Me interné en los campos, fuera de la vista de la carretera, e inicié la larga caminata de regreso. ¿Qué debía hacer cuando llegara allí? No lo sabía. Si podía rescatar a Savannah, lo haría. Tenía que reconocer que era poco probable que pudiera lograrlo sola. Si no era capaz de hacerlo, tal vez podría enviarle un mensaje, decirle que había vuelto. En el peor de los casos podría evaluar la situación, ir en busca de ayuda y después volver deprisa para vigilar a Savannah desde lejos.
Debimos de haber avanzado por lo menos cinco kilómetros en la furgoneta. Por suerte, Friesen sólo había doblado una vez y los caminos estaban tan lejos unos de otros que me resultaría fácil adivinar dónde girar.
Al cabo de un kilómetro y medio recorriendo los campos a pie, oí a lo lejos el sonido de un motor y me quedé petrificada. Aunque estaba demasiado lejos del camino como para ser vista, me agazapé y aguardé a que el vehículo pasara. Cuando el coche salió de mi campo de visión, me incorporé y reanudé mi caminata.
Había avanzado alrededor de otro kilómetro y medio cuando el silencio fue interrumpido por las lejanas notas de un grito. Me dejé caer sobre la tierra. Los campos estaban en silencio. Aguardé otro minuto, pero cuando se hizo la calma, me puse en pie y comencé a avanzar, sólo que ahora con más lentitud.
Después de caminar otros cien metros vi un grupo de árboles que rodeaban lo que parecía ser una casa blanca de dos plantas. Antes de que pudiera romper a correr, oí voces. Me tiré al suelo de nuevo y permanecí inmóvil entre las altas hierbas.
– ¡Yo no pienso volver a entrar allí! -gritó Sandford con voz estridente.
– Si yo te lo digo, lo harás -respondió Nast, con absoluta frialdad.
– No, no lo haré. A partir de este momento, ya no pertenezco a tu maldita organización. ¡Me marcho! ¿Entiendes? ¡Me voy!
– Tienes un contrato.
– ¿Quieres que te diga dónde puedes meterte ese contrato? No pienso entrar en esa casa. Ella es tu hija. Sácala tú de allí.
Se sucedieron deprisa un aullido y un ruido sordo. Después, de nuevo el silencio. Avancé unos centímetros hasta poder ver a los dos hombres a través de los árboles. Se encontraban en el parque lateral. Sandford, agazapado en tierra, con sangre brotándole a borbotones de la nariz y de la boca. Nast, de pie a algunos pasos, con los brazos cruzados, aguardando.
– Por favor, Kris, sé razonable -pidió Sandford-. Me estás pidiendo que arriesgue la vida por una bruja.
– Te estoy pidiendo que ayudes a mi hija.
– ¿Cuánto hace que la conoces? Me pediste que me tomara esta tarea como un favor especial, y lo hice. Ahora todo se ha ido al diablo, pero yo sigo contigo, ¿no es así?
– Serás bien recompensado por esa lealtad tuya, Gabriel. Saca a Savannah de esa casa y te merecerás una bonificación de seis cifras.
Sandford se secó una mano ensangrentada en la camisa. Después miró a Nast.
– Una bonificación además de la vicepresidencia. Con una oficina en el piso doce.
– Una oficina en el piso doce… Y olvidaré quién se supone que debería haber estado vigilando a la bruja cuando ella se hizo humo.
Sandford logró ponerse de pie y asintió.
– Hecho.
– La quiero ilesa. Sin un rasguño. ¿Entendido?
Sandford asintió nuevamente y fue hacia la puerta principal. Yo esperé hasta que quedó fuera de mi vista; después corrí a los bosques y rodeé la casa hasta quedar en el lado opuesto.
Una buena lección
La puerta lateral estaba abierta, crucé el parque como una exhalación y entré en la casa.
Cuando entré, lo primero que vi fue el cuerpo de la nigromante Shaw. Estaba tendida hecha un ovillo al pie de una escalera angosta. Miré en todas direcciones antes de seguir avanzando. Desde el piso de arriba sonaron uno o dos pares de pisadas. Me arrastré hasta el cuerpo de Shaw. A juzgar por el ángulo de su cabeza, supuse que se había caído por la escalera y fracturado el cuello.
