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Leah se inclinó hacia mí y me dijo burlonamente en un suspiro:

– Un consejo. La próxima vez, corre hacia la puerta principal.

Friesen y Sandford se echaron a reír.

* * *

Me pusieron en un cuarto en el sótano, y me ataron y amordazaron, impiendo que pudiera lanzar un solo hechizo. Shaw me inyectó un sedante en el brazo. Antes de que ellos abandonaran la habitación, ya estaba inconsciente.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté me encontré mirando los ojos de Cortez. Luché por sentarme erguida y por sonreír detrás de la mordaza. Entonces esos ojos parpadearon y vi en ellos algo tan helado que me eché hacia atrás.

En alguna parte de la habitación, Gabriel Sandford lanzó una carcajada.

– Si hasta tiene miedo de su propia sombra. Típico de una bruja.

El hombre inclinado hacia mí volvió a parpadear. Tenía los ojos de Cortez, pero era más viejo. Más viejo y más desalmado. Cuando retrocedió, comprobé que el parecido terminaba en los ojos. Ese hombre tenía poco más de cuarenta años, era más bajo que Cortez y su mirada severa podría haber sido atractiva si sonriera, pero las líneas de su frente me sugirieron que eso era algo que él jamás hacía.

– ¿Estás seguro? -preguntó-. ¿Acerca de la relación?

– ¿Seguro? -Respondió Sandford-. ¿Qué quieres? ¿Una grabación en vídeo de tu hermano acostándose con ella?

El hombre le devolvió una mirada gélida y Sandford se enderezó y carraspeó.

– No puedo estar seguro, porque no es probable que ella quiera admitirlo -dijo Sandford en un tono formal-. Sin embargo, todo nos hace llegar a esa conclusión. Tu hermano la busca frenéticamente.

– ¿Frenéticamente?

– Sí…

El otro hombre enarcó las cejas.

– No creo haber visto jamás a Lucas buscando frenéticamente nada. En ese caso, tiene que ser cierto. Mátala.

– Y después, ¿qué? ¿Pongo su cabeza en la cama de tu hermano?

El labio del hombre se curvó casi imperceptiblemente. Se limitó a sacudir la cabeza, como si la ocurrencia de Sandford ni siquiera mereciera una respuesta.

Sandford se tensó y bajó la vista.

– ¿Preferirías entonces que le mandara una grabación? ¿De la muerte de ella?

– Eso debería bastar.

– ¿Qué grado de sufrimiento?

– Normal. Lo suficiente para que le haga daño verlo, pero no para convencerlo de que fue algo manifiestamente personal.

– Conseguiré el mejor.

– No, conseguirás el más prescindible. Contratarás a alguien independiente. Eso resultará más económico y hará que a Lucas le cueste más rastrear los hechos y llegar hasta ti. No involucrarás a ninguna otra persona de la organización Nast en este asunto, y eliminarás a quien lo haga una vez que haya terminado su tarea. Cuando yo me haya ido, trasladarás a Paige a otro lugar. Desde allí, harás que el individuo en cuestión la secuestre y la mate. Entonces incluirás esta nota con la grabación.

Le entregó un sobre a Sandford. Cuando Sandford bajó la vista y lo miró, el hombre prosiguió.

– La nota aclara que su muerte es culpa de Lucas, que si ella no se hubiera involucrado con él y con su «cruzada», todavía estaría viva.

Sandford sonrió.

– Un poco de culpa siempre es bueno para la conciencia.

– Ahora asegúrate de que esto no pueda vincularse contigo o con la Camarilla Nast. En cuanto a mí, yo jamás he estado aquí.

– Eso no hace falta ni decirlo. Así pues, ¿tenemos un trato?

El hombre asintió.

– Sólo para dejarlo todo bien claro… -continuó Sandford-. Si yo hago esto, ¿se me garantiza una posición en la Camarilla Cortez y un veinte por ciento de aumento en mi sueldo?

– Eso fue lo que dije, ¿no?

