dando órdenes, llamando a los otros. Pensé rápido. ¿Conocía algún hechizo para bajar a Savannah? No. O encontraba una manera de bajarla o tendría que cargar con ella. Lo primero entrañaría demasiado tiempo. Traté de levantarla, pero apenas conseguí alzarla algunos centímetros del suelo.

La puerta se abrió. Friesen entró como una exhalación y me quitó a Savannah de los brazos. Leah le seguía los talones.

– ¿Venís? -dijo-. No pasa nada, como yo dije. Ella no se iba a ninguna parte.

– Lleváosla a una habitación segura -dijo Nast.