¿Qué ocurría allí? Yo sólo había estado ausente alrededor de una hora. Ahora Shaw estaba muerta. Nast se encontraba afuera y Sandford, con gran reticencia, buscaba a Savannah. Por lo que Sandford dijo, me pareció entender que Savannah tenía que ver con el origen de todo esto. Pero, ¿de qué manera? Cualquiera que fuera la explicación, necesitaba encontrarla antes de que lo hiciera alguien más.
Cuando comenzaba a alejarme de Shaw, la expresión de su cara me hizo frenar de golpe. Tenía los ojos tan abiertos que el blanco le rodeaba por completo el iris. Sus labios estaban curvados hacia atrás sobre los dientes. Y su expresión era de absoluto terror. Quizá en el momento de su muerte una imagen había aparecido de pronto en su mente, la de algún otro nigromante que le chupaba el alma desde la eternidad y se la arrojaba de vuelta a su cuerpo destrozado. No sería algo imposible.
Salté por encima del cuerpo de Shaw y comencé a subir la escalera. Estaba cerrada a ambos lados y el pasaje era tan estrecho que resultaba un misterio cómo podía Shaw haber caído por todos esos escalones sin quedarse atascada a mitad de camino. Sin duda, se trataba de una escalera trasera procedente de la cocina.
La escalera terminaba en una puerta abierta en el primer piso. Cuando yo había subido lo suficiente para ver más allá de la puerta, me detuve para observar mejor. La puerta se encontraba al final del pasillo del piso superior. En el otro extremo estaba la escalera principal, la que yo usaba cuando me hallaba allí. De las puertas de los seis dormitorios, una estaba abierta de par en par, dos se encontraban entreabiertas y las otras tres estaban cerradas.
– ¿Savannah? -llamó alguien.
Pegué un salto y enseguida reconocí la voz: Sandford.
– Savannah… Vamos, querida. Nadie te hará daño. Ya puedes salir. Tu padre está enfadado contigo.
Oh, sí, como si ésa fuera su principal preocupación. ¿Qué edad creía él que tenía Savannah? ¿Cinco años? ¿Que estaba escondida en un rincón, muerta de miedo de recibir una paliza?
Agucé el oído por si se oía algún otro ruido, pero no hubo ninguno. Excepto por la voz de Sandford y el crujido de sus zapatos, la casa estaba en silencio.
Al llegar al pasillo, oí un chasquido por encima de mi cabeza. Los zapatos de Sandford crujieron cuando se detuvo para escuchar. Una serie de pasos sonaron desde más arriba. Cerré los ojos mientras los seguía y después sacudí la cabeza. Eran demasiado pesados para ser de Savannah. Supuse que pertenecían a Antón o a alguna de las brujas que buscaban a Savannah en el ático.
La sombra de Sandford salió de una de las puertas abiertas cerca del otro extremo del pasillo. Me metí en otra habitación que estaba abierta y me oculté detrás de la puerta mientras él pasaba. Otra puerta más se abrió y luego se cerró. Los pasos se desvanecieron.
Miré lo que me rodeaba y descubrí que estaba en el cuarto de Greta y Olivia. La parte superior de la cómoda estaba desnuda, el ropero se encontraba abierto y vacío, salvo por un suéter que se había caído al suelo y había sido olvidado. Daba la impresión de que las dos brujas se habían ido apresuradamente. ¿Huyeron al darse cuenta de que Nast sospechaba de sus motivos para matar al jovencito? ¿O las había asustado otra cosa?
Volví a atisbar el lugar y después regresé al pasillo y entorné la puerta del dormitorio detrás de mí, tal como estaba cuando la encontré. Cuando giré oí un clic y la luz del pasillo se encendió.
Eché a correr, pero unas manos me agarraron y una de ellas me cubrió la boca. Después se oyó una exclamación de disgusto y la mano me arrojó a un lado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -Preguntó Sandford-. ¿Dónde está…?