– Sólo quería estar seguro. Me juego mucho con todo esto. Habría sido más fácil si hubiera podido persuadir a Kristof de que se librara de ella, pero él sigue dándole largas al asunto, preocupado por esa brújula hija suya. Cuando descubra que esta otra ha desaparecido estando bajo mi vigilancia, lo más probable es que me quede sin trabajo. Así que, como es natural, quiero estar bien seguro…

La mirada del hombre se endureció.

– ¿Acaso no te he dado mi palabra?

– Sí… Perdóname.

– Te agradezco que me hayas proporcionado esta oportunidad única, Gabriel. Serás muy bien recompensado por ello. -El hombre se giró hacia mí y sus labios dibujaron una sonrisa gélida-. Debo decir que casi es una lástima que ella deba morir. A mi padre le preocupa que Lucas no le haya dado aún nietos. Es difícil perpetuar una dinastía cuando el heredero actual no muestra ninguna inclinación a tener futuros herederos. Se alegraría si supiera que Lucas finalmente ha encontrado a alguien. Después la conocería… Y lo más probable es que se muriera de la impresión. -Sacudió la cabeza-. ¿Una bruja? Increíble, incluso para alguien como Lucas.

– No sólo es una bruja -dijo Sandford-. Es la líder del Aquelarre de Norteamérica.

– Oh, en ese caso sería una alianza dinástica que convertiría a la Camarilla Cortez en el hazmerreír del mundo sobrenatural. Le estoy haciendo a mi padre un favor tan grande que es una pena que no pueda contárselo.

El hombre se dio la vuelta para irse. Al caminar hacia la puerta, una bola de fuego voló desde el cielo raso y le golpeó en la cabeza. Él se giró y miró a Sandford.

– No me mires a mí -dijo Sandford y dio un paso atrás-. Ése no era uno de nuestros hechizos.

El hombre me miró entonces a mí. Yo lo fulminé con la mirada y vertí en esa mirada todo el odio y la furia que sentía. Él abrió la boca para decir algo, después la cerró y se contentó con devolverme la mirada antes de dirigirse a la puerta.

– La quiero muerta antes del amanecer. Envíale la cinta grabada a Lucas por mensajero a la habitación del motel. Quiero que la reciba cuanto antes.

La despedida

A pesar que el hermano de Cortez le advirió que no involucrase a nadie más, Sandford contaba, al menos, con un aliado: el semidemonio Friesen. No habían pasado aún treinta minutos desde que Sandford me había dejado sola, cuando Friesen entró en la habitación. Sin decir una palabra, me cargó sobre sus hombros. Me sacó de la habitación y cruzamos el sótano hasta una trampilla muy parecida a la que yo tenía en casa, la abrió y me empujó por ella.

Caí en un jardín cubierto de maleza. Después de haber pasado tanto tiempo en penumbra, el resplandor del sol me hizo daño en los ojos. Traté de librarme de mis ataduras, pero los nudos estaban muy ajustados. Friesen pasó también por la puerta, me levantó sin prestar atención a mis forcejeos y se dirigió al granero. Una vez dentro, nos esperaba una furgoneta de reparto. También Sandford. Cuando Friesen me llevó hacia la furgoneta, Sandford cerró su teléfono móvil.

– Hecho -dijo Sandford-. Estará en la cabaña en dos horas.

Friesen asintió. Conmigo todavía sobre su hombro, abrió la puerta de atrás de la furgoneta, me depositó adentro boca arriba y después dio un paso atrás. Su mirada me recorrió lentamente y se detuvo en mi pecho y en mis piernas desnudas.

– Cierra la puerta y pongámonos en marcha -dijo Sandford-, antes de que alguien se dé cuenta de que ella ya no está.

Friesen volvió a recorrerme de nuevo con la mirada y después miró a Sandford.

– Estaba pensando… Vas a mandarle a Lucas Cortez un vídeo, ¿no es así? ¿De su muerte? ¿Por qué no… ya sabes… le doy yo un poco antes? -Su mirada volvió a mí y en sus ojos advertí un brillo de lujuria-. Yo lo haría por ti.

– ¿Harías qué? -Sandford pescó la mirada que Friesen me estaba dirigiendo y sus labios se curvaron-. Una violación no forma parte del trato, y tampoco lo será. Limítate a llevarla a la cabaña y deje que el profesional haga su trabajo.